Hace muchos años, hubo una guerra.

Una que fue tan cruel y tan innovadoramente sádica, que fue llamada la Gran Guerra.

En el Reino Unido, el 17 de enero de 1916, fue aprobada la Ley del Servicio Militar, obligando a cientos de jóvenes a abandonar sus estudios y sus familias para ir al campo de batalla.

Uno de aquellos jóvenes tenía sólo 24 años de edad. Era estudiante de Oxford, católico y, como él diría de sí mismo, “con demasiada imaginación y poco valor físico”.

El nombre de ese muchacho, es John Ronald Reuel Tolkien.

La sombra del pasado:

El dolor es una piedra de afilar para un temple duro

J.R.R.Tolkien

Tolkien nació un 3 de enero de 1892 en Bloemfontein, Sudáfrica.

Desde pequeño destacó por una especial sensibilidad a la belleza y una gran afición por los fenómenos del lenguaje humano.

Cuando contaba con 4 años, a mediados de abril de 1895, su madre Mabel (de 25 años) y su hermano Hilary (de 4 años) partieron a Inglaterra.

A partir de este momento, el dolor empezaría a invadir la vida de Tolkien. .

Su padre, Arthur, que se había quedado en Sudáfrica debido a situaciones laborales, falleció el 15 de enero de 1896.

Allá en Inglaterra, Mabel alquiló una casa en Birmingham, donde conoció al Padre Francis Morgan, figura esencial en la vida del autor.

En el año 1900 Mabel se convertiría al catolicismo, y bajo la ayuda del sacerdote empezaría a llevar a sus hijos a Misa los domingos y a transmitirles la Fe.

Cabe destacar que en los tiempos de Tolkien la creencia por antonomasia en Inglaterra era la herejía anglicana, por lo que ser católico no sólo significaba ser mal visto sino considerado objeto de repudio popular.

Ser católico era sinónimo de ser retrógrado, anti patria e impuro.

Pero esta nueva etapa no duraría mucho, pues en 1904 Mabel caería en un coma diabético y moriría el 14 de noviembre de ese mismo año, dejando a sus dos hijos completamente huérfanos bajo la total tutela del Padre Morgan. Cuando sucedió esto, Tolkien tenía tan sólo 12 años.

El autor diría mucho después sobre su madre Mabel:

Mi querida madre fue en verdad una mártir, y no a todos concede Dios un camino tan sencillo hacia sus grandes dones como nos otorgó a Hilary ya mí, al darnos una madre que se mató de trabajo y preocupación para asegurar que conserváramos la fe

Luego, cuando Tolkien tenía 16 años, conoció a quien sería su futura esposa: Edith Brat, que entonces contaba con 19 años.

El Padre Morgan, sin embargo, viendo el potencial que tenía el joven autor, le prohibió tener relaciones amorosas hasta que fuera mayor de edad (en Inglaterra, dicha mayoría se alcanzaba a los 21 años). Esto con el objetivo de que Tolkien, dadas sus excepcionales aptitudes lingüísticas y literarias, lograra conseguir una beca en Oxford.

Y aunque esta decisión fuera bienintencionada, el joven poeta sufrió mucho por esta decisión…

Sin embargo, Tolkien jamás se olvidó de su amada. Una vez conseguida la beca y la mayoría de edad, viajaría de regreso para ver a su Edith.

Al llegar, una noticia lo devasto: su Edith ya se había comprometido con otro hombre. Pero esto no lo detuvo: Tolkien se llenó de valor para hablar con ella, y así obtuvo la enorme alegría de que la razón del compromiso de Edith fue la firme creencia en que Tolkien jamás regresaría, pero que ella siempre lo había seguido amando a él.

Vuelto entonces su amado, la señorita Brat rompió el compromiso y ambos se comprometieron formalmente en 1914.

Su historia de amor inspiraría luego en Tolkien el relato de Beren y Lúthien. De hecho, en sus tumbas están inscriptos los nombres de dichos personajes (Tolkien – Beren y Edith – Luthien). Esto es ni más ni menos que otro claro ejemplo acerca de cómo la fantasía irrumpe en la realidad y la transforma.

