Es increíble cómo puede pasar el tiempo sin darnos cuenta; de pronto, en un instante cualquiera, tienes algo similar a un destello en tu mente, que te hace mirar atónito a cualquier punto; mientras caes en cuenta de cuánto tiempo ha pasado desde que comenzaste a realizar esa actividad que haces hoy todos los días.

Lo mismo me sucedió a mí cuando recordé el momento en el que egresé de la universidad para ahora ser parte de la fuerza laboral de la sociedad. Después de ese acontecimiento hay muchos quienes dirían que la vida ahora se podría resumir en casa, traslado, trabajo, traslado, casa, repetidas veces si es que no tuviéramos sueños y esperanzas en algo más por nuestros esfuerzos. 

Yo me considero una persona más de las que forman parte del ritmo de vida actual de la sociedad. Estudié la carrera de Administración y Finanzas y con ello mi vida laboral, como la de muchos otros, se desarrollaría en una oficina. Algo que podría sonar nada atractivo con los estándares de estrés actuales, ¿no?

A esto hay que sumarle los múltiples problemas que suceden todos los días en una oficina: el teléfono sonando, la atención a las personas, el trabajo en equipo, las indicaciones del jefe, las juntas, las presentaciones, los reportes, vaya… ¡Qué desgastante puede ser trabajar en el siglo XXI!

Y con todo este asunto tan revuelto, ¿dónde se supone que puedo encontrar a Dios? Si todo está tan agitado, que en ocasiones ni yo mismo encuentro diez minutos para respirar, ¿cómo puedo evangelizar si todos están tan apurados como yo? En solo dos preguntas, he convertido una situación de rutina, en un problema existencial para mí.

Para esto, encontré la solución precisa en la gran riqueza de la Iglesia. Y es que no es necesario hacer una gran investigación, basta con observar a nuestros hermanos que conviven con nosotros para poder entender. Me pude dar cuenta de que en mi ámbito de trabajo las necesidades corporales eran menores, pues todos podíamos contar con alimento, ropa, e insumos básicos aunque nuestra economía sea algo frágil; en cambio las necesidades espirituales, aquellas que involucran la mente y el corazón, eran las necesidades que las personas de ese lugar de trabajo anhelaban saciar. 

Entonces, como anillo al dedo, las obras de misericordia espirituales se convirtieron en mi estrategia a seguir para seguir mostrando, de una manera diferente pero actual y necesaria, la belleza del Reino de Dios.

Y es que, ¿quién no se podría sentir a gusto trabajando con una persona que sea mansa y humilde de corazón? Bueno, no quiero decir que yo me defina exactamente con esas características, pero las obras espirituales de misericordia, precisamente, llevadas de la mejor forma a la práctica, conllevan a tener un corazón humilde y manso.

Y ahora, entrando en materia, hay que mencionar antes que todo, que en el mundo laboral del día de hoy, no importa cuál posición tengas en el organigrama de la institución o empresa, todos, siempre podemos ser misericordiosos, desde el jefe con sus subordinados, hasta el guardia o personal de la limpieza con el director. Por eso la humildad en la misericordia es requisito imprescindible, y si quieres saber más sobre la humildad o tienes dudas de si estás siendo verdaderamente humilde, te invito a descubrir cómo puedes ser humilde en este artículo que escribí donde te hablo sobre ello.

La primera obra de misericordia, se trata de enseñar al que no sabe. En el día a día del trabajo, podemos encontrarnos con cosas tan sencillas como enseñar al compañero a sacar una fotocopia hasta ayudarlo a crear una base datos. Porque lo que importa no es cuánto sabes o cuántos reconocimientos sobre tus habilidades tienes, sino lo que tienes para compartir. Varias veces este conocimiento no solo es por tus estudios, es por tu experiencia de vida.

Esto nos lleva a la siguiente obra: si podemos enseñar a alguien, también podemos corregirlo cuando sabemos que está haciendo algo mal. Corregir al que se equivoca requiere de mucho amor, porque la corrección no debe de juzgar o señalar, sino ayudar a ser mejores a los demás; por esto es muy importante siempre encontrar la manera correcta de corregir en el amor, pues estaríamos obrando mal de no alertar a quien esté en ocasión de algún error o, peor aún, de pecado.

Muchas veces, en el acto de corregir se ofrece también un consejo a esa persona. Y esa es la tercera obra de misericordia: dar buen consejo al que lo necesita. En otros escenarios, puede que la persona que nos acompaña solamente esté triste o angustiada por algún otro motivo; sea cual sea la razón, el interés por dar un buen consejo es porque nos importa la persona, y se nota con nuestro consejo al querer evitarle una angustia mayor u ofrecerle un punto de vista diferente que lo ayude a pensar mejor.

Estas tres primera obras de misericordia se han concentrado en dar sin ningún precedente o situación previa, simplemente se trató de ir en el auxilio de quien lo necesita. Pero en esta cuarta, la donación, nos involucra un poco porque ahora nosotros hemos de ser tal vez esas personas tristes o angustiadas como las de la obra de misericordia anterior. Perdonar las injurias, es esta cuarta obra, y si bien la misericordia se trata de dar al necesitado, con el perdón hacemos una doble donación, le damos el perdón, que es también dar al necesitado, ¡de perdón! A una o varias personas y nos damos a nosotros mismos serenidad y paz. 

La palabra misericordia proviene de las palabras latinas: Miser y Cordia. Miser, significa pobreza o miseria y Cordia, significa corazón.

