Si tengo que elegir a un pintor como mi favorito, escogería a Caspar Friedrich (1774-1840). Pintor alemán del romanticismo del siglo XIX, estoy segura que muchos de vosotros reconocéis uno de sus cuadros más conocidos: El caminante sobre mar de nubes.

¿Y por qué este cuadro me causa tanta fascinación? Observarlo y cerrar los ojos. Al verlo experimento una sensación de libertad, sintiéndome como el protagonista del cuadro, al observar la cima de las montañas impregnadas de nubes y de niebla. Incluso una sensación de sentirse importante ante ese paisaje. No podemos ver su rostro pero con su posición nos transmite su estado de contemplación de lo que le rodea, de su mundo exterior. Este cuadro me hace salir de mí, para poder contemplar la belleza que hay fuera.

Caspar Friedrich. El caminante sobre mar de nubes
Caspar Friedrich. El caminante sobre mar de nubes

Para mi sorpresa, fue en una clase de arte contemporáneo que tuve hace unos días en mi universidad, donde mi profesora nos hablaba de la profunda religiosidad y fe de este pintor, faceta que yo desconocía.

Antes de meternos de lleno en este gran artista, os pongo en contexto sobre el romanticismo. Es un movimiento cultural y artístico originado en el siglo XIX en Reino Unido y en Alemania que se expande por el resto de Europa. Al romanticismo le precede el realismo, donde tiene protagonismo “la diosa razón”, como decían ellos. Por lo que en contrapunto, el romanticismo apoyará la importancia de los sentimientos, de las emociones… el arte de esta época tiene como función emocionar, conmover e impactar.

El romanticismo está en la manera de sentir, es la expresión más reciente y actual de lo bello. es preciso conocer la naturaleza y las actuaciones humanas. Hay una aspiración al infinito. Voltaire

No podemos continuar hablando del romanticismo sin detenernos en qué es la commoción. En su etimología, viene de la palabra latina “commovere”, que significa “mover hacia”. Es una capacidad del alma que tiene el ser humano que ante la realidad se conmueve y por lo tanto, surge en él un interés, una búsqueda que mueve a su conocimiento.

La commoción es un estado de alegría que sentimos al experimentar en nuestra realidad una plenitud, un descanso y un disfrute. Los artistas románticos buscan despertar en el espectador esta sensación. ¿Y qué cosas nos commueven, nos hacen salir de nosotros para contemplar, disfrutar?

Por las inquietudes tan diferentes que tenemos cada uno, experimentaremos esta commoción en diferentes cosas. Yo por ejemplo, en una obra de arte o en una obra de literatura, si te encanta la fotografía, te commoverá el paisaje, el enmarque y la foto realizada. Muchas veces podemos sentir que en nuestra vocación encontramos esa commoción. Algo que nos commueve a todos es contemplar la grandeza de un cielo estrellado, la luz de un atardecer, la inmensidad del mar… ¿A ti qué te commueve?

Los pintores románticos entienden el paisaje y la naturaleza como un espacio donde exponer sus sentimientos, emociones y donde reflejar su espíritu y su alma. Buscando transmitir la grandeza, la infinitud, aquello que nos trasciende. 

Friedrich entiende la pintura como un jeroglífico de Dios, e irá insertando símbolos en su obra que nos hablan de su carácter religioso. Por ejemplo, la cruz que aparece en las montañas de su cuadro Amanecer en Riesengebirge.

Un pintor debe pintar no solo lo que ve ante sí, sino también lo que ve en el interior de sí mismo. Caspar Friedrich

Una de sus obras que no conocía y me ha fascinado se titula Monje frente al mar. Podemos ver a un personaje muy pequeño en comparación con la gran inmensidad del océano y un cielo impregnado de niebla y de nubes que ocupan la mayor parte del cuadro. 

Friedrich representa al monje de espaldas, sin rostro, para que nosotros, los espectadores, nos identifiquemos con él. 

Caspar Friedrich. Monje frente al mar
Caspar Friedrich. Monje frente al mar

El monje frente a la inmensidad del océano nos puede recordar nuestra pequeñez y nuestra posición de criaturas frente a un Todo que nos trasciende y que es grandioso. La niebla nos impide observar el horizonte, es un paralelismo de anhelar aquello que no podemos ver con nuestros ojos, es un misterio, la belleza de un misterio que inquieta nuestra alma. Desear lo intangible, lo sobrenatural, aquello que se nos escapa de nuestra razón.

Yo era el monje, y el cuadro la duna; aquello que quería mirar con anhelo no estaba: el mar. Von Kleist

Con esto nos habla de un deseo, de un misterio, de la conciencia que tenemos de esta desproporción entre nuestra pequeñez y la inmensidad de la creación. Una sensación de vértigo y de miedo que nos conmueve y nos mueve a una Belleza superior. Es así como este gran artista nos proyecta su religiosidad.

El pintor Carl Gustav Carus hace un comentario sobre otra de las grandes obras que he mencionado al principio, El caminante sobre mar de nubes: 

De pie, en lo alto de la montaña, contempla las largas hileras de colinas, observa el curso de los ríos y todas las maravillas que se ofrecen a tus ojos; ¿Qué sentimiento te invade? Es un rezo sosegado, te pierdes en el espacio infinito, todo tu ser experimenta una clarificación y una purificación, desaparece tu yo, no eres nada. Dios lo es todo. Carl Gustav Carus

El protagonista, otra vez representado de espaldas para identificarnos con su posición, contempla la sublimidad de la naturaleza. 

El espectáculo tiene algo mágico, sobrenatural, que arrebata el espíritu y los sentidos, nos olvidamos de todo, nos olvidamos de nosotros mismos, nos sentimos conmovidos ante una realidad que nos precede, que ha sido Obra de Alguien. Y buscamos, nos emocionamos y pensamos: Todo nos ha sido regalado. 

Podemos aprender de ambos personajes que encontramos en estos cuadros. El caminante, por el título del cuadro, quizá sería un hombre que salía a pasar por aquellas montañas y de repente, se siente fascinado por el paisaje y se para a contemplar, a disfrutar de las vistas por muy rutinarias que sean. La realidad que hay fuera de nosotros seguirá siendo la misma, pero en nosotros está la capacidad para mirar con una mirada nueva, de asombro. 

Quedan muchas más cosas por reconocer que por conocer. Fabio Rosini

El monje parece que reconoce su pequeñez y su humildad, y es fascinante que, por ejemplo, ante un cielo estrellado, nos sintamos así. Que con la naturaleza sintamos nuestra condición de criaturas, de Hijos, es de las sensaciones más auténticas. Porque experimentamos lo que somos: pequeños hijos amados, que buscan, aunque haya niebla y no puedan ver el horizonte, a su Padre. 

Que no dejemos de asombrarnos ante lo más insignificante que podemos encontrar en nuestro día, que las prisas, el ruido, la rutina no nos quiten lo más humano que hay en nosotros: contemplar y emocionarnos. 

Beatriz Azañedo

Publica desde marzo de 2019

Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.