¿Cuántas veces hemos escuchado a alguien conocido hablar mal de otro? ¿Cuántas veces por querer parecer “buena onda” he criticado a alguien que no se lo merecía? ¿Cuántas veces por querer pertenecer a un grupo o conversación difame a un conocido? Sin contar aquellas veces que participe de la crítica, de la difamación, y no hice nada al respecto, solo escuché.

Todo lo que mencione te debe resultar conocido… ¡Estás a tiempo de cambiarlo! En el Antiguo Testamento le son entregadas a Moisés dos tablas, las tablas de la Ley; en ellas estaban los mandamientos de Dios, en un orden perfecto y lógico, porque Dios no deja ningún detalle al azar; en el octavo mandamiento el Señor nos exhorta a no dar falso testimonio contra el prójimo (Ex 20, 16; Dt 5,20).

Podemos comenzar a distinguir varias cosas, en primer lugar que este mandamiento nos exige una actitud: no mentir, ya que mentir significa hablar u obrar conscientemente y voluntariamente contra la verdad; mintiendo nos engañamos a nosotros mismos y conducimos a otros hacia el error. La mentira es la semilla de división dentro de una comunidad, por contrario la confianza es el fundamento de toda comunidad humana.

Por otro lado, hablando de la comunidad, la mentira impide las relaciones recíprocas y por tanto impide el amor, porque donde hay mentira no hay amor. El ser humano vive de comunicaciones, el Papa Francisco bien lo dice:

Cuando hablamos de comunicación entre las personas entendemos no solo las palabras, sino también los gestos, los comportamientos, incluso los silencios y las ausencias. Una persona habla con todo lo que es y lo que hace. Audiencia General noviembre 2018

El hombre es un ser social por naturaleza, por ende, vive comunicándose hasta cuando no quiere hacerlo; les pongo un ejemplo para clarificar lo que dijo Francisco y lo que quiero transmitirles porque pareciera que quiero engañarlos… Se inició una pelea entre hermanos por quién jugaría a los videojuegos, uno la ganó, el otro se fue a la habitación y volvió a la hora de la cena, sin emitir ninguna palabra; ¿qué quiere transmitir esa persona, si no está emitiendo sonido alguno? Su gesto facial (imaginémoslo con el ceño fruncido) y su decisión de “no hablar” nos dice que esa persona se encuentra enojada por la situación que vivió.

Continuamente nos comunicamos y vivimos en una fina línea entre la verdad y la mentira; la belleza está en que el lado de la línea lo eliges tú.

El hombre es el ser que necesita absolutamente la verdad y, al revés, la verdad es lo único que esencialmente necesita el hombre, su única necesidad incondicional. Ortega y Gasset, filosofo español

El Papa lo dice clarito: El chismoso, la chismosa son gente que mata: mata a los demás, porque la lengua mata como un cuchillo. ¡Tened cuidado! Un chismoso o una chismosa es un terrorista, porque con su lengua lanza la bomba y se va tranquilo, pero lo que dice, esa bomba lanzada, destruye la fama del prójimo. No lo olvidéis: decir habladurías es matar. ¿Elegís este lado de la cancha, este lado de la moneda u optás por encontrarte con la verdad? Espero no te hayas cansado, porque se viene la mejor parte…

Al comunicar debemos tener en cuenta los “tres filtros” de Sócrates: ¿Es verdad? ¿Es bueno? ¿Es útil? La comunicación de la verdad debe hacerse con inteligencia y debe tener el tono de la caridad. Digo esto porque se suele utilizar la verdad como un arma y suele tener un efecto destructivo en vez de constructivo.

Debemos revestirnos del “Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 24), el hombre cuando conoce la Verdad la busca naturalmente y se encuentra obligado a seguirla y a honrarla. El discípulo de Cristo acepta vivir en la belleza de la verdad, es decir, decide vivir una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. “Si decimos que estamos en comunión con Él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad” (1 Jn 1, 6).

El mismo Cristo en su Pasión dijo a Pilato que vino a dar testimonio de la verdad (Cfr. Jn 18, 37) y por tanto como sus discípulos debemos seguir su ejemplo y no “avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2 Tm 1, 8). El ser testigos de la Verdad, de la Belleza, del Evangelio nos obliga a transmitir la fe en palabras y obras, es decir que debemos ser personas coherentes.

No dar falso testimonio ni mentir implica vivir como auténticos hijos de Dios. Papa Francisco

Como consejo les dejo el de San Josemaría Escrivá: “Si no tenemos nada bueno que decir de la otra persona, mejor no decir nada”. A veces es mejor pensar las cosas antes de decir y actuar, necesitamos pedir el valor de la prudencia para no contaminar con nuestras palabras u obras.

Por último, el Señor nos habla directamente, sin titubeo alguno: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-33). Mantenerse en u Palabra es cumplir con los mandamientos, con el mandamiento nuevo del amor. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (Cfr. Rm 8,16), para darnos la fuerza que necesitamos para afirmar en cada acto esta verdad. Que realmente el Espíritu nos de la fuerza para redirigir nuestros pensamientos y podamos afirmar como San Pablo que nos baste su gracia frente a la debilidad (Cfr. 2 Cor 12,9).

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!