El jornalero debía trabajar, día y noche trataba la tierra con gran esmero y casi no tenía tiempo para el descanso de su cuerpo ni de su alma. Un día su joven hijo se acercó preguntando:

— Papá, ¿por que trabajas tanto? Jamás te queda tiempo para orar.

El padre, un tanto sorprendido, respondió:

— Milicia es la vida del hombre sobre la tierra, hijo. El libro de Job así lo enseña.

El hijo, curioso, ingresó a su hogar en busca de ese tal libro de Job. Al encontrar aquel pasaje en la Escritura se dio por satisfecho.

Algún tiempo después se acercó a su madre, que se encontraba orando frente al fuego, como cada día.

— Madre, ¿por que rezas tanto? ¿No deberías ayudar un poco a papá?

Su madre le miró, y con tono cariñoso repuso:

— El Salmo 62 reza: “Solo en Dios halla descanso mi alma; de Él viene mi salvación”.

El joven quedó absorto, como descolocado. Su curiosidad volvió a llevarlo a la Escritura, donde encontró el Salmo mencionado. Se dio por satisfecho.

Tiempo después el hijo descubrió, por su propia experiencia, que ambas realidades son parte de la vida del cristiano.

La existencia cristiana es todo una aventura: intrépida, audaz, desafiante y maravillosa. Se trata de un camino universal a la vez que personal, y es quizá eso lo que la hace tan misteriosa. Es universal porque se trata nada menos que de imitar a Cristo, al Único Hijo de Dios vivo: en sus virtudes, en su amor. Y es personal porque este camino tendrá que ver con cada uno de nosotros de manera individual y personalísima; cada camino se teje de manera única y original según cada caminante y su relación íntima con Dios.

Pero en todos los caminos, en todas y cada una de las vidas cristianas, encontramos este gran “dilema”, esta realidad doble que nos reclama de la vida activa y la vida de oración; entre la tormenta y la calma; entre las palabras de Job y el canto del Salmo, ¿no? Digamos, entre el ejemplo de ese padre laborioso y esa madre piadosa.

Esta misteriosa realidad de apostolado, evangelización y batalla; conjunta con la oración, la contemplación y el descanso en el Señor. Ambas realidades son importantes y nuestra naturaleza las reclama. Por supuesto que cada uno de nosotros, por nuestra personalidad, nuestros gustos e incluso nuestra vocación, será mas tendiente a alguna de las dos y deberá ir encontrando ese modo de “combinarlas” que como ya dijimos es único y original.

Sin embargo, en los tiempos modernos que corren sin duda hay una marcada tendencia, a veces muy nociva, al activismo. A esta actividad constante, sin descanso, sin pausa, sin sosiego. Nos hemos acostumbrado a llegar tarde a todo, a deber muchas cosas, a tener quehaceres por doquier, a tener al reloj y a nuestra conciencia todo el tiempo reclamándonos que debemos hacer esto o aquello. Y a más de uno nos ocurre que, al momento de detenerse un poco a reposar, sentimos que estamos perdiendo o desperdiciando nuestro tiempo.

Quizá una de las mayores rupturas que ha generado el mundo moderno es eliminar la belleza de la contemplación de nuestra vida cotidiana e infectarnos de una concepción y una cosmovisión absolutamente práctica y utilitarista de la vida y del tiempo que tenemos. Incluso a niveles en los que sentimos que ya no somos siquiera dueños de nuestro tiempo sino que vivimos con una lista de tareas interminables frente a nosotros y se trata de ir “resolviendo cosas”.

Debemos aprender a detenernos, a reposar el alma. Descansar el alma tiene que ver precisamente con volver al centro, volver al origen, volver a Dios. Descansar el alma es conducirla donde ella naturalmente quiere estar: con el Señor. Bien sabemos que no podemos vivir en este estado, menos aún si somos laicos seglares, pero no podemos simplemente ignorar el hecho de que necesitamos ese tiempo de descanso, ese tiempo de oración, ese tiempo de intimidad con Dios.

No caben aquí (ni cabrían nunca) fórmulas preexistentes, principios construidos o una forma mágica. De eso se trata, de construir ese camino, de ir dando pasos en nuestra vida, con nuestras realidad laborales, académicas, familiares, económicas, afectivas, etc., e ir buscando al compás ese tiempo de descanso y reposo: un buen libro, la lectura de la Escritura, los Sacramentos, el simple silencio, una actividad que me gusta, que me recrea la cabeza, o mirar el cielo en silencio.

Las almas que no son capaces de descansar tarde o temprano se verán sobrepasadas por las contingencias del mundo y de la vida. Para nuestra tranquilidad, hay un ejemplo infalible de hace algunos milenios atrás: Jesucristo. Al hablar de Jesús no estamos hablando de un hombre meramente contemplativo o completamente activo, sino de un varón que supo hallar ese equilibrio entre la actividad y el descanso en Dios; entre las batallas del mundo y los íntimos ratos con el Padre.

Y aconteció en aquellos días, que salió al monte a hacer oración, y pasó toda la noche orando a Dios. Y cuando fue de día, llamó a sus discípulos: y escogió doce de ellos (que nombró Apóstoles). Lucas 6, 12-14

Vemos cómo Cristo mismo nos figura primero la realidad de la unión con Dios y como acto seguido la partida a la batalla, a la misión. Es la misma dinámica que vemos ilustrada en varios pasajes de su vida donde por un momento se “aparta a orar” y en otros se encuentra allí, en medio de los debates del mundo junto a sus discípulos, sus amigos, su Madre. ¡Cuánta belleza se esconde en este misterio de la vida cristiana!

La persona de Cristo, que es ejemplo de todo lo bueno, nos enseña una vez más; y se hace eco de uno de sus títulos más repetidos: Maestro. Jesucristo es Maestro también en esto para nosotros, y nos muestra cuán necesario es ese reposo en Dios. Si lo es para Él, cuánto más para nuestras almas peregrinas.

Mas no solo Cristo, Dios Padre también supo reposar, veamos la belleza del relato del Génesis:

Y fueron acabados los cielos y la tierra, y todas las huestes de ellos. Y acabó Dios en el día séptimo la obra que había hecho, y reposó el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había creado y hecho. Génesis 2, 1-3

Incluso Dios Padre supo reposar, detenerse, y bendecir el día en que había acabado su obra y ya podía descansar. ¿Cuánto más nuestra pequeña alma inquieta lo necesita?

Seamos humildes y astutos, para saber cuándo nuestra alma necesita descansar, cuándo necesita el reposo en el abrazo de Dios, la calma en el silencio de la creación. Y seamos valientes, para hacer del descanso y el reposo parte de nuestra vida.

Agustín Osta

Publica desde noviembre de 2019

Católico y argentino! Miembro feliz de Fasta desde hace 12 años. Amante de los deportes, la montaña y los viajes. Amigo de los libros y los mates amargos. Mi gran Santo: Pier Giorgio Frassati. Hijo pródigo de un Padre misericordioso.