Sin embargo, para su máxima creación (la Tierra Media) aún faltaría mucho tiempo…

La felicidad de la pareja no duraría mucho, pues una sombra tocaba las puertas de la nación.

Trincheras, humo, balas y bayonetas pronto le serían impuestas obligatoriamente a Tolkien dada su condición de joven varón, ya mayor de edad.

Dada esta situación, ingresó en el cuerpo de Fusileros de Lancashire, y tras unos meses de instrucción y entrenamiento (fundamentalmente insuficientes), Tolkien se casó con Edith el 22 de marzo de 1916, a sus 22 años de edad.

Y entonces partió a la Gran Guerra como subteniente del 11° batallón de Fusileros de Lancashire.

Y a partir de ese momento, ya nada sería igual.

En un agujero en el suelo, vivía un poeta:

Sólo desespera aquél que contempla el fin más allá de toda duda

J.R.R.Tolkien

Podrían decirse cientas, por no decir miles de cosas que Tolkien padeció en aquella guerra.

Para tratar sobre aquello en gran detalle, es preferible consultar la biografía de Humphrey Carpenter: “J.R.R.Tolkien: una biografía”, o el excelente libro de Joseph Loconte: “Un hobbit, un armario y una Gran Guerra”.

Para nuestra reflexión, baste mencionar los siguientes puntos:

Tolkien había formado un club con varios de sus amigos que compartían su mismo amor por la literatura, llamado “Tea Club and Varrovian Society” (TCBS). Este club estaba conformado principalmente por: Geoffrey Bache Smith, Christopher Wiseman, Robert Gilson y, claro, el mismo Tolkien.

De todos ellos, sólo Tolkien y Wiseman sobrevivieron.

Sumado a esto, el batallón de Tolkien participó en la Batalla del Somme, considerada la más mortal de la historia militar británica y una de las más violentas de toda la Primera Guerra Mundial.

Durante meses y meses, Tolkien vivió en un agujero en el suelo.

Y no me refiero, con este tipo de agujeros, a las acomodadas y burguesas casa de hobbits como Bilbo Bolsón: hablo de trincheras, fosas estrechas y malolientes, casi siempre inundadas de agua y tapizadas con barro, acechadas por explosiones a su alrededor, cadáveres en su interior y balas zumbando por encima.

Así fue el día a día de Tolkien en la guerra: una rutina de oscuridad, masacre, temor, incertidumbre y mucha, pero que mucha violencia.

Tolkien terminó contrayendo una enfermedad llamada la “Fiebre de las trincheras”, muy común en aquellas condiciones.

Y podemos decir tranquilamente que esta enfermedad le salvó la vida, porque cuando sus compañeros volvieron a ingresar al combate, casi todos fueron acribillados y muy pocos fueron los sobrevivientes.

Así pues, Tolkien regresó a Inglaterra en una camilla de hospital el 8 de noviembre de 1916.

Reflexionemos ahora un poco sobre cómo impresionó el alma de Tolkien estas circunstancias.

Un joven, como hemos dicho, con una fuerte sensibilidad a la belleza, sumada a su vez una particular fascinación por los idiomas y una férrea Fe en la Bondad y el Amor presentes en el mundo… este joven se sumergió en una guerra, y no una cualquiera, sino una de las mayores guerras de la historia de la humanidad, donde sólo se encuentra violencia y odio.

Un muchacho de escaso entrenamiento militar, sin preparación suficiente, fue insertado en el medio de una masacre cuyas víctimas eran en su mayoría soldados y generales con cientos de años de experiencia.

El suelo estaba constantemente siendo tapizado de cuerpos desgarrados y reventados, con rostros irreconocibles y a veces sin cabeza, y las más de las veces con las tripas salidas por la expansión de los explosivos enemigos.

Y Tolkien, un recién declarado esposo, abandonaba su familia recién formada. Abandonaba a su mujer, a la que no creía que volvería a ver jamás y por la que tanto tiempo había esperado para estar juntos.

Y como si no fuera suficiente, casi todos sus amigos habían muerto en la guerra.

Pues bien, aún así, en las más oscuras circunstancias, algo nuevo había nacido.

