¿Se acuerdan de que he dicho en otra ocasión que la Resurrección y la Pasión son dos caras de una misma y preciosa moneda? Si no se acuerdan, les invito a que lo lean en el artículo sobre la simbología de las copas en la Última Cena, y si lo recuerdan, ¡qué bueno! Prosigamos…

Aquí voy a volver a esa analogía: en una cara de la moneda tenemos el pecado, pero en la otra cara tenemos la gracia; una cara tiene más belleza que la otra, ¿no les parece? Es imposible hablar del pecado sin también hablar de la gracia; si bien son dos temas amplios y podemos dedicarles artículos y artículos, trataré de hacer un resumen respecto a lo que he aprendido en mi movimiento y en mis noches de lectura y mates.

Solemos encontrar en Adán y Eva los perfectos culpables de esto, pero debemos saber que antes que ellos pecaron los ángeles, es decir que, detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres, se halla una voz seductora opuesta a Dios, que por envidia los hace caer en la muerte, y con ellos caemos nosotros. La Escritura habla de un pecado de estos ángeles, la caída de ellos consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron a Dios y su Reino.

Tal como aparece en el relato bíblico, el pecado humano no tiene su origen primero en el corazón (y la conciencia) del hombre, no brota de una iniciativa espontánea del hombre. Es, en cierto sentido, el reflejo y la consecuencia del pecado ocurrido ya anteriormente en el mundo de los seres invisibles. Juan Pablo II, Audiencia General 10-9-1986

El libro del Eclesiastés dice que “Dios hizo recto al hombre” (Ecl 7, 29); si bien nos creó de esta manera, en el libro del Génesis 3 podremos encontrar el relato sobre la caída, recomiendo que lo lean. El hombre tentado por la serpiente, por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su Creador y abusando de su libertad desobedeció a Dios; de ahí en adelante todo pecado será desobediencia y una falta de confianza en Él. El Catecismo nos enseña que, desde este primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo.

San Juan Pablo II nos enseña que el pecado forma parte del hombre y de su existencia y que, si se admite el pecado, se reconoce al mismo tiempo una profunda relación del hombre con Dios; esta triste noticia nos la da en el contexto de la verdad de la Redención, permitiéndonos así que miremos confiadamente a nuestro Creador y Señor misericordioso.

El hombre es lanzado fuera de su estado original, fuera de la Belleza, fuera de la santidad, para encontrarse en el estado de pecaminosidad, un estado que lleva consigo el pecado y conoce la tendencia al mismo. Desde ese momento, toda la historia de la humanidad sentirá el peso de este estado. Así, con el pecado, el hombre perdió la gracia. San Juan Pablo II, el Magno, prosigue diciendo que “el hombre, al ceder a la sugerencia del tentador, se hizo secuaz y cómplice de los espíritus rebeldes”.

Si bien nosotros no somos responsables del pecado original porque no es pecado personal nuestro, lo heredamos al nacer. Así lo expresa el Papa Pablo VI:

Creemos que en Adán todos pecaron, lo cual quiere decir que la falta original cometida por él hizo caer la naturaleza humana, común a todos los hombres, en un estado en que se experimentan las consecuencias de esta falta y que no es aquel en el que se hallaba la naturaleza al principio de nuestros primeros padres, creados en santidad y justicia y en el que el hombre no conocía ni el mal ni la muerte. Esta naturaleza humana caída, despojada de la vestidura de la gracia, herida en sus propias fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, se transmite a todos y en este sentido todo hombre nace en pecado. Sostenemos pues con el Concilio de Trento que el pecado original se transmite con la naturaleza humana ‘no por imitación, sino por propagación’ y que por tanto es propio de cada uno. Profesión de fe pronunciada por Pablo VI en 1968 al concluir el Año de la Fe

Para que podamos ponerlo en imágenes viene bien este ejemplo que nos brinda el padre Loring S.I., autor de “Para salvarte”: si un monarca concede a una familia un título nobiliario con la condición de que el cabeza de familia no se haga indigno de semejante gracia, ¿quién puede protestar si después de una ingratitud de este cabeza de familia, el monarca retira el título a toda la familia?

Lo mismo que cuando el embajador de una nación firma un tratado compromete a todo su país, lo mismo nos afecta a todos el pecado de Adán, que fue la cabeza del género humano.

