El hombre es un ser social por naturaleza y, no solo eso, porque con esa definición nos quedamos cortos. El ser humano es una unidad bio-psico-socio-espiritual. El ser humano es una unidad inseparable, y por ello, debemos formar una mirada objetiva acerca del ser humano. Una mirada adecuada de la persona es mirarla como un todo, un ser integral, entendiendo que estas tres dimensiones se hacen una en la persona. Esta visión es presentada por San Pablo cuando dice: “Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma, y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5, 23). Al entender que el cuerpo, alma y espíritu se afectan entre sí, la persona comprende y acepta que tiene estas tres dimensiones.

Entendiendo esto damos paso a la siguiente cuestión:

Bueno ahora volvamos a la seriedad…  Es esa pregunta que, aunque no parezca, nos solemos hacer ¿amigo o enemigo? ¿Es posible amar a tu enemigo?

Desde la antigüedad se habla sobre el tema de la amistad. Aristóteles en la Ética a Nicómaco la define como una virtud, y agrega que es “lo más necesario para la vida”, ya que, aunque alguien poseyera todos los bienes, nadie podría vivir sin amigos. Los amigos son necesarios tanto para los jóvenes, para evitar el error, como para los viejos, para su asistencia y ayuda.

La de los hombres buenos e iguales en virtud; porque éstos quieren el bien el uno del otro en cuanto son buenos, y son buenos en sí mismos; y los que quieren el bien de sus amigos por causa de éstos, son los mejores amigos.   Aristóteles, Ética a Nicómaco, VIII, 3

Para Aristóteles toda amistad se basa en una forma de comunicación.

Como dice la Prof. En Teología – y amiga personal – Josefina Ferrari: “Cuando Dios Hijo se encarna y se hace hombre, viene a darle un nuevo significado a la ley, y viene a renovarla desde el amor. Llama a sus apóstoles amigos, y los convoca a amar también a sus enemigos. Pero ¿Cómo puede ser esto posible? Desde la definición de Aristóteles, estas dos enseñanzas de Jesús carecen de sentido, ya que es absurdo que Dios sea nuestro amigo, porque la amistad se da entre hombres iguales en virtud, pero Dios es infinito y el hombre finito. Y es absurdo también amar a nuestros enemigos, porque, según Aristóteles, amamos lo bueno en sí mismo, y conlleva tener cosas en común, cosa que no se da entre enemigos”

La pregunta aquí es: ¿Cómo podemos entender y llevar a cabo lo que nos pide Jesús?

Como dijimos antes, Cristo viene a “dar vuelta la tortilla”, a dar un giro extraordinario y nos comienza a hablar sobre el amor, sobre la caridad, como virtud y como forma de comunicarnos con el otro.

De este modo la amistad de caridad se extiende incluso a los enemigos, a quienes amamos por caridad en orden a Dios, con quien principalmente se tiene la amistad de caridad. Summa Theologiae, II-II, q23, a1, ad 3

El cristiano expresa esta caridad a través de la comunicación de la Bienaventuranza, es decir, la comunicación del mismo Cristo porque “la caridad no toma en cuenta el mal” (1 Cor 13,5). Para comunicar a esta bienaventuranza nosotros mismos, como seres bio-psico-socio-espirituales, como unidad integral debemos, valga la redundancia, estar en comunicación con ella: la Bienaventuranza que es el mismo Dios.

Cristo mismo nos dijo:

No os llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi padre os lo he dado a conocer. Jn 15, 15

También en la última cena dijo: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15, 14). Y nos dice “orad sin cesar” (1 Ts 5, 17), esta es la manera más eficaz de comunicarnos con Él, es un canal directo con la Caridad, con el Amor.

Y – explica Santo Tomás – al ser la caridad una amistad basada en la comunicación de la bienaventuranza, siempre que amemos vamos a estar amando la bienaventuranza. Se ama en primer lugar a Dios, por ser la Bienaventuranza, amamos que se comunique; luego la amamos para nosotros, y luego la amamos para los demás. Y como todos en esta vida pueden alcanzar potencialmente la Bienaventuranza, entonces puedo amar a todos, incluso a los enemigos.

Entendiendo esto dejamos de ver la amistad como algo superficial, comenzamos a verla como un regalo de la vida y un don de Dios. Es tan importante la amistad, que el mismo Jesús se presenta como un amigo: “los llamo amigos” (Jn 15,15).

Como bien mencionamos al principio, un amigo busca el bien del otro, y en esta búsqueda del bien del prójimo se produce una revalorización de la amistad, entendida como la comunicación del mayor bien, la comunicación de la Bienaventuranza, porque los amigos fieles, que están a nuestro lado (…), son un reflejo del cariño de Señor, de su consuelo y de su presencia amable” (C.V. 151) y por eso “un amigo fiel no tiene precio” (Sab 6, 15).

Cristo impuso un nuevo mandamiento a los hombres en las vísperas de la Pasión: “el precepto mío es que os améis unos a otros como Yo os he amado” (Jn 13,34), y “en eso conocerá el mundo que sois mis discípulos” (Jn 13,35), ese será el distintivo de los cristianos quererse sobrenatural y humanamente.

El amor fuerte y sobrenatural que nos pide Dios a todos los hombres es el amor al enemigo; pero ese mandato no lo acabaremos de entender nunca si es que no practicamos en primer lugar la amistad y la intimidad sobrenatural y humana con nuestros amigos de siempre. El valor divino de lo humano, Jesús Urteaga

Urteaga afirma que “la solución para la hecatombe que sufre el mundo ha de llegar por el camino del amor”, y “el amor consiste en darle un poco de tu vida –al otro- durante toda su vida”, insisto con lo mismo, la caridad, el amor, como forma de comunicación de la bienaventuranza, esto no es loco, ya que nuestra vida es la de Cristo porque “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).

Hay un dicho popular que dice: “Hay que tener a los amigos cerca y a los enemigos más cerca”, no para mantenerlos controlados, sino todo lo contrario, para cumplir con Su palabra: “amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien” (Lc 6, 27). El mayor bien es comunicar la caridad, transmitir la Bienaventuranza, pero para ello tenemos una tarea: cultivar nuestra amistad con Él, buscando una mayor intimidad con Dios, porque justamente sin Él esta comunicación no tendría sentido.

Por último, recordar estas palabras de San Pablo: “si no tengo caridad, nada soy” (1 Cor 13, 2), es decir que si no lo tengo a Él nada puedo hacer, si no estoy en amistad con Cristo ¿Qué bienaventuranza voy a comunicar? El amor nos abre al otro, convirtiéndose en la base de las relaciones humanas. Hace capaces de superar las barreras de las propias debilidades y de los propios prejuicios. El amor de Jesús en nosotros crea puentes, enseña nuevos caminos, produce el dinamismo de la fraternidad. “El amor todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Cor 13, 7), en definitiva, el Amor todo lo puede, y “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13), gracias a ello, a Su muerte y resurrección, es posible comunicarlo a todos. No se trata de amigos o enemigos, se trata de “id y anunciar” (Mt 28,19; Mc 16,15) a Cristo para que todos seamos salvos, que Él se entregó por todos: amigos y enemigos.

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!