Adentrarse en la vida de los santos muy pronto te transporta en un viaje impresionante; la belleza de la santidad que nos deja la vida de estas personas nos impacta. San Francisco de Asís, es uno de ellos, un santo que impacta; y que seguirá impactando a la nuevas generaciones, pues él, es un santo actual.

Tan grande ha sido su ejemplo, que hoy es uno de los santos más conocidos, queridos y venerados del mundo. Su historia, muchos ya la conocemos, pero siempre, en cada ocasión que la revivimos nos vuelve a dejar un mensaje nuevo o un recordatorio. Y por eso recordamos, por qué San Francisco, es un santo tan popular.

Su vida, hoy sigue siendo un referente y una meta para muchas personas, y es verdad, que su ejemplo nunca antes había sido tan necesario como ahora.

Particularmente, es San Francisco para la juventud, ese ejemplo de osadía e incomprensión, de sueños y de deseos; de ambiciones, de retos, de querer hacer las cosas de un modo tan radical que nos parecen una locura sus acciones.

¿Cómo es que alguien que lo podía tener todo en este mundo, de pronto anhela no tener nada? Al igual que como nosotros, los jóvenes, podemos tener sustento abundante o suficiente de nuestros padres. A Francisco, no le iría a faltar nada, nunca iba a tener porque pasar necesidades. Su padre, Pedro Bernardone, un próspero mercader de telas, le podía dar todo lo que necesitara y quisiera; y su madre la piadosa Picca lo cuidó con toda la bondad de una madre cristiana.

Como cualquier joven, Francisco, tenía sueños de grandeza. Antes de tener su encuentro con Dios, él solo pensaba en ser un caballero, en combatir y obtener fama y respeto por sus actos heroicos. ¿Qué joven no llega a pensar así?

Pero la incomprensión de la juventud se hizo presente, y a pesar de que él era conocido precisamente en su tiempo, como “el rey de la juventud”, porque se encontraba viviendo una popular vida de joven; pronto la crisis espiritual llegaría al joven de Asís. Francisco, se dio cuenta, que él no era realmente feliz.

Fueron los primeros 20 años de su vida que vivió al ritmo de lo que dictaba el mundo, en estos últimos, en su búsqueda de encontrar aquello que necesitaba, decide entrar al ejército, pues él buscaba una vida “superior” y pensaba que en el combate podría encontrar esa vida.

Lo que sucedió después de que Francisco se alistó, es el comienzo de lo que marcaría el inicio de su vida de fe. Al alistarse, combatió en la guerra contra Peruya, donde fueron derrotados y él resultó encarcelado. Durante un año estuvo preso, y al salir se encontró gravemente enfermo. Aquel tiempo de enfermedad definiría el inicio de su nueva vida; por primera vez, se plantearía la idea de tener una vida diferente a la que estaba acostumbrado. Su alma se había turbado y esa aflicción no lo dejaría hasta haber encontrado por fin a Dios.

Habiendo recuperado sus fuerzas, con la osadía que le caracterizaba, decide volver al ejército. Pero esta vez no pudo concretar su ideal, cuando al ver a un caballero vestir en la pobreza, algo cambió en él, desistió de ir al combate y pronto tendría su sueño.

Una misteriosa voz le habló y le dijo: “Francisco, ¿a quién es mejor servir, al Amo o al criado?”. Francisco respondió: “Sin duda es mejor al Amo”. La voz le contestó: “¿Por qué, pues, conviertes al Amo en criado?”.

Francisco, buscaba respuestas. Durante ese tiempo de reflexión ayudó a su padre en el negocio, y su vida de sociedad parecía ser como antes. Sin embargo, Francisco ahora pensativo y callado, pensaba más y más. A su edad, en la cual la mayoría de sus amigos y conocidos ya pensaban en encontrar a su esposa y esposo, él también pensaba en su complemento, y Francisco, la encontró. Él la llamaría “su Dama, la pobreza”.

En la oscuridad comenzaría a ayudar a los pobres. Un día, en el que Francisco volvía a Asís a caballo, se encontró en el camino a leproso que le pedía limosna, él, conmovido, dejó su limosna en las manos de éste y las besó. Desde ese momento quedó sellada la esencia de su nueva vida.

Fue en la iglesia de San Damián donde escuchó una voz que parecía venir del crucifijo que le decía: “Repara mi Iglesia, ¿no ves que se derrumba?”. Francisco, inmediatamente se apresuró a vender telas del negocio de su padre para conseguir dinero y darlo en donación al templo, pues él pensaba en lo material, pero esto solo provocó la ira de su padre, que hasta lo encerró, y tal fue la disposición de su nueva actitud de Francisco, que terminó en los tribunales civiles y hasta delante del Obispo Guido, donde fue ahí que rompió la relación con su padre y le devolvió hasta sus ropas que traía puestas. Así, Francisco se entregó a su Padre del Cielo. Y se estaba desposado con su Dama, la pobreza.

Lo que sucedió después con Francisco es la belleza de su legado que nos dejó con su vida sumergida en el Evangelio. La base de su actuar la encontró en Mateo 10,9 en donde Cristo dice que para predicar la Palabra de Dios no necesitamos nada más que nuestra persona; lo cual, San Francisco adoptó de tal manera, que cuando lo llevó a la práctica tal como dice el Evangelio se convirtió en algo radical en la sociedad y en la Iglesia misma.