Un mundo que ni su propio (sub)creador sabría el impacto que habría de tener.

Tolkien realizó sus primeros escritos durante sus idas y vueltas entre campamentos y hospitales, entre 1915 y 1918, durante los pocos ratos libres que obtenía en tales condiciones. Eran breves y concretos fragmentos de leyendas, que luego incorporaría en su mayoría en El Señor de los Anillos.

De hecho, a principios de 1917, mientras se recuperaba de la fiebre de las trincheras, escribió un primer bosquejo de “La caída de Gondolin”.

La obra de Tolkien nació en esos oscuros lugares de la mente y del alma humana, donde se van fraguando las grandes conquistas del alma

Eduardo Segura

Durante la oscuridad de la guerra, Tolkien buscaba la luz, e intentaba sobreponerse al dolor plasmándola en sus escritos.

La belleza fue el instrumento que le permitió salvar su cordura y fortalecer su Esperanza, cuando todo parecía perdido.

Tolkien, Lewis y los Inklings:

Es una gran bendición tener amigos inoportunos y decididos que no le permiten a uno sumirse en un silencio permanente

J.R.R.Tolkien

Una vez terminada la guerra, Tolkien conoció a C.S.Lewis, quien también había participado en ella (hablaremos de él en un próximo artículo).

Sus experiencias habían generado en ellos efectos exactamente opuestos: mientras que la Fe de Tolkien se había visto fortalecida, el ateísmo de Lewis se había vuelto aún más fervoroso que antes. El famoso problema del dolor (curiosamente, luego el mismo Lewis escribiría un libro con ese mismo título).

Entre algunos detalles que para esta ocasión no nos conciernen, digamos que fue Tolkien la razón principal por la que Lewis logró convertirse al cristianismo.

Se habían vuelvo con el tiempo grandes amigos, y Tolkien había logrado poco a poco eliminar las barreras intelectuales que separaban a Lewis de la fe cristiana.

Posteriormente, ambos formarían parte de un grupo de amigos y escritores (casi todos cristianos) llamados los “Inklings”, que significa los que se “meten en la tinta”. Se reunían semanalmente para discutir y esencialmente leer en voz alta sus propias obras y criticar las del resto.

Fue en este humilde grupo donde Tolkien empezó a recitar las primeras versiones de “El Hobbit”, y Lewis fragmentos de sus libros de Narnia y de su Trilogía Cósmica.

La amistad de Tolkien y Lewis puede tranquilamente ser llamada como la amistad más importante del siglo XX. Una amistad cuyos miembros fueron y son realmente faros de esperanza en un mundo oscuro, violento y desesperanzado.

Dos autores que se rebelaron contra las tendencias del mundo, que fueron a contracorriente (como uno de sus autores más admirados por ambos, G.K.Chesterton, de quien hablamos en otro artículo), y con la valentía de ofrecer una mirada bella en un mundo que enfatizaba la fealdad y el dolor.

En un mundo que se encontraba traumatizado por la guerra, que tomaba a la existencia como una tortura sin sentido, tuvieron la valentía de hablar de la vida como un milagro y la existencia como una gran aventura.

Hobbitismo:

Esta es la hora de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer las torres y los concilios de los grandes

J.R.R.Tolkien

Podrían decirse muchas cosas de la obra de Tolkien. Daría para cien artículos aparte y varios libros (y, efectivamente, existen ya muchos escritos que reflexionan sobre su legado). Si se desea profundizar sobre sus enseñanzas en general, recomendamos ir a nuestro otro artículo: “Diez enseñanzas en El Señor de los Anillos”.

A partir de aquí, nos vamos a enfocar en tres de los conceptos tolkienianos más importantes: el hobbitismo, la esperanza y la eucatástrofe.

Una buena parte de los personajes centrales de Tolkien son los hobbits. Seres pequeños (aún más pequeños que los enanos), aparentemente insignificantes, notablemente acomodados y esencialmente burgueses.

Así pues, los hobbits encarnan una faceta espiritual primordial de la naturaleza humana: el deseo de vivir tranquilamente, sin conflictos, en la bella contemplación de una alegría perdurable. Seres comunes en los que, al ver en ellos reflejados nuestros propios (y, muchas veces, desconocidos) anhelos, simplemente se nos ocurre decir: “Quiero eso que ellos tienen”.

