El ejercicio de la autorreflexión sobre nuestros actos, emociones y pensamientos es algo propio de la persona. Es un vistazo a una fotografía de nosotros mismos, del cómo nos vimos a los largo del día y de los días anteriores.

Esta actividad personal es tan necesaria que es preciso realizarla cada día, y durante los días de Cuaresma se exige un extra análisis de nosotros mismos. Trabajar esta parte de nuestra mente, corazón y espíritu nos dirige hacia la vía del arrepentimiento y de la penitencia, que durante los cuarenta días de preparación para la Semana Santa son un factor importantísimo para poder comprender correctamente el amor de Dios.

Observar el examen de nosotros mismos nos hace notar que somos pecadores. En alguna medida, por nuestra naturaleza humana, reconocemos que hemos llegado a dañar, a lastimar. Pero esas ofensas no tienen el mismo peso al compararlas unas con otras. Nos damos cuenta entonces de que algunas acciones pudieron haber sido voluntarias y otras involuntarias, y de que unas pueden merecer una disculpa y otras necesitan un perdón. 

La diferencia entre acciones que necesitan de perdón y dedisculpa, es la intención. Ambas generan un daño a la otra persona, pero una pudo haber sido con una decisión consciente de herir y la otra por una falta de conocimiento o por las circunstancias del momento.

En las situaciones en las que se amerita una disculpa no es preciso sentir un sentimiento de responsabilidad por lo sucedido, por otro lado al pedir perdón por algo sí existe un reconocimiento de las consecuencias de la acción que se hizo.

Lo anterior es muy importante de reflexionar, porque se requiere un alto de nivel de franqueza y sinceridad consigo mismo para estar seguros de que nuestra conciencia esté limpia y no autoengañarnos.

Analizar nuestras acciones podría sonar como algo muy sencillo de hacer, pero en realidad, cuando se trata de pedir perdón, es una de las acciones más complicadas que las personas pueden realizar. Porque para ello se tiene que aceptar la ofensa que se hizo y reconocer el daño hecho con humildad. Es afrontar con responsabilidad la consecuencia de nuestros actos con un verdadero sentimiento de arrepentimiento y de no volver a ofender.

El problema de la justificación de nuestros actos es lo que siempre detiene al verdadero arrepentimiento, se tiene miedo de reconocer y afrontar el daño hecho. Eso también es parte de la naturaleza humana, porque tenemos flaquezas humanas y lo que verdaderamente nos indica es que estamos necesitados de misericordia.

¿Por qué el mundo sufre de una falta de perdón?

La justificación y el tiempo, juntos son dos aspectos que pueden prolongar el malestar entre las personas. Por un lado la falta de verdadero arrepentimiento y por otro lado la prolongación del malestar por la falta de perdón. Son dos elementos que pueden explicar el porqué de la existencia de conflictos que duran hasta generaciones.

Con ello podemos hablar del otro lado del problema. Ya sabemos que todos podemos ser faltos de perdón, pero al mismo tiempo nosotros mismos podemos otorgar ese perdón, esa misericordia para los demás. 

En este sentido también hay diferencias entre perdonar y disculpar. En el primero nos liberamos del dolor y en el segundo aceptamos que lo sucedió. Aquí es Jesús quien nos enseña y nos pide perdonar siempre; para poder estar en relación con Él, tenemos que estar bien con los demás. 

El acto de perdonar también puede llegar a ser difícil por causa del dolor. Humanamente es comprensible desde ese punto de vista, pero el perdón es algo maravilloso, otorga libertad y esa es la belleza escondida dentro de tanto sufrimiento.

Entonces se adelantó Pedro y le dijo: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”

Jesús le respondió: “No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

Mt 18, 21-22

El perdón es inmediato cuando decidimos darlo, es como el vuelo de un ave cuando toma la oportunidad de salir de su jaula; pero increíblemente, de esa prisión salen dos personas que a causa del pecado han sufrido, y que han sido puestas nuevamente en libertad.

Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10,000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: “Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré”. Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

Mt 18, 23-27

Y es ahora, considerando lo anterior, momento de pensar sobre el perdón más grande que hemos recibido, ya que si nos parece asombrosa la acción del perdón entre los hombres, ¡cuánto más llegó a ser la acción del perdón de Dios para nosotros, a través de Jesucristo, su Hijo!

Pensar en cuánto somos amados por Dios, al reconocer con humildad cada acto hecho por nosotros y saber que Él siempre estará para perdonarnos nuevamente es una de las mayores expresiones de amor que la humanidad puede tener.

Es la lucha dentro de nosotros mismos que nos confronta con nuestras flaquezas humanas y la belleza de la perfección de Dios. Pues con cada acto sincero de arrepentimiento y de perdón nos estamos acercando a esa misma perfección pero en nuestra naturaleza humana (Cfr. Mt 5, 37-48).

Es ahora el momento en donde podemos hacer algo más para mejorar nuestra propia fotografía. Sabernos sentirnos amados y perdonados indudablemente nos hace actuar como Jesucristo.

En su sacrificio hecho por Él para nosotros, respondemos de maneras similares buscando el bien por nuestros hermanos. Es el propósito de mejora lo que nos dice que la caridad es una de las formas más gratas para agradecer por ese perdón que no merecíamos, pero que en este instante sí tenemos.

No hay que dejarse llevar por las emociones si después de comprender esto volvemos a pecar, pues la humanidad no es perfecta; antes bien, hay que recordar que nunca hay que dejar de arrepentirnos, ya que en cada acto de sinceridad y penitencia siempre estaremos un paso más cerca de Él.

Reconocer la necesidad de la misericordia de Dios es tan humano como pedir perdón por nuestros actos; esa es la belleza escondida de la vida.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.