Jesús no solo quiso nacer en el lugar más humilde de la tierra, sino que quiso también ser tentado por el diablo. Nos vuelve a mostrar ahí su humildad, pero sin olvidar su perfecta humanidad.

Como se narra en el Evangelio, Jesús se retiró cuarenta días al desierto para orar con su Padre. Cuarenta días antes de comenzar la misión que acabaría llevando a su muerte y resurrección, al sacrificio que iba a cambiar la historia de la humanidad. Sufrió, porque era hombre; llegó a sudar sangre el Jueves Santo, y como sabía a lo que se tenía que enfrentar, necesitó retirarse de la ciudad para orar con su Padre Dios. Para no olvidarse del sentido último del Cáliz por el que tenía que pasar: nuestra salvación.

Cuarenta días en el desierto, pasando hambre y sed, enfrentándose a las tentaciones del demonio, que siempre sabe con qué convencernos para caer en pecado. Y así, sabiendo que Jesús pasaba hambre, le propuso convertir las piedras en alimento.

Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y acercándose el tentador le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Él respondiendo dijo: “Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios”. Mt 4, 1-4

Pero Jesús lo rechazó: nunca hace milagros para su propio beneficio (las bodas de Caná, la multiplicación de los peces, la resurrección de Lázaro…).

En la hora de la tentación, ejercita la virtud de la Esperanza, diciendo: para descansar y gozar, una eternidad me aguarda; ahora, lleno de Fe, a ganar con el trabajo, el descanso; y, con el dolor, el goce… ¿Qué será el Amor, en el Cielo? San Josémaría Escrivá

Jesús busca en el desierto la belleza del silencio, se aleja del mundanal ruido y prepara su interior para el encuentro en los Cielos con su Padre. 

Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús, y lo hace abiertamente. Las tentaciones se dan tras cuarenta días y cuarenta noches de oración y ayuno. Jesús siente hambre, está agotado, experimenta las limitaciones del cuerpo y su mente también está afectada por el cansancio, el hambre y la soledad.

Como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza, quiso también ser conducido al desierto y trabajar allí combate con el demonio. San Juan Crisóstomo

Quería Cristo enseñarnos que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba, cualquier tentación. Satanás elige el momento más adecuado para tentarle y es cuando Cristo está más débil, más cansado. Pero Jesús, siendo Dios, no se sirve de su poder para huir de dificultades o del esfuerzo.

El demonio lo mismo hace con nosotros: sabe cuál es nuestra debilidad, si estamos en un momento de dudas, de tristeza o de cansancio… y es ahí cuando nos tienta. Para que nosotros no caigamos vencidos le tenemos que pedir a Dios que nos dé su Gracia, mantener una vida de oración y practicar los Sacramentos, porque si no es imposible que no nos dejemos ganar por el mal.

Como nos dice el filósofo Francisco Canals en su Ascética Meditada: Él permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, para darte madurez, comprensión, y para hacerte humilde.

En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del templo. Y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo”. Le respondió Jesús: “No tentarás al Señor tu Dios” (Mt 4, 5-7). En la última de las tentaciones el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno: le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: “Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras” (Mt 4, 8-10). El Señor lo rechazó, el demonio siempre promete más de lo que nos puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos, y la belleza de Dios nos aleja de cualquier proposición que nos puede hacer.

El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice:

Confiad: Yo he vencido al mundo. Jn 16, 33

Las tentaciones también fueron para Jesús la oportunidad para reafirmar su propia identidad. Sabía que su vocación era hacer presente en el mundo el amor de ese Dios Padre de Amor y Misericordia, y en el desierto pudo prepararse para ello en comunicación con el Padre. Nosotros podemos ver así la belleza que hay en las tentaciones: una oportunidad para clarificarnos sobre quiénes somos, el sentido de nuestra vida, lo que queremos ser. Es un momento en el que somos libres y en nuestras manos está la decisión y de ella somos responsables.

Nadie se conoce a sí mismo si no ha sido tentado; ni puede ser coronado si no ha vencido; ni vencer si no ha combatido. San Agustín

Cada vez que vencemos una tentación (de soberbia, de vanidad, de gula, de falta de caridad, de guardar rencor, de criticar…) estamos creciendo como personas y en la Gracia de Dios. ¿Te atreves?

Beatriz Azañedo

Publica desde marzo de 2019

Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.