Hablar del hombre es siempre tan complejo como misterioso, pues abordamos una creación que, siendo infinitamente más miserable que Dios, es aún imagen y semejanza de Aquel. Es decir, que en el hombre conviven la miseria y la grandeza, la belleza y el pecado, al igual que conviven en él las realidades materiales (o corporales) y las espirituales. Esto implica que estudiar al hombre como creatura, como “ser”, requiere hablar y abordar tanto su naturaleza material como su realidad espiritual, pues obviando alguna de ellas estaríamos haciendo un abordaje incompleto, y por incompleto, equivocado.

Sustancia individual de naturaleza racional. Boecio

El autor reconoce en la persona una sustancia individual (que está completa en sí misma, en cuanto creación y esencia) de naturaleza racional (es decir, que tiene un intelecto con todas sus facultades intelectivas, que tiene la capacidad de comprender y asociar). Bien sabemos que cada uno de nosotros como seres humanos tenemos estas dos dimensiones que coexisten (espíritu y materia) y que resultan fundamentales ambas para la subsistencia y más aún para la Santidad. Esto implica que no podemos desatender nuestra realidad de materia (cuerpo, necesidades básicas, alimento, etc.) como así tampoco la realidad espiritual (cuidado del alma, sacramentos, la Gracia, la oración, etc.). Así, la corporeidad permitirá al hombre insertarse en el mundo material, sitio donde hallará su felicidad y realización; y la espiritualidad lo conducirá a la profundidad de las cosas y lo abrirá a la trascendencia. “Mens sana in corpore sano“, decía los antiguos. Mente sana en cuerpo sano.

Sin embargo, como hemos dicho, estas realidades no son contrapuestas o completamente aisladas (materia vs espíritu), sino que actúan, aunque independientemente, como una unidad. Las primeras concepciones platónicas que entendían al cuerpo como cárcel del alma han quedado atrás, y el gran teólogo Tomás de Aquino ha completado la noción de persona como una unión del alma con el cuerpo y viceversa. Pero, ¿a que vamos con esto? Cuando existe una unión existe también un mutuo beneficio o perjuicio. Esto es, que cuando el alma enferma el cuerpo se ve afectado, y viceversa. Las dimensiones humanas están todas entrelazadas y no podemos concebirlas sin esta íntima relación de unas con otras.

Las potencias humanas: libertad, voluntad e inteligencia; están ligadas profundamente entre sí y a su vez lo están con el resto de la persona, su realidad material, su afectividad. Es por esto que nuestra conducta siempre tendrá que ver con las demás dimensiones de nuestra humanidad toda.

Operari sequitur esse. (El obrar sigue al ser) Santo Tomás de Aquino

Como señala el Aquinate, nuestra conducta sigue a nuestro ser, es decir que actuamos en función de lo que somos, pensamos y creemos, de nuestras convicciones más profundas y nuestros principios y valores constitutivos. Para que nuestro obrar sea bueno, debemos ordenar nuestro ser. Nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestros afectos. No podemos esperar que, estando una de ellas en profundo desequilibrio, no se afecten las demás.

Para hacer el bien, para obrar el bien; debemos aprender a utilizar nuestra libertad, ejercitándola en el correcto uso en busca del bien de las cosas. Nuestra razón también debe ser puesta en acto, pues la inteligencia que es potencia del hombre debe perfeccionarse con su buen uso, buscando la verdad de las cosas. La inteligencia está allí para ser usada y para que, alumbrando lo verdadero de las cosas, pueda guiar nuestra voluntad a seguir ese bien.

Los afectos también tienen parte aquí. El hombre es entendido como un ser político (dirá Aristóteles), esto es, social. No es una creatura que pueda subsistir en soledad, aislada, al menos hablando en términos generales. Como tal, el hombre busca relacionarse con sus semejantes, y se asocia con ellos buscando recibir aquello que de algún modo no posee. Esto hace que nos vayamos enriqueciendo unos a otros recíprocamente, y si este enriquecimiento se da en función del bien entonces estamos hablando de una amistad (mutua comunicación de bienes, según San Agustín de Hipona).

El punto aquí es que hemos sido creados de este modo por Dios, y Él nos ha concedido semejantes cualidades y la potestad de gobernanza sobre las creaturas para nuestro bien y salvación, y no para cualquier otro fin inmanente que pueda seducirnos eventualmente. Estas potencias y cualidades tan nobles que el Señor nos ha regalado, deben orientarse a la búsqueda del Bien, la Verdad y la Belleza, a la búsqueda de Dios, para completar ese retorno a Él.

Veamos,

Solo hay verdadera formación cuando las diversas facultades que intervienen en el actuar humano —la razón, la voluntad, la afectividad— están integradas: no pelean, sino que colaboran. San Josemaría Escrivá

Como señala el Santo, nuestro obrar estará bien conducido cuando nuestras potencias y facultadas humanas estén correctamente entrenadas y dispuestas para el buen funcionamiento. Esto no nos exime del error, claro está; pues desde aquel fruto engañoso masticado por Adán ninguno de nosotros está exento del pecado, más que la Siempre Virgen, María. Sin embargo, el error o el pecado puede no ser hábito sino solo eso, un error. Cuando acostumbramos a nuestra libertad a buscar el bien, hemos de esperar que lo busque siempre y en todo, mientras que si no lo hacemos, podemos esperar que gran parte de las veces escojamos aquello que no nos perfecciona sino que nos condena. Así también con la inteligencia, la voluntad y los afectos.

Hacernos conscientes de la belleza que Dios nos regala al concedernos voluntad, inteligencia y libertad; es acercarnos a un conocimiento mayor de nosotros mismos y, junto con eso, a un amor más puro y un uso más perfecto de aquellas potencias de potencial infinito, potencial salvífico.

Recordando la parábola de los talentos, podemos concluir que no importa tanto cuánto Dios nos ha dado a cada uno, sino lo que hacemos con eso que hemos recibido. “Siervo bueno y fiel”, llamó a aquel que había sabido conseguir buen fruto en ausencia de su Señor. Si todo lo que tengo es mi inteligencia, libertad, afecto y voluntad… ¿Podré ser un siervo bueno y fiel? ¿O simplemente un perezoso?

Agustín Osta

Publica desde noviembre de 2019

Católico y argentino! Miembro feliz de Fasta desde hace 12 años. Amante de los deportes, la montaña y los viajes. Amigo de los libros y los mates amargos. Mi gran Santo: Pier Giorgio Frassati. Hijo pródigo de un Padre misericordioso.