Su Palabra lo cambia todo, trae la salvación a nuestra indigna alma porque es la Bondad suprema. Es Dios que se apiada de nuestra enfermedad y está dispuesto a curarnos si tenemos fe para desearlo; nos creó para estar sanos, para tener un alma que pudiera gozarse en alabarle, lo único que le impide salvarnos es que no tengamos confianza en su poder.

Por ello me viene a la mente el pasaje del Evangelio sobre la fe del centurión, aquel romano de Cafarnaún que sintió compasión por su criado enfermo y acudió a Jesús. Sus palabras las decimos justo antes de la comunión, nuestro momento de unión más íntimo con el Señor.

Señor, no te tomes tanta molestia, pues no merezco que entres bajo mi techo. Por eso ni siquiera me atreví a presentarme ante Ti. Pero, con una sola palabra que digas, quedará sano mi siervo. Lc 7, 6-7

Sabemos que el centurión era generoso (había construido la sinagoga para los judíos del pueblo de Cafarnaún) y que conocía el poder, por los muchos soldados que tenía bajo su mando; estaba muy entristecido por el mal de su siervo y su corazón magnánimo anhelaba su curación porque le tenía aprecio.

Asombra la humildad que tiene al salir al encuentro de Cristo, siendo un centurión con medios para permitirse médicos o contratar nuevos sirvientes; su corazón se echa al camino en busca de la salvación para su amigo por haber escuchado hablar de los milagros de Jesús. Aun bajo las miradas de desprecio de sus compañeros romanos o de la desconfianza de los discípulos del Maestro, sale de su casa para buscarlo.

Lo hace porque tiene fe, reconoce que el poder el Señor es similar al suyo como centurión ya que, igual que él manda con una palabra a sus soldados a luchar contra los malvados, así Jesús puede vencer a la enfermedad, traer la vida y la salvación a su casa con solo una palabra. El poder infinito del Creador solo espera a que le abras la puerta de tu corazón para hacer maravillas en ti y que la belleza de tu alma sanada sirva como luz de gozo en el mundo.

Señor, tu misericordia no tiene límites, quiero ser un digno hijo tuyo, enséñame a amar, a ver la belleza de tu Palabra; envía sobre mí el Espíritu Santo, haz que escuche esa Palabra llena de fuerza que transforme mi vida, y ya solo viva para alabarte y servirte.

Aliméntame con tu Palabra, dásela también a mis amigos enfermos como yo, a mi familia, al mundo entero. Solo reconocer tu voz sanará el mundo, solo confiar en tu amor reformará todas las casas. Creador mío, me llamas por mi nombre, me amas como soy, indigno de que hayas muerto por mi, indigno hasta de existir y de dirigirme a ti, como el centurión. Pero yo soy tu siervo a la escucha de tu palabra, aguardándola para cumplirla, tomando de la mano a nuestra madre María con su fiat total:

Hágase en Mí según tu palabra Lc 1, 38

Esa palabra tuya que he escuchado me ha cambiado todo, tiene la misma fuerza que la Palabra en el Principio del mundo, cuando al principio solo era el Verbo y la comunicación de Él fue lo que dio el ser a la luz y la oscuridad, a las aves del cielo y los animales terrestres, al hombre…

Así mi alma existe de nuevo al oír tu voz, al oír que me has dado un nombre, me has hecho ser, me has colmado de vida, me has sanado del pecado y me has dado la salud de la redención muriendo Tú en mi lugar.

Por lo tanto, si la Palabra es el principio y fundamento del ser, es camino, verdad y vida, debemos escucharla y dialogar continuamente de corazón a Corazón. Esa conversación de amistad entre la criatura en busca del fin y su Creador que se lo revela es la oración.

Es necesario que quien ama a Dios trate con Dios muy despacio y hable de Dios con gran frecuencia. San Francisco Javier

Hablar y amar a Dios supone vivir en el silencio, vivir sin miedos, salir de nuestra casa, abandonarnos al designio que Dios tiene sobre nosotros. Secundar su Palabra sanará nuestra alma; seremos tal y como Él nos pensó en la eternidad, con toda nuestra belleza única y restaurada por su misericordia.

Guadalupe Belmonte

Publica desde marzo de 2019

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De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.