En estas épocas tan vertiginosas, saber gestionar el tiempo de manera conveniente, es posiblemente uno de los grandes desafíos para laicos y consagrados, para aquellos que buscamos e intentamos hacer buen uso de ese tiempo, corto o largo, que Dios nos regala cada día. ¿Y cuál es si no el mejor uso de nuestro tiempo? El que se invierte en santidad, en bienes eternos, claro está. 

Sin embargo, el reloj suele tendernos una trampa, con la aguja que apura cada movimiento, y el “tic tac” que resuena en nuestra cabeza alertando la llegada de un nuevo quehacer, de un nuevo retraso, de una nueva carrera diaria contra todo. El tiempo es un aliado del cristiano, pues con él puede hacer mucho bien, puede darle un valor eterno sin importar cuán corto sea el tiempo terrenal, y eso tiene un inmenso valor. Por otra parte, puede ser también una gran tortura, pues vivimos en un siglo donde todo es “ya”. La liquidez de las cosas nos reclama constantemente, y pareciera que el paso del tiempo muchas veces nos consume la vida sin tregua y nos somete cruelmente a estar a su servicio en lugar de poner el tiempo a nuestro servicio. En fin, gestionar el tiempo es importantísimo. Aprender, practicar y lograr otorgar el tiempo necesario a cada cosa es fundamental para un buen paso cristiano por la vida terrena, pues el tiempo que tenemos suele ser muy poco para tanto bien que se necesita hacer.

El trabajo, en este sentido “temporal”, adquiere una dimensión gigante. Pasamos mucho tiempo trabajando. Son muchas las horas que pasamos realizando la actividad que nos permita ganarnos el pan, crecer, progresar materialmente, etcétera. Y esto pareciera, en la mayoría de los casos, algo por completo inevitable. Ahora bien, Dios no me pide que sea Santo en ciertos momentos de mi vida, y en otro no. Es decir, Dios me pide que viva como santo, Dios me pide que lo ame todo el tiempo. Y esto, claro, incluye el tiempo que pasamos trabajando. La Santidad tiene muchísimo que ver con el trabajo en personas que pasan tanto tiempo de su vida trabajando.

Pero hay otro punto importante aquí. Y es que el trabajo como actividad propiamente no es sólo un medio de supervivencia, tampoco es un castigo de Dios. La actividad humana lo dignifica y plenifica, y permite que ponga en acto aquellas potencias que tiene él y solo él como persona: intelectivas, afectivas, emocionales, prácticas. El trabajo permite que cada uno se gane lo que le corresponde con su esfuerzo y sacrificio; y entrega a quien trabaja una dignidad mayor desde el momento en que puede colaborar con su entorno desde sus talentos y habilidades y volcarse a una determinada actividad. El Siervo de Dios argentino, Enrique Shaw; fue un empresario honesto y un justo varón, que es reconocido por haberse ganado la santidad justamente desde su trabajo cotidiano. Veamos lo que dice:

La verdadera nobleza del hombre está en el trabajo, que será tanto más elevado cuanto más exija el uso de las facultades humanas. Siervo de Dios Enrique Shaw

Lo que señala el santo aquí, es que justamente cuando la actividad laboral demanda más del hombre, es decir demanda mas de él, de lo que es; esta actividad lo humaniza, es decir pone en acto esas potencias que tiene. Por el contrario, las actividades inmorales, o cuya materia es inherentemente mala; no lo dignifican si no que lo alejan de lo que es y lo deshumanizan, acercándolo más a lo que en realidad es un animal, y eliminando o eclipsando la belleza que el hombre tiene per sé.

Pero volvamos a la cuestión del tiempo. Nuestro tiempo tiene valor propio solo en clave de eternidad. El tiempo terrenal que no utilizamos -directa o indirectamente- para alcanzar los bienes eternos, no sirve en realidad. Sabemos que es tiempo perdido, y que en nada nos mejora y perfecciona. Por ello es tan importante consagrar nuestra vida entera, cada cosa que hacemos, cada acción, cada pequeña obra, cada palabra o pensamiento; hacerlo amando a Dios, y en Dios amando al prójimo. Para que cada acción en esta vida sea un paso hacia la Eterna. 

El trabajo en esto no es la excepción. El trabajo humano realizado con amor a Dios y al prójimo y buscando en todo el bien, es un maravilloso medio de santificación. Y no nos referimos expresamente a la evangelización, por supuesto que si puedo evangelizar y conducir a otros a Dios esto será bienvenido, y estoy llamado a eso sin ninguna duda; pero el hecho de hacer mi trabajo con amor y para amar, ya es para mi alma un modo de alcanzar a Dios, de llegar a Él y de estar con Él. Repasemos otra vez las palabras de Enrique Shaw:

Debemos aumentar el mérito de nuestras obras, haciéndolas con la intención de alcanzar la unión con Dios, de vivir la caridad con intensidad y fervor. Siervo de Dios Enrique Shaw

El trabajo como actividad humana no proviene -como muchos creen- de un castigo divino en el Génesis donde Dios dice a Adán “ganarás el pan con el sudor de tu frente“. En realidad, Dios ya había enviado a trabajar al hombre cuando indicó que debía “administrar y beneficiarse de la tierra”:

Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. Génesis 1, 28

Dios envía al hombre a dominar (gobernar o tener poder sobre) la tierra. Nos coloca Dios en el mando, en la cabeza y para el control de toda aquella belleza, su flora, su fauna. Ese envío implica en sí la actividad humana del trabajo, donde el hombre podría volcarse a sí mismo las tareas de riego, cosecha, plantación, cuidado y cultivo, por ejemplo. El hombre debe ser capaz de ejercer este dominio en buen orden y proporción, y beneficiarse de todo ello como la creatura más perfecta sobre la tierra visible. Ese mandato divino, bien cumplido, es un medio de santidad, pues ha sido una misión asignada ni más ni menos que por Dios para el hombre.

Todos estamos llamados a santificarnos en el trabajo, como lo estamos en cualquier otro ámbito de nuestra vida, sin excepción. La belleza de la santidad está también en esa transversalidad del amor que atraviesa la vida entera, y no sólo una parte o porción de ella. Vivamos esa belleza, donde quiera que nos toque desenvolvernos. Dios está allí esperándonos para “dejarse amar por nosotros”. Ver a Dios en todos y en todo, amarle siempre, y encontrarle en la eternidad luego de los umbrales de la muerte. A eso estamos llamados.

Agustín Osta

Publica desde noviembre de 2019

Católico y argentino! Miembro feliz de Fasta desde hace 12 años. Amante de los deportes, la montaña y los viajes. Amigo de los libros y los mates amargos. Mi gran Santo: Pier Giorgio Frassati. Hijo pródigo de un Padre misericordioso.