Los hobbits son expertos en huir. De hecho, no lo piensan dos veces si la elección radica entre enfrentar o escapar a un conflicto. Pero la cosa cambia cuando sucede algo en particular: cuando se encuentra en peligro aquello que aman.

En ese momento empiezan a suceder cosas raras.

Vemos a regordetes corriendo más rápido que el viento, a jardineros rebanando cabezas con sus hoces, a cocineros lanzando tartas envenenadas, a gente huidiza que se planta ante los males, a débiles siendo fuertes; en definitiva, vemos a hobbits siendo guerreros, motivados por la fuerza del amor.

Lo admirable de los hobbits, entonces, no es que hagan fiestas, tomen cerveza, fumen tabaco y sean burgueses. Lo admirable es que lo hacen por ser felices, y al ver que esa felicidad corre riesgo, no dudan ni un segundo en defenderla.

Lo admirable es que cuando las circunstancias los llaman, en lugar de seguir con sus fiestas, tomando cerveza y fumando tabaco de la Cuaderna del Sur, muchos de ellos terminan abandonando sus comodidades (algunos con más dificultad que otros, claro está) con tal de defenderlas.

Abandonan lo que aman, para que sus amores puedan seguir siendo amados.

Son como los soldados que Tolkien conoció en la guerra: seres comunes en situaciones límite, que viven luchando porque tienen algo detrás que aman. Guerreros cuyo hábitat es el de las trincheras, pues los hobbits también viven en agujeros. 

(Frodo) Asi suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven

J.R.R.Tolkien

La fortaleza de Frodo, la valentía y fidelidad de Sam, el ingenio de Bilbo, la alegría de Merry, la pasionalidad de Pippin… todas son cualidades presentes que salen a la superficie en los seres corrientes cuando se ven en la necesidad de luchar e ir a contracorriente.

Pero a través de los hobbits he de ejemplificar con el máximo de claridad un tema recurrente: el lugar que ocupan en la “política mundial” los actos imprevistos e imprevisibles de la voluntad y las virtuosas hazañas de los aparentemente pequeños, insignificantes, olvidados en el lugar de los Sabios y los Grandes (tanto buenos como malvados). Una moraleja de la totalidad es la evidente de que sin lo elevado y lo noble, lo simple y lo vulgar son por completo mezquinos; y sin lo simple y lo corriente, lo noble y lo heróico carecen por completo de significado

J.R.R.Tolkien

Los engranajes del mundo son movidos por manos pequeñas y regordetas. Al mundo lo mueven los hobbits. Nosotros estamos llamados a ser hobbits (o, más bien, como con ser niños, a nunca dejar de serlo):

Mantén el hobbitismo en el corazón,  y piensa que ésa es la sensación que producen todas las historias cuando se está en ellas ¡Tú estás dentro de una historia muy grande!

J.R.R.Tolkien

El santo se forja en la batalla del hombre común y pequeño, y no hay ser más común ni más pequeño que el hobbit.

El fuego imperecedero:

El amanecer es siempre una esperanza para el hombre

J.R.R.Tolkien

“El Señor de los Anillos” es un juego de luces y sombras. Luces que van y vienen, aparecen y desaparecen en una oscuridad indescriptible.

La derrota parece siempre inminente. La mera mención del Señor Oscuro despierta el pánico entre las tropas. Es curioso que, sin embargo, Sauron nunca aparece como tal: nunca tiene ni una descripción ni una sola línea de diálogo. Es un ser remoto pero presente, lejano pero cercano, poderoso pero, a su vez, limitado.

Es bastante semejante a Satanás: no lo vemos, pero sabemos que está.

No podemos, aún así, hacer una lectura alegórica de Tolkien, pues el mismo autor rechazaba el uso de tal recurso y abogaba más bien por la “aplicabilidad” (lo cual daría para un artículo aparte). Sin embargo, la semejanza entre ambos seres es evidente.

