Hoy hablaremos de la Cena del Señor desde otra perspectiva. Es un recorrido apasionante y vamos a redimensionar su valor, le vamos a encontrar perlas preciosas y adentrarnos en los misterios y las profundidades de Dios.

Hay un dicho que dice: “la mentira tiene patas cortas”, es tan así que con el tiempo la mentira se desbarata. El Señor está antes de los tiempos, y su Palabra se sostiene de tal manera que lo que pasó hace miles de años se viene confirmando, y confirmando y confirmando. Y su Palabra, fue, es y será por los siglos de los siglos.

El Señor no deja ningún detalle al azar.

Entendemos que la salvación, como dice San Pablo, no se consuma tan solo con la muerte de Jesús, sino con su resurrección (Cfr. Rom 4, 25). Cierto es que la resurrección es la muestra del poder de Dios y de Su victoria sobre la muerte, sobre el pecado. La Pasión de Jesús es la otra cara de esa misma preciosa moneda: el Amor. El Amor infinito del Padre y del Hijo. Si bien entendemos que todo se perfecciona con la resurrección, la muerte del Señor es la máxima expresión de su amor, así como la resurrección de su poder.

Es impensable que la muerte haya puesto fin al amor de Aquel que no se extinguió con la muerte. San Agustín, Comentario al Evangelio de san Juan, 55, 2

La Cena y la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo son dos actos consecutivos e inmediatos, y si bien creemos poder diferenciarlos con un título y partirlos, así como por la mitad, hoy vamos a darnos cuenta que eso está un poco borroso, un poco borroso pretender entender dónde empieza la Cena y dónde empieza y termina la Pasión. Vamos a descubrir que la Pasión comienza en la Cena y a su vez la Cena termina en la Cruz.

Vamos a arrancar por decir que la Última Cena no fue un invento de Jesús. No se fundó con Él. Él reconfiguró todo lo que es la liturgia del pesaj —la Pascua judía—, que ya existía mucho antes de que Él se encarnará, y es de las festividades más importantes del pueblo de Israel. Conmemoran con esta Pascua la liberación que ellos tuvieron de la esclavitud, saliendo de Egipto, atravesando el Mar Rojo rumbo a la libertad y a la tierra prometida.

Con la última de las diez plagas, la muerte de los primogénitos, Dios da específicas indicaciones de como se tenía que celebrar este momento. En el capítulo 12 del libro de Éxodo están todas las regulaciones de un Dios que es bien ordenado acerca de lo que se tenía que hacer esa noche cuando finalmente el faraón iba a permitir que el pueblo saliera a pesar de que después iba a perseguirlos. Como si esto fuera poco, en el versículo 2 de este mismo capítulo les dice que a partir de ese mismo momento, de esa celebración, ese iba a ser el primero de los meses de su calendario. Esto quiere decir que la Pascua hebrea, el pesaj, es un nuevo comienzo, absoluto y completo para el pueblo de Israel, así como nuestra Pascua, la de Jesucristo vivo y Redentor, es y debe ser un nuevo comienzo para nuestras vidas.

Hoy en día el pueblo judío sigue celebrando este ritual y se llama “seder”, y todo lo constituye en torno a 4 copas. Aquí haré un paréntesis, porque debemos entender la relevancia con la que Dios hace las cosas, la relevancia que implica que nada está dejado al azar. Aquí hay 4 copas y nosotros vamos a empezar a recorrer juntos el resignificado que el Señor les dio, porque estas copas estuvieron en la Cena.

El rito de la noche de pesaj se transforma, entonces, en un símbolo de neutralización absoluta de todas las influencias que oprimen y alejan al pueblo de su Creador; es la Cena del Señor, su muerte representada en ella, lo que neutraliza por siempre y para siempre todo aquello que te aleja del Padre Bueno que está deseando lo mejor para vos. Eso se redime por el Señor en este símbolo —la Cena—, todas las cosas que te alejaban de Él se ven redimidas y por eso Jesucristo decide reconfigurar todo esto.

Por eso, di a los israelitas: Yo soy Yahveh; Yo os sacaré de los duros trabajos de los egipcios, os libraré de su esclavitud y os redimiré con brazo tenso y juicios solemnes. Yo os haré mi pueblo, y seré vuestro Dios; y sabréis que yo soy Yahveh, vuestro Dios, que os sacaré de la esclavitud de Egipto.  Ex 6, 6-7

Si bien nosotros traducimos todos estos verbos en futuro, los sacaré, los libraré, estos verbos fueron puestos en el hebreo original en pasado, porque Él es el dueño de todos los tiempos y si hoy hay algo que te está oprimiendo, que te está esclavizando, el Señor habla de eso en pasado en tu vida, ya está todo cumplido y el Señor ha hecho y dispuesto todo para acercarte con lazos de amor a Su regazo.

