En tiempos de pandemia es más difícil poder percibir incluso un ápice de esperanza, con nuevos brotes y variantes del virus… Incluso cuestionamos a Dios pidiendo signos que alienten a pensar que existirá una salida.

El mundo está caminando cabizbajo, sombrío e incluso quebrantado y derrotado. Del contexto actual es muy difícil salir inmune al pesimismo que se maneja, porque todos queremos recuperar la vida que “había antes”.

Muchas personas se han quedado atrapadas en el pasado, negándose a aceptar los cambios que resultaron producto de esta circunstancia de la historia que nos toca vivir.

También existen otras personas que tuvieron que asimilar los cambios en medio de la enfermedad y el luto, incluso sin poder despedir a sus familiares que partieron a la casa del Padre.

¿Cómo se puede ver al futuro con esperanza cuando vivimos en medio de una desolación cada vez mayor, cuando no se vislumbra salida a todas las crisis que se afrontan como consecuencia de este virus? ¿Cómo planifico mi futuro en medio de tanta confusión? ¿Qué es lo único seguro que tengo en mi vida?

Estas y muchas otras preguntas con las que seguramente se pasarán por la cabeza de todos nosotros. Parece hasta cruel pensar en un futuro de manera individual cuando hay mucha gente que ha sufrido, sigue sufriendo y sufrirá los efectos de la pandemia.

Estamos iniciando el año nuevo y la alegría efímera que se muestra es aún más corta, porque el éxtasis de las fiestas de fin de año dura mucho menos.

Muchas veces he visto que cuando se piensa en la esperanza, siempre se piensa en ella como una “circunstancia salvadora”, “un anhelo” e incluso en una persona en particular. Y, aunque no está del todo errada, en realidad, sin embargo, no está del todo cerca del verdadero significado de lo que en realidad es.

La esperanza es una virtud que habita dentro de cada miembro de esta humanidad. Y es difícil de concebir la historia de la humanidad sin las incontables victorias que se han tenido por mantenernos firmes en ella.

De manera individual o colectiva, esta virtud es el verdadero motor por el que el corazón y el espíritu humano desea concluir con toda la miseria del mundo, incluidos los efectos de la pandemia.

Por eso es tan importante esta virtud, en lo colectivo o en lo individual. Sin embargo, no debemos pasar por alto que solo es verdaderamente útil cuando se le trata a la virtud como tal y poniendo frente a ella lo que verdaderamente necesitamos y no un bien parcial o solo la salvación de la propia persona.

¿De qué me sirve poner mi esperanza en algo que es efímero? Por ejemplo, tener confianza en que solo yo y nadie más puede estar sin contagiarse. Nada más tardamos en salir sin mascarilla a un sitio o al aire libre y nos podemos contagiar.

La esperanza, como tal, está hecha para propósitos más profundos y con una gran belleza. Esta virtud, cardinal en la vida de cada cristiano, debe impulsarnos a elaborar acciones y gestos concretos de cercanía hacia los demás. Movidos por aquel en quien está puesta esa confianza de quien se desprende la esperanza.

Dice la Iglesia que: “La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad”.

Al don de la esperanza hay que prestarle una atención particular, sobre todo en nuestro tiempo, en el que muchos hombres, y no pocos cristianos se debaten entre la ilusión y el mito de una capacidad infinita de auto-redención y de realización de sí mismo, y la tentación del pesimismo al sufrir frecuentes decepciones y derrotas. San Juan Pablo II

Es claro que la posición de la Iglesia está orientada a levantar la mirada firme más allá del horizonte que nos ponen los obstáculos de la vida, de manera individual como personas o colectivamente como sociedad.

Y esto es coherente con la historia humana y con lo que la persona en sí misma es y representa. Y no solamente hablo de la dignidad humana como tal, sino de la que viene de lo alto.

La historia de nuestra vida está hecha y seguirá estando orientada a una sucesión de hechos, buenos o malos, que construirán el testimonio de nuestro vivir. Muchos de ellos son decisiones nuestras y a eso le llamamos libertad; otros, son consecuencias de las decisiones de otras personas o decisiones conjuntas.

En medio de todo eso, el hombre y la mujer, de toda época o nación, transita pensando y tendiendo la confianza en que todo saldrá de la mejor manera. O en última instancia, pensando en que, si no sale bien, aprenderá algo nuevo.

Este espíritu que anhela la bondad y los buenos tiempos, está auspiciado por la esperanza. Esa que habita dentro de nosotros y que debemos cultivar con fuerza, sin perder de vista que también vienen o estamos pasando tiempos muy duros.

San Juan Pablo II reflexionaba sobre eso hace muchos años y decía: “Muchos peligros se ciernen sobre el futuro de la humanidad y muchas incertidumbres gravan sobre los destinos personales, y a menudo algunos se sienten incapaces de afrontarlos. También la crisis del sentido de la existencia y el enigma del dolor y de la muerte vuelven con insistencia a llamar a la puerta del corazón de nuestros contemporáneos”.

Esto se corresponde con la sociedad que vemos hoy. Estamos muy polarizados, confrontados y hasta en conflicto, como nunca antes lo estuvimos en la historia de la humanidad.

Sin embargo, también es claro que, como decía santo Papa, “la esperanza nos sostiene y protege en el buen combate de la fe (cf. Rm 12, 12). Se alimenta en la oración, de modo muy particular en el Padrenuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear”.

Hoy no basta despertar la esperanza en la interioridad de las conciencias; es preciso cruzar juntos el umbral de la esperanza. San Juan Pablo II

La esperanza sostiene de una manera particular la belleza de la vida a la que aspiramos todos los seres humanos. ¡Y qué gran momento vivimos en esta época del año para reflexionar dentro de nuestro corazón su importancia en nuestra vida!

Edwin Vargas

Publica desde marzo de 2021

Ingeniero de Sistemas, nicaragüense, pero, sobre todo, Católico. Escritor católico y consagrado a Jesús por María. Haciendo camino al cielo de la Mano de María.