Del mismo modo que Sauron está presente aunque no lo veamos, hay algo así como una “fuerza”, una Providencia del lado de los personajes, más invisible y sin nombre, que los guía.

Suceden cosas extrañas, cosas que no pueden ser realizadas por el mero azar.

Es un destino tal vez transitar por senderos extraños que otros no se atreven a pisar

J.R.R.Tolkien

En el universo de Tolkien existe Ilúvatar (o Eru), el equivalente de Dios en la Tierra Media. También existen los Valar, que son los dioses de Arda (un equivalente a ángeles, podría decirse). Sin embargo, aunque se sabe que están (los elfos, sobre todo, los mencionan) nunca aparecen. Nunca, de hecho, se los nombra como causantes de las victorias (no, al menos, en El Señor de los Anillos).

Y sin embargo, hay algo.

Hay un “no-se-qué”, un fundamento en donde se basa la posibilidad de una victoria de la luz sobre la oscuridad.

Hay una base misteriosa y providencial en donde se fundamenta la ilusión y la espera que motivan la perseverancia.

Este es el Fuego Imperecedero, la llama que nunca se apaga: el poder de la Esperanza, que se fortalece en los momentos oscuros e incendia los más extensos bosques con tan sólo una chispa. Es la llama de Anor, contra el que ningún fuego de Udun puede siquiera igualarse.

Como si fueran las lenguas del Espíritu Santo, la Esperanza se posa en cada uno de los héroes y prevalece por encima de toda diferencia cultural y léxica. La Esperanza une pueblos enteros por un Bien Mayor (y hasta pueblos históricamente enemistados, como los Elfos con los Enanos).

Otra vez, hay algo detrás del telón… pero que no se nombra.

Pero no te envío sólo por tu valor, sino para llevar al mundo una esperanza que tú ahora no alcanzas a ver, y una luz que horadará la oscuridad

J.R.R.Tolkien

Miremos la historia del Anillo: de Sauron a Isildur, de Isildur a Sméagol, de Sméagol a Bilbo y de Bilbo a Frodo. No pudo ser azar.

El mismo Gandalf le dice a Bilbo: el Anillo por alguna razón le ha llegado a él, y a nadie más. Hay un poder que ha hecho esto.

Hay una Providencia detrás.

Y en este entretejido invisible de los hechos se va constituyendo la historia. Una historia en donde, aunque todo indica derrota, los héroes se precipitan por la gloria personal (como claros personajes de un mundo pagano) pero valorando, ante todo, la salvación grupal y la obtención de ese Bien Mayor que los unió en primer lugar.

Tener un final digno de una canción: esa es la Esperanza fundamental. Trascender los límites del espacio y del tiempo, los límites de la carne y hasta del espíritu, para realizar hazañas que valgan la pena recordar. Como dijo Tolkien:

Sólo se habla de los que perseveraron hasta el fin

Esto se plasma de manera excelsamente bella en la conversación de Sam y Frodo en Cirith Ungol, hecho que ocurre en “Las Dos Torres”. He aquí un fragmento:

(Sam) -¿Las grandes historias no terminan nunca?
(Frodo) -No, nunca terminan como historias. Pero los protagonistas llegan a ellas y
se van cuando han cumplido su parte

J.R.R.Tolkien

Esta es la Esperanza, en pocas palabras, de una victoria final luego de una gran sucesión de derrotas. Una Esperanza en la no expresa, pero implícita, santidad. Un pasaje del “acá” hacia el “allá”, de nuestro ser humano a nuestra persona heróica. 

Como el pasaje del hombre viejo al hombre nuevo, cuyas victorias y derrotas sean cantadas por los aedos, ya conociendo ellos el final.

Y esa es exactamente la visión de Tolkien sobre la historia humana: una aparentemente interminable y degradante sucesión de derrotas, pero con permanentes atisbos de una victoria final.

Han visto la Muerte y la derrota definitiva, y sin embargo no querrían retirarse desesperados, sino que ha menudo han vuelto la lira hacia la victoria y han encendido los corazones con fuego legendario

J.R.R.Tolkien

La Esperanza se orienta a este “No-se-qué” que hará que todo termine.