La noche de pesaj tenía entonces 4 copas que simbolizaban cada una de estas promesas. Cada una de estas copas tiene dos nombres, excepto la cuarta que todos la interpretan con un solo nombre, y cada una de estas copas representa una de estas promesas que Dios concede:

  1. Os sacaré” — Copa de la Santificación / de la Salvación
  2. Os libraré” — Copa del juicio / de la liberación
  3. Os redimiré” — Copa de la bendición / de la redención
  4. Los tomaré como Pueblo” — Copa de la alabanza

Es importante porque “librar” y “sacar” pareciera que fuera lo mismo, pero no lo es. Fíjense que cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, Dios cumplió con su primera promesa y los sacó de allí. ¿Pero qué pasó? Los egipcios salieron corriendo atrás de ellos; entonces el Señor cumplió con la segunda promesa, recién cuando el Mar Rojo se cerró, los liberó porque dejó enterrado bajo las aguas a todos sus esclavizadores.

Aquí viene algo muy importante: que te saque Dios y que te libere Dios, son cosas distintas y en el medio hay un proceso, y a veces hay que entenderlo, cuando parece que todo está listo, todavía quizás no. Hay que perseverar, cuando parece que Dios ya hizo el milagro nos relajamos y volvemos a nuestra vida común y corriente, antes de encontrarnos con el poder de Dios, es allí donde falta la belleza de la segunda copa.

La palabra vino en hebreo se dice “yayín” y tiene el mismo valor numérico que la palabra “secreto” en hebreo, y esto implica que, así como dentro de la uva se esconde en secreto el vino, dentro de estas copas con vino se esconden misterios y profundidades de Dios que solo Jesucristo iba a revelar y a perfeccionar.

Entonces en primer lugar la cena, el pesaj, empezaba con un canto de bendición que se denomina “kiddush”. El lenguaje hebreo, que es el lenguaje con el que se dictó la Torah, tiene como unas tildes arriba de cada letra y esas tildes son en realidad entonaciones; entonces podríamos decir, que cuando Dios te habla, Dios te está cantando.

Y cuando estas mal, el Señor te arrulla para darte paz, el Señor te está cantando y la sinfonía más grande de amor que Dios te compuso se llama Jesucristo, esa es la sinfonía más bella y más grande de Amor que Él te dio.

Entonces el kiddush lo hacía la persona más vieja dentro de la familia, mientras que todo el resto de este ritual lo hacía el padre de familia. En este caso el ritual de la Última Cena lo dirige Jesús, porque Él mismo está en el Padre, en Él está todo, pero sigue siempre las instrucciones del Mayor, porque no hace nada que no haya visto hacer al Padre. Luego se come un plato de hierbas amargas que recuerda la amargura del cautiverio y terminado esto se toma la primera copa de vino.

A partir de ese momento se recita el Éxodo, desde el capítulo 12, momento donde los más pequeños de la mesa comienzan a hacer preguntas al padre que está dirigiendo todo este ritual; se hace hincapié en el efecto salvador de la sangre del cordero que se pintó en los dinteles y en los marcos de las puertas, que salvará de la plaga de la muerte de los primogénitos.

Esa misma sangre que salvó a los hijos primogénitos de Israel, esta vez iba a ser de un costo aún mayor, invirtiendo las polaridades, porque la sangre de Su Hijo Primogénito iba a rescatar a todos, a toda su creación alejada. Entonces la primera gran intervención divina había sido: la salida del Pueblo de Israel de Egipto; por eso es que se dice que no hubo otro profeta como Moisés, fue a él que se le reveló la Torah. Aquí estamos frente a la intervención aún más grande de toda la historia: la Pascua viva.

Si a Moisés se le reveló la Torah, aquí se nos estaba revelando el Verbo hecho carne. Es el evangelio de Juan el único evangelio en el cual se comienza interpretando a Jesucristo como la Palabra de Dios encarnada:

Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros; y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Jn 1, 14

Esto es, entre muchas otras cosas, porque fue Juan el único que estuvo en el transcurso de toda la Cena, porque como mencioné, la Cena comienza acá, pero no termina acá. En el proceso el resto de los apóstoles se iban a disipar, pero uno de ellos iba a continuar pegadito al Cordero Pascual. Ese fue el único que pudo interpretar: “Este es la Torah realmente revelada”, “Este es el Cordero de Dios”, “Este es el Señor”, “Este es la Pascua Viva”. Por eso, el padre agarra la segunda copa y empieza a mojar sus dedos y pregunta: ¿el Señor nos libró con las plagas de las ranas? Los más pequeños responden: sí, pero fuimos liberados por la sangre del Cordero. Moja con sus dedos el pan y hace la segunda pregunta: ¿el Señor nos liberó con la plaga de las langostas? Sí, pero Él nos rescató con la sangre del Cordero. Vuelve a mojar el pan, son 10 plagas, y son 10 dedos que el moja y pregunta, y en cada pregunta está la afirmación contundente, que la salvación viene por la Sangre del Cordero.

