Ante la publicación de la encíclica Fratelli Tutti, la tercera encíclica del Papa Francisco, muchos jóvenes católicos nos vemos asaltados por multitud de cuestiones que a menudo son interpretadas en clave política e ideológica. El subtítulo de la encíclica es sobre la fraternidad y la amistad social, y en especial trata el tema de la pobreza.

Son cuestiones difíciles de entender y cuya respuesta parece volverse variable y mutable según qué referente nos la proporcione. No podemos caer en una interpretación socialista de la función de la Iglesia en la vida pública. Debemos tener claro que es un error interpretar fraternidad sin el fundamento teológico de la comunión de lo santos y otros aspectos similares, como las desigualdades sociales, en especial el sentido de la pobreza. No debemos de olvidar que somos pescadores de almas, que la Iglesia vela por nuestra salvación eterna, no por la material. Como dice en estas dos ocasiones San Mateo:

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielo. Mateo 5, 3

Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los cielos. Mateo 19, 23-30

A continuación les presento un artículo de una autora invitada, Pilar Gallego, para mirar la pobreza desde la Gracia.

¿Qué es la pobreza? ¿Qué tiene que ver con nosotros? ¿Cómo debemos posicionarnos ante ella? ¿En qué manera la Iglesia vive de esta realidad? En este artículo interpretaremos la belleza de la pobreza, pero desde el punto de vista de la tradición y la literatura. Sin duda, mucho puede decirnos la literatura cristiana de los últimos siglos, concretamente autores como Fiódor Dostoyevski, Georges Bernanos, o León Bloy, cuya genialidad literaria nos presenta y dibuja los grandes misterios de la fe.

Como respuesta a la primera de las cuestiones, el novelista francés Bernanos entiende que la pobreza, lejos de ser una realidad social que el católico ha de cambiar y erradicar, es uno de esos lugares misteriosos donde se cumple el misterio de la gracia; infancia, pureza y pobreza son conjuntamente la esencia de las bienaventuranzas. De ahí que el autor afirme de manera contundente que los pobres salvarán al mundo, y lo salvarán sin quererlo, contra su voluntad, y sin pedir nada a cambio, por desconocer el precio del servicio que habrán prestado. Más aún, no vacila en denunciar el desprecio que el mundo moderno profesa contra la pobreza evangélica, pues en ella se puede entrever el misterio de lo sobrenatural que las sociedades modernas niegan con tanto empeño.

Me atrevo a escribir que una sociedad sin pobres es cristianamente inconcebible, y si ya nadie tiene ya valor para escribirlo después de mí, considero que no habré vivido en vano. ¿Queréis una sociedad sin pobres? Pues no tendréis más que una sociedad inhumana, o, más bien, la tenéis ya… El mundo moderno tiene dos enemigos, la infancia y la pobreza. ¿Qué no tenéis más necesidad de pobres que de santos, decís? Bien. Vais a ver, estáis viendo ya lo que podrá ser mañana una sociedad sin santos y sin pobres. Por cada pobre menos, tendréis cien monstruos, y por cada santo menos tendréis cien mil monstruos. (comentando a Bernanos) Charles Moeller

Así, los cristianos estamos llamados a defender y proteger la pobreza de espíritu que proclaman las bienaventuranzas, junto con el espíritu de pureza y de infancia, pues dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad. Bernanos es incansable a la hora de acusar y recriminar la tibieza de esos “bien-pensantes” que prefieren optar por el silencio cobarde antes que custodiar la promesa revelada.  El cristiano se abre a la comunión en el sufrimiento de los hombres con un fin redentor; no por buscar la superación de la miseria, sino su aceptación; no por promover el progreso y la sociedad del bienestar sino con un fin mucho más participativo, siendo más parte del cuerpo místico de Cristo.

Algunos de los personajes de Dostoievski encarnan perfectamente este misterio de la expiación de las culpas de los demás, tomando sobre sí la pobreza y la miseria de otros. Un clásico ejemplo es la belleza de Sonia, en Crimen y castigo, quien, a través de su sufrimiento, salva a Raskolnikov; y también el príncipe Michkin, de El idiota, quien haciendo suyo el pecado de Rogochin al final de la obra se sume en la más profunda “enfermedad” de manera irreversible.

La Iglesia se entrega a este acompañamiento y abnegación en la pobreza. Su discreta intervención, que va más allá de actuar como intermediaria para extinguir el odio y las desigualdades entre los pueblos, revela y pone de manifiesto el misterio de la Redención. El misterio se completa en la Iglesia, quien queda perfectamente reflejada en la figura de la protagonista de la obra La mujer pobre de Bloy, Clotilde, retrato y modelo de la verdadera pobreza.

De tanto sufrir, esta cristiana llena de vida y de fuerza ha comprendido que, […] no existe más que un medio de estar en contacto con Dios, y que ese medio, enteramente único, es la Pobreza. (…) la pobreza difícil, indignante y escandalosa a la que es preciso socorrer sin ninguna esperanza de gloria y que no tiene nada para dar a cambio. Afiliada a todas las miserias […], su continua plegaria es una antorcha que ella sacude contra los poderosos. La mujer pobre, Leon Bloy

Sabido es, comenta Bloy, que el Maestro se escondió a menudo entre los indigentes. Y es el mismo San Pablo quien nos enseñó que siempre hay algo que le falta al sufrimiento de Jesucristo, y que ese algo tiene que realizarse en los miembros vivientes de su cuerpo.  La Pobreza es capaz de mostrarnos el rostro de la única Belleza capaz de salvar al mundo.

Este es un articulo de una autora invitada, Pilar Gallego, para mirar la pobreza desde la Gracia.

Guadalupe Belmonte

Publica desde marzo de 2019

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De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.