¿Conoces la historia de Habacuc? Supongo que tu respuesta fue un no… tranquilo que hasta hace unos días estaba igual que vos. En este libro he encontrado una belleza inmensa, y automáticamente pensé: “este tipo pasa por lo mismo que cualquiera de nosotros”; y es de lo que vengo a hablarte.

Habacuc fue el octavo de los profetas menores. En su libro, nos encontramos con una persona que lucha contra Dios , que termina en una profunda intimidad con Él.

¿Hasta cuándo, Yahveh, pediré auxilio, sin que tú escuches, clamaré a ti: «¡Violencia!» sin que tú salves? Ha 1, 2

Así, como está arriba, comienza el libro de Habacuc, con un clamor a Dios, pero no recibió respuesta alguna de Él. ¿Cuántos de nosotros estamos clamando en este momento a Dios por las injusticias que vemos, que oímos, y pareciera que no recibimos respuesta alguna?

Dios le termina contestando a Habacuc, le dio una visión de su plan, y le dijo: “si se tarda, espérala, pues vendrá ciertamente, sin retraso” (Ha 2, 3). Observamos claramente que los tiempos de Dios no son los tiempos del hombre. Encontramos en este pasaje la belleza de saber esperar; hoy en día vivimos en una sociedad “yayahista”, la sociedad del ya, del ahora, las personas sufren de ansiedad frente a la espera, y cuando uno clama Su ayuda, debe saber que puede venir en el momento, como puede ser que la bendición se haga esperar.

Tras la respuesta de Yahveh, Habacuc aprendió a confiar, y terminó el libro con un salmo, con un cántico de fe.

Como les comenté al principio, en este libro encontramos una belleza inmensa. El profeta nos enseña a ser hombres de oración. Todo su libro es un diálogo entre Dios y él. Como he comentado en el artículo de “la oración: dialogo con Dios”, existen distintos tipos de oración; Habacuc nos enseña que debemos tener tiempos de intimidad con Dios en los que podamos expresarnos, en donde no tengamos miedo de expresar nuestras dudas, preocupaciones o confusiones con respecto a sus caminos.

Dios le revela a Habacuc que:

el justo por su fe vivirá. Ha 2, 4

Vayamos a San Pablo en Rm 1,17, Gal 3,11 y Hb 10, 38; en cada uno de estos casos, el apóstol Pablo utiliza la siguiente afirmación: “el justo por su fe vivirá”; como he dicho en varias ocasiones, Dios no deja ningún detalle al azar, la Biblia es una e indivisible.

Ahora bien, hablamos de que los justos se salvaran por su fe, cuando hablamos de justos nos referimos a esas personas que vivieron la fe como fundamento de lo que se espera, como garantía de lo que no se ve. Como dice Francisco: “Un hombre capaz de ser hombre y también capaz de hablar con Dios, de entrar en el misterio de Dios”.

Entonces vemos que la manera por la que los justos han vivido, ha sido siempre la ruta de la fe. Esto me lleva a querer servir a Dios, tanto con mi mente , como con mi corazón. Ser justo me lleva a querer cumplir con la palabra de San Pablo: “Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20)

En el momento en que creemos y comenzamos a andar por la ruta de la fe, se nos abren los ojos y empezamos a vivir a los ojos de Dios, confiamos, reposamos y nos apoyamos en Él. Es ahí, en ese momento, cuando nos convertimos en hombres espiritualmente vivos, activos. La fe es esencial de principio a fin, cada día y durante todo el día, en todo. Para vivir necesitamos respirar, y lo que la respiración es para el cuerpo, eso es la fe para el alma.

Nuestra raíz es la fe, y únicamente a través de la raíz llega el crecimiento. Spurgeon, C.

El justo vive por su fe, pero no debemos ser necios y decir “ya tengo fe y es lo único que necesito para ser hijo de Dios”. ¡No! Es verdad que deseamos vida, pero deseamos vida en abundancia.

Habacuc vivió lo mismo que solemos vivir nosotros, ¿no les parece? Una lucha con Dios, quejas constantes porque Él no respondía, porque no entendía los tiempos de Dios, pero luego viene lo más importante: Habacuc aprendió a confiar.

Al finalizar su libro, Habacuc sabía que no tenía el control de todo. Esperó en Dios, y cuando finalmente Dios habló, el profeta tuvo que confiar en Él pese a que no entendía sus planes; y así como comenzó clamando ayuda, culmina su libro orando:

El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas. Ha 3, 19

Todo su salmo pareciera decirnos “aunque no entiendo lo que está pasando, y nada sale como a mi me gustaría que salga, aún así me alegro y confió en tu sabiduría Señor”. Cuando tenemos a Cristo de nuestro lado, podremos decir como Isaías: “Sólo de la mano de Dios vienen las verdaderas victorias” (Is 54,17). Confiemos en lo que Dios tiene preparado para nosotros, pese a que no lo entendamos del todo, así como lo hizo el profeta Habacuc .

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!