En ese momento de la cena, el padre toma una toalla, lava sus manos con agua y con la toalla las seca. Jesús redobló la apuesta, Jesús redobló la toalla, agarró el agua, pero lo que hizo no fue lavarse a sí mismo, sino lavar a los demás, y lo que hizo fue limpiar los pies de sus apóstoles, mostrando en su reclinación que continuaba el acto de humillación más grande de todos los tiempos, que era el Dios Eterno hecho nada, hecho carne, hecho uno más de su mismísima creación.

Luego se canta lo que se denomina “el pequeño hillel”, entonces comienza la tercera etapa: comen el pan y el cordero. Sobre la mesa hay tres panes sin levadura; cada uno de estos panes se llama “matzoh”, estos panes apilados simbolizan a Abraham, a Isaac y a Jacob. Pero de los tres panes, en el ritual solo se toma el del medio, que simboliza a Isaac, porque Isaac es un tipo de Cristo, y este es el pan que tomó, lo partió, lo agarro entre sus manos diciendo:

Este es mi Cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío. Lc 22, 19

Estas son las instrucciones para cuando coman esta comida:

La comeréis con la cintura ceñida, los pies calzados y el bastón en la mano; y la comeréis de prisa. Es la Pascua de Yahveh. Ex 12, 11

Y en ese momento, cuando el Señor partió el pan, después de darlo, le dijo a Judas: “Satanás entró en tu corazón; lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Jn 13,27). Hay que hacer cosas, en este caso no era algo objetivamente bueno lo que iba a hacer Judas, pero sí va a terminar siendo un engranaje indispensable en el plan salvífico de Dios; pero todo lo que nosotros tenemos que hacer, que es mandado por el Señor, debemos hacerlo rápido, porque Él vuelve, y vuelve pronto.

Luego toman la tercera copa, que es la copa de la bendición, esta es la copa que consagra el Señor, es la que levanta diciendo:

Esta es mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía. Mt 26:26-29; Mc 14:22-25; Lc 22:19-20; I Cor 11:23-26

Es la segunda vez en la Biblia que se utiliza la palabra “alianza”; la belleza de la nueva alianza era que volvíamos a ser adoptados y reconciliados con el Padre para que ninguna de las cosas que nos estaban separando del Creador sigan teniendo vigencia ni surtiendo efectos.

El apóstol Pablo mismo dice:

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? 1 Cor 10, 16

Esto deja ver que es la tercera copa la que toma Jesús para consagrar. Así como Israel es el Pueblo Escogido de Dios, pero el Dueño tuvo que volver a comprarlo a través de estas promesas, tuvo que comprarnos así también Jesús a través del precio de su Sangre. A continuación, cantaban de nuevo, otro cántico que se llamaba “el gran hillel”: los salmos 114, 115, 116, 117 y 118.

Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. Mt 26,30

Interrumpir la liturgia de la Cena de la Pascua en este momento habría sido impactante para todos porque esto era un ritual santo, sagrado, no había explicación alguna que justificase que no se terminase.

El Señor interrumpe allí el ritual como todos conocían, pero no iba a ser allí interrumpida la Pascua, porque después de cantar esto se iba a ir a Getsemaní, al Monte de los Olivos, en donde arrodillado iba a pedir:

Padre mío, si es posible, aparta de Mí esta copa, pero no sea como Yo quiero, sino como quieres Tú. Mt 26, 36-45

Se refería a la copa que quedaba, a la copa restante, la celebración de la Pascua aún no había terminado, estaba pendiente la cuarta copa. La Pasión comienza en la Cena, pero no termina en la Cena; sin embargo, la Pascua es completa y perfecta, porque nosotros gozamos por la Sangre del Cordero la salvación.

En Getsemaní, cuando la Escritura dice que sudó gotas de sangre, estaba bebiendo la copa de la liberación/redención.

Luego de su oración en el Huerto de los Olivos, llega un grupo de gente encabezado por Judas para llevarse consigo al Señor. Pedro desenvainó su espada y Jesús le dirigió la palabra diciendo:

¿Es que no voy a beber la copa que me ha dado el Padre? Jn 18, 11

¿De qué habla Jesús, cuál es esa copa? ¿No había sido ya suficiente? Luego de Getsemaní, los soldados mofándose de Él le ofrecerán vinagre con hiel. La hiel era algo amargo, mezclado con mirra; es gratificante al olor, pero cuando lo tomas es amargo, sirve de sedante, pero Jesús no quiso probarlo. Si Él bebía el vinagre no iba a cumplir con Su propósito.

