¿Conoces la historia del perro de las dos tortas?

“Vadeaba un perro por un río llevando en su hocico un sabroso pedazo de carne. Vio su propio reflejo en el agua del río y creyó que aquel reflejo era en realidad otro perro que llevaba un trozo de carne mayor que el suyo.

Y deseando adueñarse del pedazo ajeno, soltó el suyo para arrebatar el trozo a su supuesto contrincante.

Pero el resultado fue que se quedó sin el propio y sin el ajeno: éste porque no existía ya que sólo era un reflejo; y al verdadero se lo llevó la corriente”.

Esopo. 

En México, solemos usar demasiado la expresión “quedó como el perro de las dos tortas” cuando hablamos de otros, o “me quedé como el perro de las dos tortas” cuando hablamos de uno mismo. Me temo que es una frase que nos hemos apropiado de la fábula de Esopo que, al más puro estilo mexicano, nos recuerda siempre, de manera coloquial, que continuamente queremos tenerlo todo y que somos unos indecisos profesionales. Esta última característica, por cierto, de cosecha pura mexicana, es el tema de este artículo.

Uno de los problemas más constantes que vivimos hoy es la indecisión. Puede que tal vez no te hayas dado cuenta ahora, pero la vida actual se ha convertido en un constante decidir. Y no hablo de las decisiones como qué película o serie ver, o qué fotografía que nos tomamos se ve mejor (Aunque esto también puede incluirse en la moraleja de Esopo).

Las decisiones de las que te hablo son de este tipo: me gustaría estudiar medicina, pero también me gustaría estudiar música; quiero hacer este verano un voluntariado, pero también quisiera quedarme en casa durante las vacaciones para estar con mis padres; me han ofrecido un excelente trabajo fuera del país aunque me encontraría solo, pero al mismo tiempo me acaban de ofrecer uno en mi ciudad, no tan bueno como el otro, pero que me permitiría seguir con mi familia, mi pareja y mis amigos. 

¡Vaya frustración! En el fondo de nuestro corazón, una situación así no tarda mucho en reflejarse en nuestro rostro. Nos preguntamos una y otra vez qué deberíamos hacer, cuál sería la mejor decisión. Porque me gusta esta opción, pero también me gusta la otra.

Y así podemos seguir días y días.

Todos experimentamos y conocemos bien el sentimiento de la duda. Sin embargo, la duda no es más que una parálisis. Y permanecer demasiado tiempo dudando, tratando de tomar una decisión, provoca que nuestro corazón se agarrote.

Si te das cuenta, esto puede conllevar consecuencias que arrastramos y nos afligen día tras día, como sentirnos mal de volver a cometer el mismo error de siempre -cuando no decidimos o creemos que hemos decidido mal-, o no tener un orden en nuestro día que nos ayude a lograr nuestros objetivos -porque no decidimos en qué orden hacer las cosas- y hasta llegar a tener un profundo desánimo porque crees que las cosas invariablemente siempre terminarán igual. Aquí puedes leer un artículo dedicado especialmente a cada uno de estos problemas, si es que acaso estás pasando por alguno de ellos en estos momentos. Pero ahora continuemos.

La duda, al igual que es una parálisis, es también una jaula. La indecisión nos aprieta tanto que nos hace sentir como si no tuviésemos libertad. 

Si en algún momento te has sentido paralizado, o justo ahora te estás sintiendo así, tengo una noticia para ti: independientemente de la opción que tomes, Dios se va a poner de tu parte. Y mejor aún, ¡irá contigo! 

No tengas miedo de decidir, ni mucho menos preocuparte por lo que pudo ser con las opciones descartadas pensando si pudo haber sucedido algo mejor con alguna de ellas o si de verdad tomaste la decisión correcta. Elige lo bueno, no lo perfecto. Me explico a continuación.

Cuando se trata de decidir, lo bueno se opone a lo perfecto. Pero nosotros, siempre buscamos tenerlo todo en nuestras decisiones. Entonces “todo”, se convierte también en sinónimo de perfección.

San Felipe Neri, decía que lo que más se opone a decidir bien es la avaricia. Y si lo piensas es cierto. En nuestras decisiones, la avaricia es en el fondo un deseo exagerado de querer tener toda la seguridad.

Es más fácil y llevadero hacer lo que nos parece razonablemente bueno para nosotros que buscar la opción perfecta de “no equivocarse”. Sencillamente porque querer buscar esta perfección naturalmente nos llevará a paralizarnos.

Así es. Tener razones para explicarme por qué decidí hacer lo que hice y no lo demás me fortalece el cuerpo y me aligera el equipaje. Porque la decisión que haya optado tomar tenderá a ser lo mejor para mi, que se traduce en lo bueno. 

Entonces, ¿a dónde quieres ir? ¿Qué decisión vas a tomar en ese momento crucial de tu vida? Dios, te quiere libre. Seguramente eso ya lo conocías porque es algo que puedes escuchar muchas veces de varios lugares o personas, pero oye, realmente te quiere libre en serio. A Dios le agrada que tú y yo seamos audaces en nuestra libertad, siguiendo nuestra personalidad, siendo nosotros los protagonistas con nuestras decisiones, sean estas pequeñas o grandes. Y es por ello que no hay que tener miedo a equivocarse. ¿Tú crees que a Dios le agrada mucho un corazón agarrotado?

¡Claro que no! ¡A Dios no le gustan los corazones paralizados! A Él le gustan las personas con un corazón confiado, abandonado en Él. Y cuando decidimos sobre algo, esto siempre es, al mismo tiempo, una renuncia.

Con seguridad o con temor, esa elección que tomas es un acto de fe. Y Dios siempre se sentirá tomado en cuenta cuando tu elección incluye siempre lo mejor para ti racionalmente. Es al mismo tiempo elegirlo a Él, porque Dios nos acompaña de un modo sigiloso, discreto, que no anula nuestra libertad.

Siéntete libre de decidir y si así fuere, de equivocarte también. En una u otra decisión Él estará contigo, en tu éxito o en tu lucha. No tengas miedo de renunciar, porque quien sabe decidir, mucho más sabe renunciar a lo demás.

Ten en cuenta que existen muchas maneras de llegar a la belleza del amor y el amor, es Dios. Yo creo que Dios quiere que cada uno de nosotros encuentre su manera; por tanto, no busques tomar el mismo camino que los demás, crea el tuyo y verás como la confianza te hará ir ligero de equipaje. Esto es cumplir la Voluntad de Dios. porque es considerar siempre la mejor opción.

La vida nos irá presentando escenarios y panoramas, pero Dios no va a decidir por nosotros hacia dónde ir (Dios, no es como un GPS). Sin embargo Él nos acompañará en cualquier camino que tomemos. Siéntete libre de elegir siempre lo bueno en tu camino, no vaya ser que te quedes como el perro de las dos tortas.

El Señor ama más al que decide sin atormentarse demasiado, aunque se sienta inseguro, que se abandona confiadamente en Él y con todas sus consecuencias, que al que se tortura indefinidamente para saber lo que Dios espera de él y no se decide jamás. El perfeccionismo, tiene muy poco que ver con la santidad.

Jacques Philippe

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.