El Conde Lucanor es una obra escrita por don Juan Manuel, sobrino del rey Alfonso X el Sabio, nieto, por ende, de San Fernando III, su abuelo. De ahí que sea llamado el infante, aunque no sea primogénito del rey. La obra fue escrita entre 1331 y 1335, y consiste en una serie de cuentos que mediante el exemplum proponen respuestas a las cuestiones que le hace el Conde Lucanor a Patronio, su consejero. Don Juan Manuel es un caso atípico en la literatura de la época ya que tiene una clara conciencia de lo que significa tener la autoría sobre una obra y también comprende que el vocabulario debe basarse en la forma común de comunicarse, sin caer en un español vulgar, pero recogiendo las palabras de la tradición y su belleza.

El léxico cuidado y claro del autor no responde a una cuestión meramente estética o rigorista, sino que es consecuencia del deseo de que sea una obra de fácil acceso sobre todo para los que antes no habían oído hablar de estos cuentos. La lengua romance tiene ya en tiempos de Alfonso X el suficiente prestigio intelectual para considerar que una obra nueva puede tener la misma calidad literaria que un clásico latino. Don Juan Manuel tiene especial delicadeza en la redacción de las oraciones, en el uso de los adjetivos; es decir, busca en su obra un vocabulario preciso que sostienen su intención de docere et delectare (enseñar y deleitar al mismo tiempo):

Et todas las razones que en él se contienen son dichas por muy buenas palabras et por los mas fermosos latines que yo nunca oy decir en libro que fuese fecho en romançe, et poniendo declaradamente et complida la razón que quiere decir, ponelo en las menos palabras que pueden ser. Don Juan Manuel: El conde Lucanor. Madrid, ed. Clásicos Castalia, 1992, pág. 21

Aquí Don Juan Manuel expresa la grandeza de las palabras de Petronio, de sus propios cuentos, que tienen el mismo nivel de autoridad que los libros. La conciencia literaria que tiene el autor sobre sí mismo, le permite destacar por encima de otros escritores medievales, esto queda demostrado en el prólogo donde explica su deseo por pulir y mantener la obra con su belleza original, sin alterar ni un detalle:

Et porque don Ioan vio et sabe que en los libros contesçe muchos yerros en los trasladar […] et los que después fallan aquello escripto, ponen la culpa al que fizo el libro; et porque don Ioan receló desto, ruega a los que leyeren qualquier libro que fuere trasladado del que él compuso, o de los libros que él fizo, que si fallaren alguna palabra mal, puesta que non pongan la culpa a él. Don Juan Manuel: El conde Lucanor. Madrid, ed. Clásicos Castalia, 1992, pág. 45

Teniendo en cuenta que es una obra de misericordia enseñar al que no sabe, la finalidad de la obra se basa en el convencimiento de que es necesario un manual de conducta, un libro que resuelva cuestiones del día a día y aspectos morales que preocupan para la salvación del alma. Cabe decir también que las cuestiones presentadas a Patronio nada tienen que ver con asuntos de campesinos o burgueses sino que, a pesar de la universalidad del alma humana, guarda notable exclusividad con las preocupaciones de los personajes de la realeza y nobles, como Don Juan Manuel. Es por lo tanto una búsqueda de la excelencia y el anhelo de un comportamiento perfecto que muestra a los hombres de altos cargos que tienen el deber de servir a Dios en todo momento. Y al mismo tiempo, como queda expuesto en el prólogo, todo debe estar dirigido a salvar el alma y dar gloria a Dios, que es en lo que se sostiene el ideal moral caballeresco.

La obra está separada en tres partes, siguiendo la tradición medieval de ordenar según las tres ternas: ejemplos, proverbios y doctrina. Esta visión trinitaria está basada en la división aristotélica de las tres clases de almas: vegetal, animal y humana. Cada una de estas almas tiene una facultad esencial; la voluntad (mundo), la memoria (hombre) y el entendimiento (Dios). Don Juan Manuel comprende que esta visión ternaria le puede servir para estructurar su camino didáctico y facilitar la comprensión de las enseñanzas. En su estructura se dirige paulatinamente del ejemplo a la doctrina, incluso dentro de la misma estructura de los cuentos, que siempre cierran con una frase de síntesis. Él ha observado que a pesar de todo el conocimiento que tienen los nobles al alcance, pocos de ellos se preocupan por leer libros, contemplar la belleza, formarse, y que son hombres más de armas que de piedad. Por ello siempre precisan de una figura como Patronio, y este libro vendría a hacer el papel de consejero y amigo.