Vayamos directos a la crucifixión, en el peor momento de su vida, el momento de mayor sufrimiento, momento en que las tinieblas se habían apropiado del día, momento en el cual iba a morir, allí mismo.

Jesús clamó: ¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní? esto es: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado? Mt 27, 46

Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, con apenas un soplo de aliento dijo:

Tengo sed. Jn 19,28

Este pedido del Señor cumple con las escrituras: Sal 22, 15ss; Sal 69, 21ss. Jesús en la cruz tiene sed de almas, de redención. Le consume un gran deseo: que muchos puedan llamar Padre a su Padre celestial. Toda su vida, todos sus actos estuvieron dirigidos a este fin, que ahora se cumple.

Todo señala a Cristo, todo se ilumina en Él. El Calvario, donde se consuma la redención, es la pieza clave que da sentido al mosaico del Antiguo Testamento.

Desde la Cruz ha clamado: sitio!, tengo sed. Sed de nosotros, de nuestro amor, de nuestras almas y de todas las almas que debemos llevar hasta Él, por el camino de la Cruz, que es el camino de la inmortalidad y de la gloria del Cielo. San Josémaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, n. 202

El evangelista Juan lo dice expresamente: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Allí en la Cruz estaba el Cordero, conducido hacia el altar de la Cruz, muriendo como el Primogénito y como un Cordero sin mancha. El Cordero tiene sed, pide de beber, un soldado sujeta una rama de hisopo a una esponja empapada de vinagre, y el Señor luego de tomar el vinagre dijo:

Todo está cumplido e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Jn 19, 30

Esta es la hora donde el Pueblo de Dios es sacado de la esclavitud, donde es liberado, donde es redimido y donde la obra de Cristo es consumada en nuestras vidas. El sacrificio de Cristo no comenzó en la cruz, comenzó en la Última Cena. Ahí es donde comenzó el sacrificio. Y me permito “robarle” estas palabras a Scott Hahn: “la Cena de la Pascua por la que Jesús inició la nueva alianza sellada con su propia Sangre no termina en el aposento alto, pero sí en el Calvario. Se trata de una sola pieza”.

El objetivo final es restaurar la comunión con Dios. Y esto es lo que significaba comer el cordero. ¿Quién comparte una comida en común? La familia. ¿Y qué es este signo? El pacto. Y ¿qué es un pacto? Un vínculo de la Sagrada Familia. En el pesaj se comía un cordero, el cual no debía tener ningún hueso roto, debía estar en perfecto estado para ser ofrendado a Dios. San Pablo lo ha dicho perfectamente: “Cristo, nuestro Cordero pascual, ha sido sacrificado y ahora vamos a celebrar la fiesta” (1 Co 5, 7-8). Jesús es el Cordero al cual celebramos en cada Eucaristía.

En la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, el del servicio, el de compartir, el del don, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si se comparte, se convierte en riqueza, porque el poder de Dios, que es el del amor, desciende sobre nuestra pobreza para transformarla. Papa Francisco, Homilía del 30-5-2013

El que fue presentado en Juan como “El cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, en tiempo de Pascua nos dice: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne, para vida del mundo” (Jn 6, 51).

En el Apocalipsis lo vemos nombrado como el Cordero pascual, y cada vez que vemos al Hijo recordamos la Pascua, y recordamos la última copa; todo por Él consumado fue. Todo está clavado en la Cruz, tal es su demostración de amor y tal es su demostración de poder.

Cristo se sigue entregando, porque Cristo nos sigue amando. El nuevo pacto de la Pascua es la Eucaristía, que es el mismo sacrificio de Cristo en el Calvario. Esa es la belleza de la Eucaristía. Es un sacrificio, porque el sacrificio es la esencia del amor. Él murió, y ahora su muerte y resurrección están representadas para siempre en el Cielo en el Cordero que lleva a todos a la adoración, y aquí abajo en el Cordero Eucarístico que nos lleva a todos a la adoración del Padre, como buenos hijos fieles de su familia. Somos lo que comemos.

Comemos la vida: ¿A quién jamás se le puede haber ocurrido tan gran prodigio, que la vida pueda ser comida? Él es vida por naturaleza, quien le come, come la vida. ¡Oh, banquete de delicias de los hijos de Dios! Bossuet

Eso es la Eucaristía, eso es el Cordero inmolado: es Vida.  Sería de gran anhelo que nos baste Su gracia y podamos decir como San Pablo: “Y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20).

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!