Hablar de un Santo no es nada fácil, al menos si queremos salir del esquema meramente biográfico. Pues hablar de un Santo es hablar de Cristo mismo, es hablar de Cristo en el hombre, mirando la grandeza divina a través de la miseria humana como por un vidrio borroso que poco deja ver. ¡Bella contradicción! Y hablar de Tomás de Aquino es aún más difícil porque no nos estamos refiriendo a “un Santo más”, sino a uno de esos que marcaron la historia de la Iglesia y de la humanidad con el fuego de su amor y la profundidad de su inteligencia nos estamos refiriendo a un Doctor de la Iglesia, a un revolucionario de la pluma y la oración, a uno de los teólogos más grandes que la tierra ha conocido.

Pero, ¿qué es un Santo?

Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad (Lumen Gentium 40). Todos son llamados a la santidad: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Catecismo de la Iglesia Católica, pto 2013

Santo es aquel que ha llevado una vida digna —por la Gracia de Dios— del premio eterno, es decir que “merece” el Reino prometido por Dios porque ha llevado en la tierra una vida virtuosa al servicio de Dios y de los hermanos. La Iglesia reconoce a estas personas, a estos Santos, a fin de mostrarnos a los fieles ejemplos concretos de esta vida virtuosa que pudiera conducir a nuestra alma a reunirse con el Creador.

Cada historia de Santidad se construye sobre la historia de un hombre, es decir a partir de las condiciones humanas propias de esa persona. Dichas condiciones, junto con la Gracia de Dios y el ferviente deseo de santificarse, son las que pueden conducirnos a la Vida Eterna.

Tomás de Aquino nació en Italia, en 1225; en Roccasecca. Fue educado en el seno de una familia de riqueza y ya desde joven tuvo una inclinación hacia lo apostólico. A los 19 años ingresó a la Orden de Predicadores fundada por Santo Domingo, y fue especialmente guiado y acompañado por San Alberto Magno, quien lo instó a profundizar en el estudio de Aristóteles y la razón. Tuvo una muy marcada inclinación al estudio de la Verdad, siendo filósofo y teólogo y dando lugar a la obra teológica mas icónica de la Iglesia: la Suma Teológica. Además, fue un asiduo combatiente de las herejías de aquellos tiempos, especialmente del maniqueísmo.

Fue un gran referente en su época y hasta nuestros días en el discernimiento de la relación entre Fe y razón, sosteniendo siempre que no se contradicen sino que se acompañan y complementan; y que ambas perfeccionan y plenifican al hombre como tal.

La tarea de Santo Tomás ha sido fundamental para la Iglesia, ya que integró la filosofía aristotélica, la ley natural y la teología cristiana, dando lugar a una suerte de filosofía “tomista” que sería pilar crucial en la doctrina católica durante todos los siglos venideros.

Estudió también la existencia de Dios desde un punto de partida filosófico, logrando establecer cinco vías para el conocimiento de la existencia de Dios que al día de hoy se utilizan.

Así podríamos continuar mencionando las distintas obras y estudios del Santo en torno a diferentes temas de antropología, filosofía, teología, ética, y demás disciplinas; y no bastarían para acabar de comprender su maravilloso legado. Pero, ¿en qué radica la Santidad y belleza de Tomás? ¿Cómo vemos en él a Cristo?

Este Santo italiano hizo carne la realidad cristiana que tantos consideramos trivialmente: evangelizar con la Verdad. Tomás de Aquino encarnó con una obediencia casi exagerada el mandato evangélico de ir a anunciar el Reino a las naciones (Mt 28, 19); y en esta obediencia completa, total, inocente; encontramos la semejanza con Cristo, que en una obediencia radical se entregó en la cruz por mandato del Padre. Santo Tomás de Aquino era profundo, inteligente y sumamente contemplativo; el fue la Orden de Predicadores hecha hombre, hecha persona, sabiendo comprender cada enseñanza de su predecesor Santo Domingo de Guzmán y cada palabra pronunciada por Cristo en torno a la transmisión de la Verdad, y entregó su vida al servicio del estudio, la contemplación y la transmisión de esa Verdad; reivindicando aquel lema dominico tan antiguo como preciso “Contemplata aliis tradere” (transmitir lo contemplado).

Sin embargo, hallamos una semejanza más con el Cristo del Evangelio, aún más profunda y escandalosa que la primera: la humildad. Santo Tomás no solo estudió e investigó profundamente las verdades más misteriosas de la fe sino que lo hizo con una humildad tal que al tener una visión del Paraíso quiso instantáneamente quemar sus obras con el pretexto de que nada valían, y así lo hizo con algunas de ellas. Él se consideraba siempre menos (tal señala San Pablo en su carta a los Efesios), siempre poco; tanto así que recogía fuerzas en la oración y la contemplación del crucifijo para arribar en aquellos saberes que tanto bien han hecho a la Iglesia toda. Esa pequeñez, ese espíritu de sencillez y belleza, humilde como pocos; ese le hace parecerse aún más a Jesucristo, he ahí una de las enormes claves de su santidad.

Pidió luz con plegarias e intercesiones más prolongadas de lo habitual, y finalmente, con uno de esos pocos pero llamativos gestos corporales que marcan los puntos de inflexión de su vida, arrojó su tesis al pie del crucifijo que había en el altar y la dejó allí tirada, como esperando sentencia. Dio media vuelta, bajó las gradas del altar, y una vez más se entregó a la oración. Pero se dice que los otros frailes le vigilaban, y bien pudieron hacerlo, porque más tarde declararon que la figura de Cristo había descendido de la cruz ante sus ojos mortales, y en pie sobre el pergamino había dicho: “Tomás, has escrito bien acerca del Sacramento de Mi Cuerpo”.
Fue tras esta visión cuando se dice que tuvo lugar el incidente de la elevación milagrosa en el aire. Santo Tomás de Aquino, GK Chesterton

Y finalmente, la oración. Este fraile robusto, aquietado y callado —”buey mudo” le llamaban sus compañeros mofándose de él— supo pasar sus mayores ratos allí, de rodillas frente a la Cruz, contemplando al Cristo ensangrentado que le inspirase aquellas grandes verdades que luego escribiría. Cuenta la tradición que en aquellos tiempos el Santo Padre pidió a Tomás y a San Buenaventura que escribieran himnos a la Eucaristía con ocasión de la Festividad de Corpus Christi. Tal fue la belleza con que Tomás supo relatar sobre el Sacramento que luego en un momento de oración Cristo le habló diciendo “Tomás, has hablado muy bien de mí, ¿que quieres a cambio?”, a lo que el Santo respondió: “Solo a Ti, Señor”.

Cuánto extraña el mundo moderno a Tomás, cuánta falta hacen esa obediencia, humildad y oración santas. Cuanto necesitamos esa batalla por la Verdad. Quizá el mundo pide a Dios, quizá de algún modo el mundo pide a otros Tomás; quizá el mundo necesita que los cristianos que hoy vivimos tan tímidamente seamos nuevos apóstoles de la Verdad. Quizá el mundo necesita ver el rostro de Cristo, a través del rostro de los Santos. Que este Santo Doctor de la Iglesia inspire en nosotros un deseo inapelable de alcanzar la Verdad y en ella, a Dios. Santo Tomás de Aquino, ¡ruega por nosotros!

Agustín Osta

Publica desde noviembre de 2019

Católico y argentino! Miembro feliz de Fasta desde hace 12 años. Amante de los deportes, la montaña y los viajes. Amigo de los libros y los mates amargos. Mi gran Santo: Pier Giorgio Frassati. Hijo pródigo de un Padre misericordioso.