La celebración de Pentecostés es un festejo que la Iglesia espera piadosamente cada año. En ésta se hace memoria de la venida del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los apóstoles, cincuenta días después de la gran fiesta de la Pascua. Esta festividad es el cumplimiento de la promesa de Jesús que da paso a la fundación de la Iglesia. Junto a la riqueza de esta fiesta solemne y de la belleza de su contenido simbólico, la Iglesia anima al pueblo de Dios a pedir especialmente en este día los siete dones del Espíritu Santo que otorgan la fuerza necesaria para asumir con valentía la misión encomendada por el Señor resucitado.

Jesús se acercó y les habló así: “Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia”. San Mateo 28, 18-20

Por lo tanto, a través del Bautismo recibimos el Espíritu Santo y le damos la bienvenida por completo el día de nuestra Confirmación, asumiendo que es un consejero en nuestras vidas. Sin la gracia del Espíritu Santo, un cristiano no podría convertirse en un verdadero evangelizador, ya que no estaría predicando al Señor, sino que se estaría predicando a sí mismo. Por consiguiente, no se convertiría en siervo del Señor, y esto porque el valor, la perseverancia en la misión, la paciencia, el amor al prójimo y la paz interior, sólo pueden provenir del Espíritu Santo. Así pues, como templos del Espíritu Santo que somos (Cfr. 1 Cor 6, 19), debemos proteger nuestro cuerpo de la mediocridad del mundo, cultivando la belleza de los valores del Reino y demandando permanentemente sus dones para su predicación y nuestro testimonio.

¿O no saben que sus cuerpos son templo del espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos. 1 Corintios 6, 19-20

De esta manera, el Espíritu Santo es quien santifica a la Iglesia, le da vida y unidad, la fortalece y le da sus dones. Así mismo, inspira e insta incansablemente en nosotros, los cristianos, a predicar individual o colectivamente la belleza del mensaje de Salvación en los diferentes ámbitos de la vida humana, pues es en estos entornos en donde el testimonio cristiano de la Iglesia debe ser la presencia fiel de la caridad de Dios.

Las personas que sonríen tienen el sol dentro, es la luz del Espíritu Santo. Santo Padre Francisco

En su sermón en Santa Marta, el 17 de mayo de 2018 el Papa Francisco enfatizó que “la Iglesia nos necesita a todos para ser profetas, hombres y mujeres de esperanza”, aconsejando valientemente a las personas cuando su comportamiento no sea apropiado; profetas compasivos que se conmuevan por el dolor del otro y lloren con éste cuando sea necesario. Este comportamiento misionero es el resultado de las acciones del Espíritu Santo, las cuales lideran el camino de la esperanza y buscan siempre la unidad de la Iglesia, dando forma al Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.

Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso. Benedicto XVI

Para terminar, es el Espíritu Santo quien tiene el poder de instarnos a realizar cosas que por nuestro propio poder no podríamos hacer. Por eso nos da sus siete dones, según la fe de sus siervos, para que por su gracia aceptemos con valentía las realidades de la vida cotidiana. Queridos lectores y lectoras: Que el Espíritu Santo continúe guiando nuestras vidas con su gracia y nos guíe siempre por el camino recto para que podamos convertirnos en fieles servidores de Dios y constructores de un mundo más fraterno y más justo.

John Sergio Reyes León

Publica desde julio de 2020

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Soy un joven de 18 años de edad nacido en Bogotá pero residente en Medellín, la ciudad más católica de Colombia. Trato de seguir el ejemplo de los evangelistas al relatar la buena nueva que Dios ha hecho en mi vida. Parafraseando a san Pablo: Ahora no hablo yo, es el Espíritu Santo el que habla en mí.