En el Catecismo podemos ver que se lanza esta pregunta: ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? San León Magno responde: “La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio” (Sermones, 73,4: PL 54, 396). Y Santo Tomás de Aquino:

Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de San Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Y en el canto del Exultet: “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!” S.Th., 3, q.1, a.3, ad 3

Recapitulando un poco, ya el salmista exclama “mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 50) en un momento de angustia existencial y de arrepentimiento, y por otro lado San Pablo se refiere con frecuencia a que “todos nos hallamos bajo el pecado” (Rom 3, 19) ya que “por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores” (Rom 5 ,19).

San Juan Pablo II afirma: “debemos considerar el pecado original en constante referencia con el misterio de la Redención realizada por Jesucristo, Hijo de Dios, el cual “por nosotros los hombres y por nuestra salvación… se hizo hombre”. Ya en el libro del Génesis se vislumbra un futuro vencedor, aparece la promesa de que satanás será vencido, así como aparece en muchos otros textos de la Sagrada Escritura.

Dios no se deja ganar en generosidad, podemos decir desde ahora que la realidad del pecado se convierte, a la luz de la Redención, en ocasión para un conocimiento más profundo del misterio de Dios: de la pura Belleza, de Dios que es amor (Cfr. 1 Jn 4, 16).

Adán es figura del que había de venir. Pues si por la transgresión de uno mueren muchos, cuánto más la gracia de Dios y el don gratuito (conferido) por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, ha abundado en beneficio de muchos Rom 5, 14-15

Aquí comenzamos a ver la otra cara de la moneda, vemos la belleza de la gracia… San Pablo no vacila al decirnos: “Como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo [Cristo] todos quedarán constituidos justos” (Rm 5,19). Dios nos amó tanto que entregó a su único Hijo para la salvación de los hombres, para que podamos entrar en Su Reino.

Pero como están ciegos [los hombres] con mucha falta de fe, no reconocen el veneno, se ven emponzoñados y no toman el remedio. Estos llevan la cruz del demonio, gustando en esta vida las arras del infierno Santa Catalina de Siena, D. 47

Me encanta como lo expresa esta gran Doctora de la Iglesia, Santa Catalina de Siena, cuando se dirige a Micer Ristoro Ganigiani: “Hay en nosotros una luz natural que Dios nos ha dado para distinguir el bien y el mal, lo perfecto y lo imperfecto, lo puro y lo inmundo, la luz y la oscuridad, lo finito y lo infinito. Dios nos ha dado ese conocimiento por medio de la naturaleza y nosotros, por pruebas continuas, experimentamos que es así. Pero me diréis: «si este conocimiento está en nosotros ¿cómo es que nosotros nos ponemos del lado contrario a nuestra salvación?». Os respondo que esto viene del amor propio que nos ha tapado esta luz como la nube tapa algunas veces la luz del sol. Y así nuestro error no procede del defecto de la luz sino de la nube. Entonces el libre albedrío toma ciegamente las cosas perjudiciales al alma y no las provechosas. El alma por naturaleza, apetece siempre lo bueno, pero su error consiste en que, como la tiniebla del amor propio le ha privado de la luz, no busca el bien donde realmente se encuentra. Por eso los que así obran andan como locos, poniendo el corazón y el afecto en cosas transitorias, que pasan como el viento”.

Con esto podemos observar la importancia de la libertad del hombre: el Señor nos da la libertad, pero es un arma de doble filo, podemos actuar como dice San Agustín con “amor de sí mismo hasta llegar a despreciar a Dios”, y hacer una mala elección, la cara de la moneda dirigida al pecado; u optar por el bien que es el camino hacia el mismo Dios. Lo maravilloso aquí es que tú, si… tú eliges la cara de la moneda.

¿Cuál eliges?

Ahora bien, puede pasar que elijamos mal; no somos perfectos, estamos heridos por el pecado, San Pablo habla principalmente de una debilidad moral, es más, como una especie de incapacidad para hacer el bien. Estas son sus palabras: “… Pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Rom 7, 14-15). Pero… “¿Quién podrá decir: ‘He limpiado mi corazón, estoy limpio de pecado’? ” (Prov 20, 9).

El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión… San Agustín, In epistulam Iohannis ad Parthos tractatus 1, 6

Entonces quiero acabar diciéndoles que, según toda la doctrina, fundada en la Revelación, la naturaleza humana está no solo caída, sino también redimida en Jesucristo. Así como el pecado es una cara de la moneda, la gracia es la otra cara de la misma y preciosa moneda.

Quiero finalizar con las palabras de San Pablo: “Él me dijo: Mi gracia te basta, pues mi fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor 12, 9) porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20).

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!