Maternidad. Una palabra que contiene grandes misterios y que nos puede decir mucho más de lo que podemos conocer ahora.

Es ese momento en donde asociamos la vida y el papel de la mujer en su tiempo de transmitir la vida, de gestación de un nuevo ser, de una persona totalmente única que está por llegar a este mundo o que bien acaba de llegar. Pero del mismo modo, la maternidad es también la vivencia que tiene la mujer por el hecho biológico de ser madre, lo cual nos da un resultado del desarrollo de un instinto maternal por parte de ella hacia sus hijos. Con lo anteriormente dicho nos es sencillo de comprender el ámbito de la maternidad hasta fuera de los seres humanos, pues en el reino animal, de las creaturas creadas por Dios, podemos encontrar grandes gestos de comportamientos únicos de una madre, veamos algunos como ejemplo:

Las madres orangutanes pasan hasta siete años con sus hijos para que ellos puedan comer por sí mismos y por las noches ellas se dedican a construir sus nidos; las madres pulpo durante los cuarenta días que dura su gestación no consumen alimento alguno para proteger sus huevos y llegan incluso a morir cuando nacen sus crías; las madres gacela en caso de que haya depredadores al acecho se exponen como carnada para proteger así a sus pequeñas gacelas.

Todos los comportamientos heroicos y llenos de amor suelen inundar de ternura nuestros corazones, pues somos igualmente seres emocionales que podemos apreciar el amor, amor entre las creaturas de Dios, y al notarlo quedamos maravillados y atónitos de la grandeza de Dios, que le ha dado esa característica a los animales.

Ahora contemplemos la magnitud de lo que la imagen y semejanza de Dios hecha con la costilla de Adán puede llegar a ser con ese instinto de madre; ese ser humano y persona que piensa, siente, razona y ama, aquella mujer que vive en carne propia el milagro de la vida y que puede al mismo tiempo quedarse por amor toda su vida con sus hijos, no comer durante días para que ellos puedan tener alimento y sin dudarlo dar la vida por ellos en cualquier momento.

La maternidad vista como una serie de cambios paulatinos en la mujer, requiere un proceso psicológico de adaptación en el cual ella se prepara a entrar en una nueva etapa donde ya no piensa en sí misma, sino en un “nosotros”. En cualquier parte de la vida de ella, la mujer ha pensado en la posibilidad de llegar a convertirse en madre, sea desde que era una niña, durante su crecimiento o en la plenitud de su madurez. Y siempre me pregunto a qué se debe tal pensamiento que llega a convertirse en deseo y esperanza. 

Sin entrar en complicaciones es natural llegar a la causa de que esas ideas que abudan en algún momento en la mente de la mujer, es sencillamente, porque, ¡ella puede! Es ella la persona, es la única persona dignificada por Dios, creada tan perfectamente que puede acoger dentro de sus entrañas una nueva vida de alguien único que incorporará características de ella misma y de su padre, pero sin duda es en su interior donde se llevará a cabo todo el proceso de crecimiento y desarrollo hasta que llegue el momento de dar a luz. Y es única y exclusivamente ella la persona que puede vivir esto. Dios nos otorga la vida y es ella quién se encarga de protegerla.

Pienso, que tal vez por esta razón, en algún momento todas las mujeres tienen en su mente el escalofriante, pero alegre y emocionante pensamiento de poder y querer ser madre. Es esa, probablemente, una manera de percibir el inmenso amor de Dios por la mujer.

Afectivamente, la maternidad es una tormenta de amor. Desde los comienzos de ésta los cambios en la mujer comienzan desde el interior, desde el corazón, ya que la razón de ser de una madre son sus hijos y por lo tanto protegerlos se convierte en su misión y a partir de este momento se podría comenzar a considerar amor dicha protección. Es bien sabido que cuando amamos, empezamos a ser cuidadosos de manera espontánea con quien amamos; para efectos maternales, la protección del amor de una madre también se comienza a volver instinto. Y es algo sumamente bello.

En su mayoría todos nosotros hemos tenido la dicha de poder contar con ese regalo de Dios llamado “madre” y con ello conocer ese tipo de cariño especial, único y distintivo de todo amor, pues, el amor de madre es algo que a todos les cala hasta los huesos. Es un amor que siempre se necesita y que siempre se defiende porque todos nosotros nunca dejamos de ser hijos. De la misma manera, es también un amor generacional ya que el amor materno es algo que perdura a través de los años; aquella mujer que un día fue una niña tal vez el día de hoy es una formidable abuela y las enseñanzas que ella recibió son las lecciones que sus hijos aplicarán para la crianza de sus nietos.

