En su plan de amar a la humanidad, Dios decidió encarnarse en el vientre de una humilde campesina judía. Lejos del mundo imaginado, eligió un pueblo olvidado por la historia e ignorado por la economía del imperio en ese momento. En la Encarnación, el arcángel Gabriel le dijo a María que el Espíritu Santo vendría sobre Ella y el poder del Altísimo la cubriría. El Hijo de Dios se hizo carne y el rostro del Todopoderoso ya no era desconocido para la gente, pues el velo que lo ocultaba había comenzado a romperse. Por eso encontramos que el rostro de Dios siempre se revela a los pequeños.

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. San Juan 1, 14

A orillas del río Jordán, la gente se reunía para esperar su bautismo. Frente a todos ellos, un hombre de unos treinta años, completamente desconocido pero muy parecido a ellos, se embarcaba en el camino para recibir el bautismo de la limpieza de los pecados. Después de que éste hombre adoptara una actitud de oración, el río, el cielo, el aire, pero especialmente la gente que lo rodeaba, vieron cómo el Espíritu Santo descendía sobre Jesús en forma de paloma y ​​cómo la voz del Padre daba a luz a Jesús en la sociedad. Así las cosas, bautizarnos no es solo un ritual religioso, sino una apuesta por seguir a Jesús, pues seguir a Cristo no vale la pena, vale la vida. 

Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección. San Lucas 3, 22

Cuando Jesús distribuyó el pan a los que lo seguían, mostró una magnífica postura de unión con su Padre. Si Dios reconocía el sufrimiento humano y había hallado gracia en el corazón de María, era ahora entonces el Hijo quien levantaba su mirada al cielo, derramando la generosidad del Padre con humildad y plena confianza. Este poder divino se distribuía para satisfacer a todos los presentes. Vemos aquí cómo el rostro de Dios proporciona a sus hijos las cosas necesarias para llegar a la tierra prometida.

Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. San Juan 6, 11

El evangelio de Lucas nos dice que los discípulos de Emaús y los discípulos del cenáculo, cuando vieron a Jesús resucitado, no pudieron reconocerlo por su rostro, más Jesús los invita a que lo observen más allá de su rostro, es decir, a que observaran sus manos, sus pies y su costado. En este pasaje, la forma en que Dios Padre muestra su rostro es extraña, pero la verdad es que son las llagas las que resumen toda la vida de Jesús. Él tenía las manos abiertas para recibir a la gente que las habían crucificado, y sus pies salían al encuentro de la gente que los había crucificado. Sin embargo, la gente no había logrado clavar las manos de Dios Padre en la cruz, puesto que todavía estaban y siguen estando abiertas para dar la bienvenida a sus hijos. 

El Señor resucitado ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Sepamos que Él es la encarnación de la misericordia de Dios. Padre Alfonso Albuquerque 

Hermanos y hermanas: La Biblia nos permitió profundizar en el misterio de la Santísima Trinidad mientras nos narraba la forma en la que Jesús mostró el rostro del Altísimo. Buscando descubrir la experiencia de los apóstoles: los primeros hombres y mujeres de fe en la comunidad cristiana, podemos concluir que para mostrar el rostro de Dios Padre, Jesús no actuó solo, sino que mantuvo una perfecta unidad con su Padre celestial y con el Espíritu Santo, incluso desde antes de su Encarnación hasta su Ascensión a los cielos.

John Sergio Reyes León

Publica desde julio de 2020

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Soy un joven de 18 años de edad nacido en Bogotá pero residente en Medellín, la ciudad más católica de Colombia. Trato de seguir el ejemplo de los evangelistas al relatar la buena nueva que Dios ha hecho en mi vida. Parafraseando a san Pablo: Ahora no hablo yo, es el Espíritu Santo el que habla en mí.