Siempre me habían dicho que al corazón no hay que escucharle, pero no es cierto. El corazón guarda nuestros tesoros, nuestros sueños… En él Dios sembró nuestra misión y de él nace la necesidad de hacer cosas grandes con los talentos que nos han sido regalados, porque estamos llamados a donarnos, a ser un regalo para la humanidad entera.

Lo que debemos controlar son las pasiones. Sentir es bueno, pero no por el hecho de sentir, hay que actuar de una manera u otra.

Para entender al corazón hay que hacer silencio, dejar de lado el “me apetece” para que puedan quedar a flote las verdades más profundas, aquellas que nos recuerdan lo que está bien y lo que está mal, lo que toca o no toca.

Un corazón trabajado en oración, se vuelve capaz de discernir y escuchar la voz de Dios de manera clara y concisa. No hay vaciles porque la libertad también consiste en aceptar o negar el deseo que Jesús tiene para nosotros.

El corazón hay que cuidarlo. No sólo el propio, también el del prójimo. “Al corazón de una persona hay que entrar de rodillas” decía San Josemaría Escrivá.


Cuidar el corazón de las personas a las que quieres es una acción muy noble. Es el resultado de actuar con amor generoso, de ser sinceros en la expresión de nuestros gestos, de dar respuestas cariñosas…

En mi primera comunión, me regalaron un cuadro con diversas escenas en las que aparecían niños cumpliendo con las obras de misericordia. Lo guardo en casa todavía y a día de hoy, aún me gusta mirarlas y recrear las diversas historias que se presentan.

Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, corregir al que se equivoca… Las obras de misericordia nos enseñan (o nos recuerdan) como debemos tratar a la gente. Podría decirse que son un “básico” de comportamiento. 

Pienso que cuando el corazón te pide algo que no va a hacerte bien, o no va a hacer bien al prójimo, en realidad no se está sabiendo escucharlo. El corazón no es nuestro enemigo.

Allí, en el corazón, es donde habla Dios. Bajito pero amoroso. Una vez abierto, de manera ordenada, cabe todo el mundo.

A veces comprender al corazón es simplemente un caos. La cantidad de estímulos externos pueden convertirlo en una jungla de emociones y sentimientos en los que es difícil encontrar la raíz o discernir correctamente. La oración no es sólo la solución entonces, es también la manera de prevenir incertidumbre tal.

Para educar el corazón, para saber tratarlo y comprenderlo, es importante apartarse y regalarle unos momentos solo a Dios. Nadie, absolutamente nadie, te conoce como Él.

El Señor, día a día, deposita en nuestro interior numerosas respuestas, mensajes y consejos, para guiarnos hacía el cielo y solo un corazón bien entrenado, podrá permanecer sensible a esa gracia de encontrar la voz de Dios en medio de tanta irrelevante información.

Mafalda Cirenei

Publica desde marzo de 2020

Suelo pensar que todo pasa por algo, que somos instrumentos preciosos y que estamos llamados a cosas grandes. Me enamoré del arte siendo niña gracias a mi madre, sus cuentos y las clases clandestinas que nos impartía en los lugares a los que viajábamos. Soy mitad italiana, la mayor de una familia muy numerosa y, aunque termino encontrando todo lo que pierdo debajo de algún asiento de mi coche, me dicen que soy bastante despistada. Confiar en Dios me soluciona la vida.