La Esperanza, en el aspecto general de la historia, se orienta escatológicamente al Apocalipsis, en su sentido etimológico de “Revelación” (ἀπoκάλυψις)

Esperamos a que Dios vuelva, y si no vuelve para cuando nosotros muramos, se nos revelará de igual manera en aquél “Allá”, y de golpe todos los males habrán desaparecido, en un simple abrir y cerrar de ojos.

Y contaremos entre nosotros nuestras batallas en la tierra, ya bañados por la eterna luz de la gloria del Dios celestial. Todo se habrá revelado, no habrá cicatriz que no inspire gozo, ni derrota que no inspire lamento.

Se nos amenaza con muchos males, y no es el menor de ellos la cobardía. Pero por eso digo que seguiremos adelante, y este destino profetizo: que los hechos que hagamos serán temas de muchas canciones hasta los últimos días

J.R.R.Tolkien

La Esperanza se basa en el recuerdo de las canciones que manifiestan la espera y deseo de un repentino “final feliz” que trascienda la propia vida e implique su superación.

La Esperanza, digámoslo así, se orienta a la Eucatástrofe.

El repentino amanecer:

La Eucatástrofe es la alegría de un final feliz o, más acertadamente, de una buena catástrofe

J.R.R.Tolkien

Tolkien, como hemos dicho, era un gran lingüista. “Catástrofe” viene del griego (καταστροφή) y se refiere a un fenómeno o hecho repentino sumamente negativo y desafortunado, algo que implica en un golpe decisivo la consumación de todo tipo de males.

En cambio, Tolkien le agrega a esta palabra el prefijo griego “Eu”, que refiere a algo bueno, algo positivo.

“Eu-catástrofe” significa, entonces, la buena catástrofe, o la catástrofe positiva.

Es el repentino cambio en la sucesión de las cosas, cuando las lágrimas de tristeza se transforman en un llanto de gozo. De repente, del mayor mal y oscuridad posibles, de la situación más condenada y desesperada imaginable, la luz surge y todo se resuelve en un repentino y magnánimo amanecer.

El mayor ejemplo de esto es cuando, en El Señor de los Anillos, luego de que Gollum le arrebata el Anillo (y el dedo) a Frodo, empieza a regodearse de haber recuperado su “tesoro”, y empieza a saltar histéricamente, al borde del precipicio. Salta y salta, hasta que tropieza con una roca… y cae… y el Anillo Único del Señor Oscuro, Sauron, aquel artilugio tan valioso que por tantos siglos había sido codiciado, aquel que tantas vidas se había llevado y que tanto temor, tentación y odio había generado en toda la Tierra Media… ese Anillo es destruido para siempre, por un tropiezo.

Muchos críticos literarios han comparado la Eucatástrofe tolkieniana como una barata justificación del Deus Ex Machina. Sin embargo, realmente es una lectura muy superficial y en lo absoluto coherente sobre este concepto.

El Deus Ex Machina (o, en griego, “Lysis apó mekhanes” = “desenlace por medio de la máquina”) era un recurso que usaban algunos poetas griegos (sobre todo el trágico Eurípides) para solucionar una situación trágica que humanamente no tenía solución alguna. El héroe estaba destinado a este conflicto por mandato y destino ordenado o permitido por la divinidad, por lo que sólo ella podía solucionarlo.  Y esta divinidad era representada como volando, con arneses, por medio de una máquina. De ahí su nombre griego.

También sucedía que, cuando no los poetas no le encontraban una solución posible al conflicto que se habían inventado, se sacaban un recurso de la manga sin mucha explicación (normalmente dándole un origen divino o semidivino) para ponerle fin a la obra. Un claro ejemplo es el final de “Medea”, de Eurípides, en el que la heroína trágica aparece prácticamente de la nada en un carro volador por medio del cual logra escapar del conflicto que ella creó.

Sin embargo esto es muy distinto de lo que plantea Tolkien.

Todo tiene que ver con el enfoque que se le da. El Deus Ex Machina se aplica a la situación de arriba hacia abajo, mientras que la Eucatástrofe sucede de abajo hacia arriba.