El instinto materno siempre dicta la mejor alternativa de solución a los problemas que puedan presentarse en los hijos, esa pequeña taza de sopa caliente, ese cálido abrazo, aquella disciplina para levantarse temprano y despertar a los hijos, ese beso en la frente y su bendición de todos los días. Son dosis diarias de una inagotable fuente de amor, que en búsqueda de lo mejor para ellos se convierten en los recuerdos más significativos que cualquier hijo puede conservar de su madre y ese mismo ejemplo se transmite nuevamente, por amor, a los nietos de aquella madre que ahora se convierte en abuela.

Con la práctica fiel de las virtudes más humildes y sencillas, has hecho Madre mía, visible a todos el camino recto del Cielo

Santa Teresa de Lisieux

Cada uno de nosotros, en el papel que desempeñemos en la familia, sea de hijos, primos, tíos o padres, siempre tomaremos en cuenta el papel de ella como el centro de la unión de todos y su instinto maternal ahora pasará a ser aquella preciada sabiduría que acompañará a los nuevos integrantes de la familia. La construcción de un cimiento sólido y firme que con el paso de los años ahora conforma la base de una estructura familiar estable, unida y próspera es la mejor recompensa que una madre puede recibir en esta vida. El placer que provoca admirar la belleza inmensa del fruto de una labor ardua de tantos años es una bendición tan grande, que para poderla apreciar tal y cómo es solo se necesita apreciar el centro de la unión, el amor. 

Una madre nunca descansa por sus hijos Anónimo

Encontrar el amor en el instinto materno, hoy en día, es una tarea que no cuesta mucho trabajo resolver. Una madre siempre intentará dirigir el camino de sus hijos hacia el buen sendero que los lleve hacia un lugar seguro, pues aquella madre que reconoce qué es lo bueno nunca dudará de transmitirlo a sus pequeños. Y para ejemplo de esto tenemos a María, nuestra Madre. 

María es el gran resumen de todo lo que el amor, en forma de instinto de madre, puede provocar en nosotros. Ella, que desde un principio aceptó la voluntad de Dios para concebir a su hijo, no pudo haberse sentido más dichosa de ser la mujer que se encargue de proteger desde sus entrañas a la persona que vendría a darnos la Salvación a todos. En su silencio y en su obediencia, es inevitable observar todo el amor, la ternura, la felicidad, el gozo y la exaltación que una mujer puede lograr concebir al saber que está próxima a ser madre. Pues ella, así como cualquier madre de ahora, también sintió las mismas alegrías que provoca la maternidad y desarrolló el mismo instinto materno, como cualquier otra madre. Y como buena Madre, nunca abandonó, ni dejó por un instante, a su Hijo, que es Dios.

Es por eso que cualquier mujer que esté próxima o que ya sea una madre el día de hoy, debe saber que el motivo por el cual darlo todo por sus hijos es ÉlYa que es Jesús ese lugar seguro en el cual toda madre consciente o inconscientemente quiere que habiten sus pequeños. Él es ese centro, es ese núcleo de amor que forma toda aquella estructura que un día decidió ella cimentar para darle los frutos de ese trabajo solo a Él.
Y de esa manera, guiados por el ejemplo de aquella madre, las nuevas personas que provendrán de esa mujer podrán seguir el camino que ella ha marcado y ese instinto materno continuará brindando su sabiduría para las nuevas generaciones.

Dulce Madre, no te alejes tu vista de mí no apartes ven conmigo a todas partes y nunca solo me dejes ya que me proteges tanto como verdadera Madre. Haz que me bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.

Mayo es el mes dedicado a la Virgen María, pero para todos nosotros que hemos tenido la dicha de tener una madre, el mes de Mamá María es todos los días, pues Ella nunca se cansará de cuidarnos con su instinto materno, y con la ayuda de Ella es como podemos llegar al lugar seguro. Sus oraciones son la prueba más fiel de que esa es su nueva labor, ser la Madre de todos nosotros, que nos guíe hacia el camino seguro, que nos dirija a estar con Él. 

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.