No podía dejar pasar esta gran oportunidad que se me brinda… Mostrarles la breve e intensa historia de uno de mis santos predilectos. Su fiesta se celebró hace unos días atrás, el 15 de Agosto, pero su día también es el día de la Asunción de la Virgen María. Por ende, no solemos escuchar mucho de este gran testigo de la fe.

Lector cualquiera que seas: sabe que el mérito de Esteban y Tarsicio es igual. A los dos, después de su triunfo, el Papa Dámaso dedica este elogio. Esteban fue sepultado bajo una tempestad de piedras, por los de su misma raza, a quienes exhortaba a ser mejores. El fiel Tarsicio, al servicio del altar, triunfa sobre sus enemigos arrebatando prontamente la palma del martirio. Tarsicio mientras llevaba el Sacramento de Cristo, fue sorprendido por un impío que intentó arrebatarle su tesoro y exponerlo a la burla de los profanos. Prefirió morir y exhalar su último aliento, antes que dejar caer la Carne Divina a los perros rabiosos. Epitafio de San Tarsicio por el Papa San Dámaso

Hace muchísimo tiempo, aproximadamente en el año 257 d.C, nacía un pequeño niño romano. Por aquel entonces, los cristianos eran perseguidos… El Emperador Valeriano los buscaba para matarlos. Fueron épocas donde se regó mucha sangre, por eso, los cristianos debían esconderse para celebrar la Santa Misa.

A medida que iba creciendo el pequeño, se iban intensificando las búsquedas y muertes de cristianos, pero nadie se imaginaba el futuro de ese niño. Llegado el día, al fondo de una cueva, de noche, con pequeñas velas que alumbraban lo justo y necesario, realizaban encuentros los cristianos con el Papa Sixto II.

Esa misma noche oscura, al finalizar la Misa, el Papa con su gran voz hizo la siguiente pregunta: “¿Quién se anima a llevar la comunión a nuestros hermanos encarcelados?”. Un silencio estremecedor se apoderó de la catacumba, hasta el punto de escuchar solamente el sonido de las hojas de los árboles que había fuera de la cueva. Por unos segundos no se escuchó nada más que eso, hasta que un jovencito, con mucho ánimo exclamó: “¡Santo Padre, permítame llevarle la comunión a mis hermanos!”. Sixto II ante aquel jovencito quedó perplejo, al igual que todos en la cueva… Tanto es así que los presentes se miraban entre ellos y no entendían lo que sucedía.

 Servid con generosidad a Jesús presente en la Eucaristía. Es una tarea importante, que os permite estar muy cerca del Señor y crecer en una amistad verdadera y profunda con él. Custodiad celosamente esta amistad en vuestro corazón como san Tarsicio, dispuestos a comprometeros, a luchar y a dar la vida para que Jesús llegue a todos los hombres. Audiencia general de Benedicto XVI el 4/8/2010 

Antes de continuar con la narrativa, hacemos un paréntesis; Primero debo aclarar que hablamos de un tiempo de persecución, por lo tanto, no solo hablamos de matanza sino  también de encarcelamiento de cristianos. La Iglesia tenía (y tiene) la misión de hacerle llegar la Eucaristía a los prisioneros, y en ese tiempo se solía mandar un acólito o un fiel para socorrer con el sacramento a los hermanos encarcelados; por otro lado, se cuenta que Tarsicio conocía bien los caminos de Roma, y que no era la primera vez que llevaba la comunión a los cristianos… Se cuenta de este santo que solía ser el acólito del mismo Papa Sixto II.

El Santo Padre entra en diálogo con el niño, y decide explicarle que es un jovencito muy valiente pero que era una misión muy peligrosa. Hasta el punto de poder perder la vida, por ende, decide negarle el permiso. El joven, descontento ante esta respuesta, redobla la apuesta, y movido por el Espíritu Santo le dice: “Santo Padre, ¿Cómo sospecharán de un niño inocente de tan solo 12 años? Es más seguro que lleve yo la comunión a mis hermanos antes que cualquiera de esta sala”.

Sixto II tras volver a pensarlo, delega la responsabilidad en el niño de llevar consigo el alimento para el alma de los cristianos que estaban a punto de morir… Responsabilidad que como antes le explico, implicaba defenderla hasta con la propia vida. El Sumo Pontífice lo bendice, lo felicita y le otorga el pan de Vida. Esa misma noche, fue ovacionado por todos los presentes en el lugar.