En el concepto griego, la ayuda viene “de arriba” para ayudar a los de abajo, que no pueden hacer nada ante su ineludible destino (o la carencia argumentativa de la trama, que es lo que criticaba Aristóteles de este recurso).

En la Eucatástrofe, el auxilio viene “de abajo” hacia arriba, en el sentido de que los mismos personajes que están en la situación desesperada participan del cambio repentino de acontecimientos.

Ilúvatar no empujó a Gollum a la lava. Gollum tropezó sólo.

Sin duda actuó la Providencia, pero en lo absoluto como sucede en el Deus Ex Machina, porque Tolkien añade un factor esencial: el libre albedrío.

No es que Gollum estuviera destinado desde el principio de forma trágica e ineludible a ese final. Fueron sus acciones y las del resto de los personajes lo que lo llevaron a esa triste conclusión.

Pero más allá de las lágrimas, funcionó: el Bien triunfó sobre el Mal.

Eso es lo maravilloso de El Señor de los Anillos: todas las acciones de los personajes, aparentemente desesperadas y dementes, son claves en toda la historia. Desde ir por un camino y omitir otro, desde perder una batalla hasta ganarla, todo elemento es un paso clave en la batalla contra el Señor Oscuro.

Nada es azar, todo es Providencial: por eso la Esperanza se orienta a la Eucatástrofe.

El hombre se encuentra en esta tensión entre el destino y el libre albedrío. Si elige algo está destinado a las consecuencias negativas o éxitos positivos que son inherentes a ese algo que ha elegido libremente. Pero no está destinado a elegir una opción en particular: elige lo que quiere, y luego afronta las consecuencias. “Todos consiguen lo que quieren, no a todos les gusta” diría C.S.Lewis. 

Los héroes eligieron bien porque tuvieron Esperanza y nunca se rindieron, no importa cuan oscura se tornara la aventura.

Y la Providencia saca de todo mal un bien. La historia pudo haber terminado peor, también pudo haber terminado mejor. Pero nada de eso importa: así fue como sucedió, y no tenemos la capacidad intelectual para adivinar qué habría pasado en otras circunstancias, ni en El Señor de los Anillos, ni en nuestras propias vidas.

Pero la Eucatástrofe no sólo sucede en la ficción…

El nacimiento de Cristo es la eucatástrofe de la historia del Hombre. La Resurrección es la eucatástrofe de la historia de la Encarnación. Una historia que comienza y termina en gozo

J.R.R.Tolkien

Cristo es el Salvador, el Rey que vuelve y que muere para volver a la vida: el hijo de Dios, como diría Lewis, que se hace hombre para que el resto de hombres puedan hacerse hijos de Dios.

Cristo es la Salvación, es la Victoria Final. En Él se cumplen todas las profecías, hacia Él se orientan todas las esperanzas. Él es la Eucatástrofe hecha carne.

Y otra vez: aunque haya profecías desde antaño sobre la venida del Salvador, no es un destino ineludible.

Cristo se encarnó, pero ¿Y si María decía que no? ¡Tuvo la elección! Nadie la obligó. Pero eligió llevar a Dios en su vientre, y gracias a esa elección fuimos salvados.

Cristo siempre tuvo la libertad de abandonarnos. Absolutamente siempre, en cada instante de su vida terrenal. Puede verse bien esto en las tentaciones del demonio en el desierto, o en todos los instantes de su Pasión.

Pero nunca lo hizo, y no porque estuviera destinado inevitablemente a ser fiel. Lo hizo por amor: es el Buen Pastor que entrega su vida por sus ovejas. Por sus llagas hemos sido sanados. Todo lo que hizo lo hizo por amor, y el amor es el acto más libre y perfecto que jamás se pueda pensar. Y no hay predestinación que pueda aplicársele al respecto.

Por amor fuimos creados, por amor fuimos salvados, por amor buscamos ser santos. Por amor existimos y luchamos, y el amor siempre triunfa. Hay algo que trasciende nuestra existencia: un amanecer final lejos de este mundo de sombras.

La Ciudad Blanca, que se nos presenta en eucatastróficas dimensiones, es nuestro eterno anhelo y fundamento de nuestra Esperanza.