Pero es a raíz de esta manera de actuar que las personas comenzaron a unirse a San Francisco, durante el primer año de su nueva vida, once personas fueron las que lo siguieron.

Buscó la autorización del Papa para formalizar la creación de una nueva orden, y lo logró, con la ayuda del Espíritu Santo al presentarse al Papa Inocencio III un sueño donde la Iglesia estaba siendo sostenida por una persona ceñida con una soga en la cintura, así como vestía en ese momento Francisco. Fue de este modo que la orden de los Hermanos menores, hoy la orden Franciscana, había obtenido su autorización.

Conoció a Clara, una joven de familia noble que se llenó de admiración cuando escuchaba a Francisco, con ella se creó la segunda orden, la de las Dueñas Pobres, que más adelante se conocieron como las Clarisas. De esta forma la espiritualidad franciscana quedaba también en las mujeres, demostrando la grandeza de la amistad que puede surgir de un hombre y una mujer con el mismo centro, que es Jesús.

Más adelante vendría una tercera orden y el número de seguidores iría incrementándose más y más. San Francisco en su fuerte intención de predicar el Evangelio decide salir. Sentía una gran necesidad de llevar la paz de Cristo a donde fuera, lo cual lo llevó hasta el sultán de Egipto.

La espiritualidad que de San Francisco surgía se volvió contagiosa, él cada vez se adentraba más y más en su relación con Jesucristo, hasta pedir de manera atrevida y valiente sufrir los mismos dolores que Él sufrió. Su plegaria fue escuchada y como un distintivo más a su persona, San Francisco ahora portaba con dolor las llagas de las heridas de Cristo.

Murió estando ciego, con dolores y estado siempre en oración, con una voluntad firme pero libre, que le permitía reconocer a Dios en todas las cosas, incluso en los momentos más difíciles, como en aquél tiempo de ceguera donde compone el famoso poema del “Cántico del hermano sol” o “Cántico de las criaturas”.

Altísimo, omnipotente, buen Señor,

tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo, corresponden,

y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,

especialmente el señor hermano sol,

el cual es día, y por el cual nos alumbras.

Y él es bello y radiante con gran esplendor,

de ti, Altísimo, lleva significación. Cántico del hermano sol, fragmento

De San Francisco se puede seguir diciendo muchísimas cosas más, su espiritualidad abarca más que sólo su pobreza; a él le debemos gran parte del sentido actual de las misiones, la fraternidad por la paz en Jesucristo y el amor y el respeto a los animales. Después de todo, cada uno de nosotros llevamos algo franciscano en nosotros al tener cada año con amor, en la fiesta de la Natividad de Jesús, nuestro pesebre en representación del nacimiento de Cristo. Una iniciativa totalmente franciscana que como parte de su orden, nos invita a recordar la humildad y la pobreza con la que Jesús vino al mundo.

San Francisco, con su vida nos dice cómo es posible obtener la libertad interior, cuando se deja atrás todo lo material, se puede mirar nuestro alrededor como realmente es, reconociendo que es Dios el creador de toda la belleza que encontramos. Por esto, San Francisco se atreve a llamar hasta a los animales y cada parte de la creación como “hermano”, porque él reconoció que todo tiene un mismo creador, el mismo que también le dio su vida.

Con la pobreza lo que él quería era vivir profundamente el mensaje del Evangelio, diferente de solo querer ser pobre por la pobreza o como un mero aspecto social, quería llevar al mundo esa paz que él recibió cuando se entregó por completo al Padre. Quería que todos la pudieran disfrutar en un mundo dividido por el hombre, y es aquí donde recae su fraternidad. Estos valores, son el mayor tesoro que dejó San Francisco, los cuales siguen siendo tan necesarios en el tiempo que hoy vivimos.

Conociendo a fondo la vida de este santo, podemos ver cómo se puede parecer en mayor o menor medida su vida a la nuestra, cuando por regalo de Dios tenemos lo suficiente, la inquietante necesidad de encontrar lo que nos hace falta nos puede llevar a las obras de Dios, así resulta más fácil comprender por qué él buscaba esa vida superior. Con sus necesidades materiales más que cubiertas, con el permanente amor de una madre y con la popularidad de su juventud, su alma solo necesitaba una sola cosa, y él buscaba encontrarla en el mundo, pero Dios salió a su encuentro en su camino.

San Francisco, con sus valores tan apreciados hoy en día, no lo convierte en un santo moderno, sino en uno profundamente actual. Sus valores, no son los que se promueven hoy, pero sí son los que necesitamos ahora mismo, lo que él vivió y lo que él difundió, es lo que intentamos vivir. Y la clave de la grandeza de San Francisco es su vida profundamente evangélica: asumió el Evangelio tal y como es, y lo combinó con su profunda personalidad, por esto, San Francisco no solamente imita algunos aspectos de la vida de Jesús sino que por su ejemplo también se le ha llegado a conocer como el Alter Chirstus.

Cristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre, y sólo Él es quién tiene palabras de vida eterna, quienes lo siguen de cerca, como Francisco, son siempre hombres y mujeres actuales.

“Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí” (Cfr. De la verdadera y perfecta alegría, San Francisco de Asís). Escribió San Francisco, que ante un mundo adverso al amor de Dios la entrega al sacrificio hace que se convierta en el mayor regalo que este mundo podría ofrecer, es por esto, por esta espiritualidad tan llena de amor de Cristo para los demás, que San Francisco impacta y sigue y seguirá siendo un referente de jóvenes y grandes.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.