La vida es una serie de cambios constantes, desde que nacemos hasta el día de hoy que tenemos la dicha de seguir estando vivos; todo es una constante de cambios en nosotros mismos. Algunas veces nos parece imperceptible, pero siempre hay un continuo cambio; así sea en nuestro cuerpo, en nuestra mente o en nuestro corazón.

Dicen que dos de los problemas más grandes de las personas son no saber cuándo empezar algo y no saber cuándo terminar algo. Ya que ambas nos generan un cambio, que no sabemos cómo queremos afrontar o por otra parte, no pretendemos afrontar.

Todos nosotros podemos entrar en muchas complicaciones si no consideramos el inicio y el fin de los ciclos que están incluidos en nuestra vida, ya que las personas pueden aferrarse de igual modo hacia otras personas como a las cosas materiales; al esfuerzo entregado a alguna actividad que nos ha brindado alegrías y quizá también malos momentos o a los mismos recuerdos que tenemos de lo que hemos emprendido. Todo ello en algún punto nos genera un impedimento que nos ciega de la belleza de nuestro servicio hacia los demás, nos genera un obstáculo para continuar libremente en nuestro caminar hacia el objetivo principal, seguir a Cristo.

Ambas situaciones están estrechamente relacionadas y una contiene los mismos elementos que la otra. No saber en qué momento dar inicio a una etapa puede contener miedo, soledad, tristeza y ansiedad, al igual que el meditar cuándo concluir un proceso que sabemos que ha llegado a su fin en nosotros. Estos sentimientos son los que nos impiden continuar con libertad y entrega, porque son la barrera que nosotros mismos ponemos ante Él para que no nos pueda mover la tierra en la cual estamos trabajando ya que queremos mantenernos en ese estado en el cual hemos encontrado una estabilidad donde quizá nos encontremos bien pero ya sin producir fruto alguno.

No nos percatamos que Dios viene a mover esa tierra que somos nosotros mismos, Él viene a arar el terreno que ya dio una cosecha para que pueda dar una nueva

Aceptar el cambio es el primer paso para volver a encontrar el sentido de la belleza a nuestro caminar. Así como Jesús en el momento que sabía que los días para partir al Cielo estaban por terminar, aceptó que sería un momento de nuevas cosas para Él y para sus discípulos; y es en ese instante en que Cristo nos ayuda a encontrar el sentido a ese cambio. (Cfr. Lc 9, 51-62).

Jesús le contestó: el que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios (Lc 9, 62)

La fe, para nosotros los cristianos es ese tranquilizante para la vida; recibimos de grata manera todo lo que significa para nosotros paz, armonía y serenidad. Pero querer estar con Él requiere de sacrificio y esfuerzo. Él mismo murió en una cruz y con ello aprendimos que el amor conlleva renuncia y sufrimiento y ese amor precisamente no debemos buscarlo, pero tampoco podemos huir de él cuando llegue.

Pues cada actividad que se nos presente en una nueva etapa de nuestra vida es una oportunidad única; la cual puede permitirnos darle continuidad a nuestros esfuerzos pasados con una nueva encomienda que de una forma diferente será también un medio para dar a conocer el Reino de de los Cielos y que sin duda alguna contendrá nuevos sacrificios y renuncias, pero que mantendrá la esencia del significado de nuestras vidas, seguir a Cristo.

Tal vez hemos aprendido a “domesticar” un poco el Evangelio, con todas sus palabras que nos indican verdades fuertes para nosotros, con la intención de que no nos duela o incomode tanto lo que debemos de hacer. Tener miedo de comenzar o terminar una etapa es normal, por nuestra naturaleza siempre tenderemos a querer saber cómo empezarán o culminarán las cosas y con ello estar un paso adelante y buscar la mayor seguridad de lo que va a suceder para poder estar preparados para reaccionar. Pero en esa misma línea nos estamos olvidando de confiar. Y olvidamos sus palabras, las que le dijo a Tomás en el momento que se les apareció a sus discípulos por segunda ocasión después de haber resucitado, y con ello también olvidamos que estamos siendo arropados por alguien que está todo el tiempo con nosotros.

Jesús le dijo a Tomás: tú crees porque me has visto. Dichosos los que creen sin haberme visto (Jn 20,29)

Ahora podemos reconocer las dificultades que pudiéramos tener en nuestra vida y asumir las excusas y desviaciones que le podemos dar a nuestra realidad, con ello podemos aceptar levantarnos y pedir al Señor que nos ayude a entender en dónde nos hace falta crecer aunque tal vez esto duela en alguna medida.

Intentando esto todas las veces que sea necesario podríamos ayudar a erradicar aquella problemática que mencionamos al principio. Poner nuestro futuro en sus manos sabemos bien que no siempre es sencillo, pero con ello definitivamente es más fácil desapegarnos de las cosas y de las personas. Bien lo dijo Jesucristo cuando le respondió a aquella persona que le dijo que le seguiría a donde vaya: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58). En palabras del jesuita español Luis Espinal, que nos dice que nos da miedo gastar la vida, es muy sencillo de entenderlo: “… Gastar la vida es trabajar por los demás aunque no paguen; es hacer un favor al que no va a devolver; gastar la vida es lanzarse aun al fracaso, si hace falta, sin falsas prudencias; es quemar las naves en bien del prójimo. Somos antorchas que solo tenemos sentido cuando nos quemamos; solamente entonces seremos luz. Líbranos de la prudencia cobarde, la que nos hace evitar el sacrificio y buscar la seguridad […] Entrénanos, Señor, a lanzarnos a lo imposible, porque detrás de lo imposible está tu gracia y tu presencia.” (Luis Espinal)

Ahora que ya has podido conocer la belleza que puede contener el aceptar y afrontar los cambios, ¿seguirás teniendo miedo de realizar un cambio en tu vida para seguir a Cristo?

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.