Este punto es tal vez uno de los más difíciles, pues, ¡cuánto cuesta perdonar en ocasiones debido a nuestra naturaleza humana! Y en el ámbito laboral una traición puede significar mucho: años de esfuerzo, esperanzas, un futuro mejor en el que se nos vio esfumada la oportunidad por las acciones de otro y, ¡más aún si era un compañero cercano! Pero bien, nunca debemos de olvidar esto, que funciona como un tranquilizante y un correctivo a nuestros impulsos de rencor: ¿quiénes somos nosotros para no perdonar, cuando tenemos a un Padre que nos lo ha perdonado todo? En esta obra de misericordia, además de la humildad, podemos notar aquí la mansedumbre del corazón.

La quinta obra de misericordia espiritual es: consolar al triste. Y es que no pocas veces hemos sido testigos del dolor que con mucha pena tratan de ocultar las personas de nuestro alrededor con risas forzadas o miradas perdidas; a veces ya no pudiendo soportarlo más notamos que una lágrima recorre la mejilla de nuestro compañero y sus expresiones buscan forzar a mantener dentro el dolor para no hacerlo evidente ante los demás.

Estar al lado de la persona que sufre es vital para ella; es cierto que puede que no conozcamos el contexto o el origen de la tristeza y por eso no podamos dar un buen consejo, pero sí podemos acompañar y escuchar si nos lo permiten y al final del jornada, llegado el día siguiente, preguntar cómo ha estado o que ha pasado con su situación. Estas pequeñas acciones pueden generar lazos de amistad y amor. En la gran oscura situación de la tristeza y el dolor, siempre podemos tener la gran oportunidad de brindar esperanza y alegría.

La siguiente obra de misericordia espiritual, es una muy particular, porque conecta muchos sensores de nuestra persona y pone a prueba nuestra fe. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo, es una labor que igualmente puede costar tanto como perdonar.

Y es que no es fácil sobrellevar una situación que nos parece incómoda, pero que para otros es normal o hasta divertida. Y en una oficina, ¡cuántas situaciones no se dan de este tipo! Estoy seguro que todos siempre vamos a tener una anécdota del compañero que hacía cosas que nos llevaban a enfurecer. Y precisamente este es el punto por el que pone a prueba nuestra fe, pues si vamos y ofendemos al otro con la intención de que cambie lo que nos incomoda nos contradecimos enormemente.  Entonces lo que encontramos aquí es que cada persona puede tener una manera diferente de llevar el sufrimiento, que en otras palabras, es que las personas pueden tener ese significado de sufrir distinto de otras. El sufrimiento puede considerarse agonía, pero el agónico no solo es el que puede estar en una etapa de muchas desgracias, es todo aquel que ofrece su sufrimiento por cualquiera que fuese el origen a Dios para que él pueda resistir y encontrar colores diferentes en la caridad al prójimo. Además aquí encontré otro tranquilizante y correctivo, ¿cómo puedo tener paciencia con los defectos de mi prójimo, si probablemente ni siquiera tengo paciencia con los míos? 

El alma virtuosa encuentra en todas partes el lugar de la oración, porque lo lleva siempre en ella. Santa Catalina de Siena

Y por último, tenemos la última obra de misericordia, que engloba cada una de las anteriores sin que se pierda la intención de ninguna y esta es: ¡ora! Ora por los vivos y también ora por los muertos. Mantener un diálogo con Dios acerca de las personas de nuestro alrededor es reconfortante y sobre todo es una acción que enternece el corazón propio, y eventualmente, también por el corazón por quien se ora. Orar por los demás entre creyentes siempre es un gran regalo, es tierno y asombroso saber cuando alguien te dice que orará por ti, que te pondrá delante de Dios para hablarle de ti y decirle las cosas buenas que tienes y las necesidades que te afligen, así también tus defectos y tus virtudes para que Él pueda actuar en ti. Este mismo sentimiento, es lo que debemos procurar que todas las personas puedan sentir, por eso, ¡ora! Y ora mucho para que vivamos en un mundo mejor y en nuestro trabajo podamos lograr tener una mejor convivencia. 

Ciertamente, las obras espirituales de misericordia son actos muy valerosos hoy en día, con todo el ambiente tan cambiante en el que vivimos, pero son las acciones que sabemos crearán un cambio y propiciarán una conversión de las personas a nuestro alrededor, todo empezando desde nosotros. Y es que pareciera que cada una de estas obras funciona como una guía para generar un mejor ambiente de trabajo, cada una en el orden correspondiente. Ahora imagina cuánto se puede lograr si juntamos estas obras con las obras de misericordia corporales. Simplemente sería algo increíble a nuestros ojos, pero que con Dios sí puede ser posible.

El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz. Santa Madre Teresa de Calcuta

La belleza del Evangelio se puede encontrar en cada una de estas acciones, y son aplicables para cualquier ámbito de trabajo; yo probablemente me desarrollaré toda mi vida entre oficinas, salas de junta, comedores, etc., pero tú tal vez dentro de un hospital, una estación de bomberos o policías, un laboratorio o una fábrica vas a poder aplicar cada una de estas obras. La belleza que podremos tener de llevarlas a cabo puede llegar a ser indescriptible, de la misma forma que podemos decir que es el amor de Dios por nosotros, cuando lo sentimos rebosando en el corazón por una buena persona que se acercó a brindarnos ayuda y a mostrarnos su misericordia.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.