Et porque a muchos omnes las cosas sotiles non les caben en los entendimientos, porque non las entienden, non toman plazer en leer aquellos libros nin aprender lo que es escripto en ellos. Don Juan Manuel: El conde Lucanor. Madrid, ed. Clásicos Castalia, 1992, pág. 12

Pero es consciente de que no todos los hombres acceden a la verdad y atienden a la respuesta de sus necesidades del mismo modo, por eso el sistema de división en ternas también tiene el objetivo de llegar a hombres de los temperamentos más diversos. La genialidad de Don Juan Manuel se muestra en la sutil manera de ir desplegando una enseñanza completa, primero con el ejemplo, que interpela a la parte más simple del alma, que es la vegetal, a lo referente al mundo y a la voluntad; es una enseñanza basada en el propio comportamiento de la naturaleza del hombre.

Los conocimientos que se deducen de los ejemplos, similares a las fábulas, son fácilmente aprehensibles, sin palabras de compleja retórica. Tras esto el lector se puede adentrar en las partes II-IV, correspondientes a los proverbios, donde la enseñanza que recibe ya tiene un aspecto más completo, pues está ligado a la facultad del alma animal, la memoria, que para el hombre se concreta en la tradición. Es por eso que los treinta proverbios parten de la base de que quien los enseña posee autoridad y su validez está consolidada por la tradición.

El mejor lector llegará hasta la parte V, donde se describe la doctrina en todo su esplendor, con palabras que ya no son fábulas o metáforas, sino una enseñanza reglada. Al final de la obra muestra la belleza irrevocable y sólida de la doctrina cristiana. Así, la tercera parte, la referida a la alma humana, a la razón, remite a Dios y a la Revelación. El lector es más capaz de entender la doctrina gracias a la cohesión de enseñanzas y discursos de Patronio durante toda la obra.

El Libro de los ejemplos aparece en primer lugar y es la forma que tiene Don Juan Manuel de comunicar sus conocimientos de manera amena, sirviéndose de cuentos, ejemplos e historias. Los temas tratados son concretos y diversos; enseña tanto a huir de la soberbia (E. LI), de la terquedad (E. XXXII), de la ira (E. XXIII), como a que no se debe prestar demasiado caso a la opinión ajena (E. XXIX), a no creer en agüeros ni supersticiones (E. XVIII), a vivir en el mundo dándose a los demás, (E. XLIX). Todos en el fondo remiten a poder salir airoso de cualquier situación; que el hombre sepa comportarse según su estado.

La estructura de los cuentos es la misma a lo largo de las cincuenta y un historias que se nos presentan. Constan de una fórmula introductoria repetitiva, que consiste en la aparición de un narrador extradiegético que presenta la situación en la que vemos siempre al Conde Lucanor y a Patronio, dialogando. Luego en forma de diálogo Lucanor expone su duda; acto seguido Patronio introduce la imagen de la que se va a servir para explicar el consejo. Suele utilizar personajes tanto reales (Alvar Fáñez, el propio Don Juan Manuel, etc.) como imaginarios (animales, etc.). Después Lucanor pregunta “¿cómo fue aquello?” para que Patronio se explaye más en su respuesta.

La importancia y belleza de esta obra radica en que con los ejemplos narrados se extraen enseñanzas morales que son totalmente útiles tanto para la historia como para el problema del Conde. Él acepta el consejo mediante un último diálogo, es decir, da por válida la lección recibida y manda que quede copiada en verso. Por ello todas las escenas concluyen con dos versos finales que condensan la intención última del cuento. Los cuentos no provienen únicamente del ingenio de Don Juan Manuel sino que él los recoge de la amplia tradición oral que existe en su época y utiliza el recurso oriental de las narraciones típicas para darles la forma y unidad que él desea. El hecho de que pertenezca a la alta nobleza hace evidente que él fácilmente podía acceder a fuentes muy diversas, tanto orientales, como latinas y bíblicas. Todo ello ordenado a convertir un simple diálogo entre el patrón y su servidor en un conjunto de enseñanzas con fines prácticos aplicables a la vida diaria de todo hombre, sin excepción de condición o estado.

Guadalupe Belmonte

Publica desde marzo de 2019

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De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.