Qué difícil puede ser hablar de la belleza, cuando hablamos del desierto. Y es que no importa dónde nos encontremos, en la montaña o la playa, estamos realmente en un mundo desértico espiritualmente hablando, estamos en tierra árida, agrietada, que muchas veces parece hasta infértil. Pero ahí, en el desierto, los cristianos estamos llamados a florecer, dar vida y ser fértiles por la gracia del Espíritu Santo, a luchar y llevar la semilla del Evangelio, la belleza que hay en el mundo.

El desierto espiritual no es una depresión o una ansiedad, como muchas veces se nos ha hecho creer, tampoco es no creer en el Señor Jesús. El desierto espiritual realmente es un llamado que hace el Señor a unos pocos, como dice el libro de Oseas, para enamorarnos y hablarnos al corazón. Entrar en nuestra intimidad, en nuestra soledad, para poder enamorarnos más de él.

Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Oseas 2, 16 

Entrar en un desierto espiritual, humanamente se puede comparar como estar en una relación a distancia con Dios, pero nunca está más cerca el Señor de nosotros, como cuando estamos en ese desierto.  En esos momentos, la distancia que sentimos con Dios es un tiempo propicio para enamorarnos más de su persona en sí, de su sustancia y no sólo de su compañía. Es muy fácil amar a alguien cuando lo ves siempre, cuando constantemente puedes gozar de su presencia, pero cuando no está, cuando sientes que está lejos, aunque solamente esté guardando silencio, es difícil, pero así se fortalece mucho más el amor.

En el rumor, en la confusión, esto no se puede hacer; se escuchan solo las voces superficiales. En cambio, en el desierto, podemos bajar en profundidad, donde se juega verdaderamente nuestro destino, la vida o la muerte. Papa Francisco

Y aunque muchas veces no nos guste, el desierto es un lugar de búsqueda y encuentro con Dios. Es el lugar idóneo para madurar la oración, nuestra humildad y el silencio de nuestra alma. Al sentir que nos encontramos en un desierto, caminamos buscando y luchamos para encontrar esa fuente de agua tan ansiada. Bien lo expresó el Principito: “Lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en alguna parte”.

Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. Is 12, 3

El camino es cansado, muchas veces nos sentimos solos, pero los desiertos siempre tienen un final, y en lo alto del monte, ahí, hay un manantial de vida esperando por ti…

Diego Esquivel

Publica desde octubre de 2020

Soy Licenciado en Fotografía, Misionero de Corazón Puro Internacional. Camino por todo el mundo, capturando la belleza de Dios.