Al día siguiente, temprano, el joven de tan solo 12 años de edad, tomó consigo la Sagrada Eucaristía, y tras colgársela en el cuello, emprendió el camino. Sobre su pecho se encontraba la comunión, la cual apretaba y protegía con sus manos. A medio camino, mientras recorría la ruta indicada, unos jóvenes que estaban jugando, conocidos de Tarsicio, ven que lleva algo consigo apretado contra su pecho, y comienzan a preguntarse qué era…

Descubren que llevaba la comunión a los encarcelados, por lo que corren hacia él, y sin preguntar, lo interceptan para quitarle eso que tenía atado y guardaba contra su pecho. Se burlan del niño, y éste comienza a ser atacado… Le escupen, lo golpean y opta por resistirse, por ello lo tiran al suelo. Lo patean, le pegan en la cabeza, en las manos, en la panza, intentan separar sus manos del pecho, pero no lo consiguen… y al ver que no pueden, deciden seguir apaleándolo. El niño comienza a sangrar, a desfallecer, hasta el punto de que no podía respirar, y justo ahí, en ese preciso instante, llega un soldado de nombre Cuadrado, que decide convertirse al cristianismo a escondidas para que no lo persigan. Cuadrado se dispone a apartar a los chicos del niño, el cual encuentra medio muerto. Después, decide comprobar si puede separar las manos del pecho del niño, y pese a ser tan grandote y fortachón, tampoco logra hacerlo. El niño estaba en sus últimos minutos… no podía ni hablar, por lo que automáticamente el soldado decide levantar al niño del suelo, y llevárselo al Santo Padre.

Al llegar el soldado a la casa del Santo Padre, el niño ya había fallecido…El Papa fue corriendo a su encuentro, y con los ojos llorosos, observa al guerrero y le pide explicaciones. El soldado le cuenta lo sucedido, y también le comenta que no pudo abrir sus manos para ver que tenía dentro de ellas, y rescatarlo. Sixto II rezaba por el alma del muchacho ,y tirado en el piso, con los ojos llorosos, toma las manos del niño, y sin ningún esfuerzo, logra abrirlas, y sacar de la cajita que llevaba en su pecho la Sagrada Eucaristía. Posteriormente la toma y la lleva a su lugar, le agradece al soldado por sus servicios, y sigue rezando por el muchacho, el cual fue llevado a las catacumbas de San Calixto para enterrarlo.

El testimonio de san Tarsicio y esta hermosa tradición nos enseñan el profundo amor y la gran veneración que debemos tener hacia la Eucaristía: es un bien precioso, un tesoro cuyo valor no se puede medir; es el Pan de la vida, es Jesús mismo que se convierte en alimento, apoyo y fuerza para nuestro peregrinar de cada día, y en camino abierto hacia la vida eterna; es el mayor don que Jesús nos ha dejado. Audiencia General de Benedicto XVI el 4/8/2010

El nombre de este pequeño mártir, deriva de Tarso. No sabemos si se llama Tarsicio por la ciudad, o por el Apóstol de los gentiles, pero el santo tiene algo peculiar con San Pablo… Ya que ambos llevaban en el corazón la Pasión de Cristo hasta el martirio. Tarso significa entre otras cosas: pie, remo, ala; Podríamos decir que abarca todos los caminos: tierra, mar y aire; Una vida sin fronteras. También le viene bien esta descripción a Tarsicio.

Ese niño, ese muchacho de tan solo 12 años, llamado Tarsicio, quien defendió con su vida la sagrada Eucaristía, porque su amor por Jesús fue tan grande que no le importó perderla; No le preocupó que sucedería con él, solo le interesó que otros pudieran conocerlo y recibirlo como lo hacía frecuentemente él mismo. Por todo esto, este “pequeño mártir” es patrono de los jóvenes adoradores y de los monaguillos.

La Iglesia necesita testigos. El mundo de hoy está harto de palabras, cansado de discursos… Por eso necesitamos testigos, y necesitamos ser testigos del Resucitado.

Hace no mucho me encontraba leyendo un libro y les comparto algo que me ha llamado la atención: San Agustín en un sermón sobre la última Cena, intentaba disuadir al Señor para que no instituyese la Sagrada Eucaristía diciéndole: “Insanis, Domine!”, “¡Te has vuelto loco, Señor!”

Y claro que sí, la Eucaristía es una locura de Amor; Y esta es la clara dirección de la devoción a este pequeño mártir, que por cierto, de pequeño no tiene nada como hemos visto.

San Pablo nos dice: “Sed imitadores mios, como yo lo soy de Cristo” (1 Cor 4,16). Una vida centrada en la Eucaristía tiene en San Tarsicio un modelo perfecto para ser imitado. Nosotros haremos presentes a Cristo en la temporalidad, en la medida en que la Eucaristía sea el centro de nuestras vidas.

Oremos: San Tarsicio: mártir de la Eucaristía, pídele a Dios que todos y en todas partes demostremos un inmenso amor y un infinito respeto al Santísimo Sacramento donde está nuestro amigo Jesús, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!