El Concilio de Trento trató la cuestión de las imágenes sagradas en la sesión XXV del día 3 de diciembre de 1563, que dio lugar a un decreto de suma relevancia. Frente a la iconoclastia protestante, reafirmó el valor de estas imágenes como medio para instruir a los fieles en las verdades de la fe y para moverles a elevar su espíritu incitando a la devoción.

El hombre es cuerpo y alma, y por tanto se acerca a Dios también a través de los sentidos corporales: la belleza del arte es un camino hacia la contemplación de la Belleza divina. Esto a su vez implica una responsabilidad: como las imágenes tienen un papel tan importante, se ha de cuidar su rigor y decoro, para que no lleven a error o confusión o desvíen de los fines antes señalados.

El decoro era un concepto amplio que abarcaba tratar el asunto sagrado con el respeto debido y huir de elementos que distrajeran del tema principal, como una sobrecarga de figuras. No se reducía pues a la persecución contra el desnudo en el arte, sino que ante todo iba encaminado a preservar y potenciar la carga devocional del arte cristiano, dado que muchos artistas ponían su afán de demostrar su maestría y ser novedosos por delante de la función primordial de las obras que realizaban. Cuando esta se pierde de vista, el arte cristiano destinado a los lugares sacros pierde su finalidad principal.

Esto iba en la línea de encauzar la imaginación para ponerla al servicio de Dios, en lugar de dejarla perderse en pensamientos vanos, como había planteado san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales. El arte debe ser una ayuda para la oración, no otra cosa más que distraiga al fiel de la misma. Asimismo, el decoro implicaba prescindir de fuentes apócrifas.

Este último punto, sin embargo, no siempre se cumplirá: los evangelios apócrifos y la Leyenda Dorada del beato Santiago de la Vorágine serán dos de las fuentes más utilizadas en la iconografía. Esto es por otra parte lógico dado que muchas escenas y motivos procedentes de ellas estaban firmemente arraigados en el imaginario tradicional. Otra fuente relevante eran los grabados, como aquellos que ilustraban los libros de temática devocional y los que se generan a partir de las canonizaciones del siglo XVII.

Las directrices de Trento llegaron a toda la cristiandad por medio de los concilios y sínodos celebrados a escala regional, que las asumieron con entusiasmo. Los eclesiásticos quedaron imbuidos de estas ideas y se aseguraron de transmitírselas a los artistas cuando realizaban sus encargos. De todos modos, en España ya durante todo el siglo XVI se habían alzado voces clamando por esos mismos objetivos, destacando la constitución sinodal de Toledo de 1536 promulgada por el Cardenal Tavera, donde se hace un llamamiento a la honestidad y decencia de las imágenes sacras.

Retablo de la Iglesia de la Asunción, Jódar, Jaén (España)

Al templo protestante, frío y desnudo de arte, la Iglesia católica contrapuso un esplendor y riqueza artística mayores que en ninguna otra época, con una explosión de lujo y color y un desbordamiento del decorativismo. Esto era signo del triunfo del catolicismo y la exaltación de todos los valores que separaban a este de la herejía protestante.

Por otra parte, los predicadores encontraron un buen aliado en el retablo como apoyo plástico, y a menudo en sus sermones se valían de las representaciones para explicar los contenidos de fe y así fijarlos mejor en la mente de los fieles al unir imagen y palabra.

Los retablos barrocos pueden parecer abrumadores en un primer vistazo por la profusión de motivos, pero su lectura iconográfica suele seguir un orden bien estructurado. La calle central marca un eje de simetría, y a la hora de distribuir los temas y personajes entre las laterales, los de mayor importancia tienden a situarse en el lado del evangelio.

Los temas

Revisemos brevemente las temáticas más comunes. Los temas del Antiguo Testamento, que ya eran poco habituales en los retablos del siglo XVI, prosiguen su decadencia en el XVII y pocas veces encontraremos escenas de sus episodios, aunque sí pueden aparecer personajes aislados. Mucho más comunes son los temas de la vida de Cristo, y durante el Barroco, en consonancia con el dramatismo estilístico, sobre todo el ciclo de la Pasión con el momento culminante de la Crucifixión.

Calvario. Detalle del retablo de la Catedral Nueva de Plasencia, Cáceres

Los otros grandes protagonistas serán la Virgen y los santos, lo cual no es en absoluto novedoso, aunque ciertamente cobran incluso más importancia al erigirse en refutación contra los protestantes, que negaban su papel de intercesores ante Dios. En especial atacaban a la Virgen por considerar que los católicos habían llegado a darle un papel superior al del propio Cristo y rendirle un culto de adoración; el Concilio dejará muy clara la diferencia entre adoración y veneración. El culto mariano creció enormemente en estos años y las devociones populares se tradujeron en el arte.

Dentro del tema hagiográfico, destacan aquellos santos que fueron beatificados o canonizados durante el propio siglo XVII, como santa Teresa de Jesús. Frente a épocas anteriores, en que habían predominado las escenas narrativas de la vida y milagros de los santos, priman ahora bien las escenas de éxtasis y de martirio, o bien las imágenes conmemorativas, en que el santo aparece con sus atributos iconográficos.

En el año 1551 se celebró la sesión XIII del Concilio, donde se trató sobre el culto a la Eucaristía. Al reafirmarse el dogma de la Transubstanciación frente a las interpretaciones protestantes, se quiso potenciar este Sacramento y por ello a partir de ahora el tabernáculo ocupará un lugar sobresaliente en el retablo.

Otras tres realidades que negaban los protestantes y se intentarán defender mediante el arte son la primacía del Papa —muchas veces mediante la figura de san Pedro—, el sacramento de la Penitencia —encarnado con frecuencia en el arrepentimiento de la Magdalena— y la necesidad de las buenas obras para la salvación —no solo mediante la representación de las obras de misericordia, sino también de las Virtudes—.

Con este contexto en mente, la próxima vez que contemplemos una obra de arte de la Contrarreforma podremos no solo quedarnos prendados de su belleza o rezar devotamente ante ella, sino sumergirnos de lleno en su significación teológica e histórica. La estética y el significado serán dos alas para ascender en nuestra alabanza a Dios ante la obra de arte.

Paola Petri Ortiz

Publica desde marzo de 2019

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Historiadora reconvertida en emprendedora, entrenadora personal y nutricionista. Apasionada de la salud espiritual, mental y física. Enseñando a cuidar de nuestro cuerpo como Dios cuida de nuestra alma. Aprendiendo a dejarme amar por el Corazón de Jesús.