El legado del adalid

Hay un sitio llamado “Cielo” donde lo bueno inacabado aquí se completa; y donde las historias no escritas y las esperanzas no satisfechas se continúan

J.R.R.Tolkien

Tolkien fue poeta, soldado, amigo, esposo y maestro. Sin embargo, creo yo, ningún título lo identifica tanto como éste: adalid de la esperanza.

Desde el inicio lo perseguía la Sombra arrastrándose tras sus pies, y las nubes de Mordor a menudo envolvían las lejanas Estrellas. Una marca de sufrimiento estaba marcada en su corazón, y muchas veces no tenía a nadie que le curase las heridas.

Poca o ninguna era la luz que alumbraba su camino, y muchas voces le tentaban a abandonar su carga y dejarse llevar por los vientos del mundo.

Pero eso tenía un requisito, un precio fatídico a pagar: el olvido y la condenación.

Tolkien bien podría haber escrito de forma pesimista, triste y desesperanzada, como era la moneda corriente en su época. Bien lo habrían recibido los lectores del mundo.

Pero él se rehusó, no se inclinó ante la corona de hierro. Abogó por el rescate de la belleza y la bondad en un mundo entristecido y lastimado. Defendió los vestigios del señorío del hombre, aunque usara “mentiras vestidas de plata”. Porque las mentiras consentidas, la fantasía, los cuentos de hadas, suelen tener más verdad de lo que la mayoría de escépticos piensa.

Sus personajes nos interpelan porque son arquetipos de héroes elevados que no abandonan, sin embargo, su cotidianidad. No se olvidan de dónde vienen ni de su propia debilidad: son fieles a su identidad, y es gracias a ello que podemos vernos reflejados en ellos.

Sus caminos son difíciles y duros, llenos de obstáculos y de enemigos y de tentaciones espirituales. Los caminos de los héroes de Tolkien no son sólo arquetipos de la milicia del hombre en la tierra, sino también reflejo del propio camino que recorrió su autor.

La mano quemada es la que más enseña del fuego

J.R.R.Tolkien

Una carga pesada como la de Frodo inclinaba su espalda, temores monstruosos acechaban a sus ojos como a los de Sam. Y sin embargo, como Gandalf, no se atemorizó ante el terror de Udun, y mantuvo viva la llama de la Esperanza. Luchó con el valor de Aragorn, y amó como Beren a su Lúthien. Creó con la obsesión de Fëanor, pero sumó a eso la humildad de Fingolfin.

Fue un hombre, pero también algo más: una antorcha de esperanza para un mundo oscurecido por el dolor.

Así es como debemos recordarlo, ni más ni menos. A Tolkien le encaja a la perfección una descripción que él mismo hace de uno de sus personajes, el rey Théoden:

Salido de la duda, libre de las tinieblas, cantando al Sol galopó hacia el amanecer, desnudando la espada: Encendió una nueva esperanza, y murió esperanzado; fue más allá de la muerte, el miedo y el destino; dejó atrás la ruina, y la vida, y entró en la larga gloria.

Sobre lo último, nos es desconocido ¿Habrá entrado Tolkien en la larga gloria? Bueno, eso sólo Ilúvatar lo sabe.

Todo lo que nos queda a nosotros, pequeños hobbits, es salir de nuestros agujeros y luchar por las cosas grandes, llevando el fuego imperecedero de la Esperanza, incendiando al mundo y combatiendo a contracorriente por motivo del Amor, con el escudo de la Fe y la espada de la Cruz.

Y, quién sabe, tal vez algún día se canten nuestras hazañas.

Y tal vez, algún día, el velo de este mundo se corra para mostrarnos una nueva ciudad, más blanca que Gondolin y más brillante que cualquier silmaril.

Y puede que bajo un árbol, riendo, rodeado de santos, veamos al primer hobbit fumando pipa en los campos verdes de la Nueva Jerusalén.

Thiago Rodríguez Harispe

Publica desde febrero de 2022

Aunque la aventura sea loca, intento mantenerme cuerdo. Argentino. Intento poner mi corazón en las cosas de Dios. Cada tanto salgo de mi agujero hobbit y escribo cosas.