Cuando mis hermanas y yo éramos pequeñas, a veces nos daban repentinos arrebatos de generosidad, en los que nos regalábamos cosas para nosotras muy queridas.

“Recuerda que se lo has regalado, no prestado”, nos decía mi madre, “piensa bien si quieres hacerlo”.

Por supuesto que a mi madre le gustaba que fuéramos generosas. Cuando cedíamos, por ejemplo, mis padres celebraban la belleza de esa acción como si de una gran victoria se tratara. Sin embargo, detrás de aquella forma de educar, se escondía la intención de recordarnos que tenemos dones valiosos que, una vez entregados, son irrecuperables.

La creación, acontece como fruto de una relación de amor y entrega entre las tres Personas de la Santísima Trinidad. Nosotros, por estar hechos a imagen y semejanza de Dios, estamos igualmente llamados a donarnos.

Nuestros cuerpos, que tienen un lenguaje propio, nos hablan de una vocación a la comunión, y de que somos regalos.

La pureza se custodia con la virtud de la castidad, “que respeta el misterio de la sexualidad y lo ordena a la fecundidad y a la entrega” (san Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, punto 25).

La Virginidad física, es ese don valioso con el que nacemos y que se entrega una sola vez. Es irrecuperable.

Por otro lado, la virginidad interior, la espiritual, igualmente valiosa, se puede seguir custodiando tras la decisión de volver a cuidar la pureza, una vez que se ha perdido la virginidad física.

Si por desgracia se cae, hay que levantarse enseguida. Con la ayuda de Dios, que no faltará si se ponen los medios, se ha de llegar cuando antes al arrepentimiento, a la sinceridad humilde, a la reparación, de modo que la derrota momentánea se transforme en una gran victoria de Jesucristo. San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, punto 186

La virtud de la pureza nos hace hombres fuertes, dueños de nuestro cuerpo, de nuestros deseos y nuestras pasiones. Con ella también cultivamos la paciencia.

La pureza limpísima de toda la vida de San Juan, le hace fuerte ante la cruz. —Los demás apóstoles huyen del Gólgota: él, con la Madre de Cristo, se queda.
—No olvides que la pureza enrecia, viriliza el carácter. San Josemaría Escrivá, Camino, punto 1444

Una vez casados, se van a dar igualmente diversas ocasiones en las que, por salud o por los motivos que sean, se tendrá que ejercitar la espera, la abstinencia y el respeto mutuo.

El noviazgo no es sólo un tiempo de discernimiento, también nos prepara y nos enseña a ser cónyuges pacientes.

La castidad —no simple continencia sino afirmación decidida de una voluntad enamorada— es una virtud que mantiene la juventud del amor en cualquier estado de la vida. Existe una castidad de los que sienten que se despierta en ellos el desarrollo de la pubertad, una castidad de los que se preparan para casarse, una castidad de los que Dios llama al celibato, una castidad de los que han sido escogidos por Dios para vivir en el matrimonio. San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, punto 25

Justamente el otro día, hablando con una muy buena amiga sobre este tema, me decía: “Mafi, es muy fuerte, pero es que se nos olvida que de una relación sexual, puede nacer una nueva vida; no es ninguna tontería”.

Dios, comenta santo Tomas de Aquino, ha unido a las diversas funciones de la vida humana un placer, una satisfacción; ese placer y esa satisfacción son por tanto buenos. Pero si el hombre, invirtiendo el orden de las cosas, busca esa emoción como valor último, despreciando el bien y el fin al que debe estar ligada y ordenada, la pervierte y desnaturaliza, convirtiéndola en pecado o en ocasión de pecado. San Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa, punto 25

Creo que merece la pena elegir bien a quien entregarse. Valemos toda la sangre de un Dios ,y no es justo que alguien se atreva a cosificarnos.

No hemos de olvidar jamás que hemos sido comprados a gran precio, y que somos templo del Espíritu Santo. San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, punto 186

Al igual que al corazón de otra persona hay que entrar de rodillas, con la misma dignidad merece ser tratado un cuerpo y su alma.

Hemos sido hechos para la eternidad y por eso, lo pasajero, no nos hace felices.

Como he dicho antes, estamos hechos para donarnos… pero la persona que nos recibe como don, debe ser capaz de reconocer toda nuestra belleza (como Dios hace).

En la noche de bodas, dos personas que se han prometido, consciente y valientemente, amor y entrega delante de otras muchas, expresan con su cuerpo aquello que hace algunas horas, expresaron con palabras.

No se puede entregar el cuerpo sin entregar el alma… o sin que esta resulte herida. El corazón hay que cuidarlo porque, de ahí manan todos nuestros deseos, sueños, preocupaciones, amores, quereres…

Un corazón sano, rebosante de belleza, o un corazón herido, no resultan indiferentes en las distintas facetas de nuestro día a día. Un bloqueo, o una motivación, pueden ser la consecuencia del estado en el que este se encuentra.

Si alguien nos quiere tanto como para ser digno de nuestra entera persona, debería también saber querer, y no temer, nuestra fertilidad.

No debería caber el arrepentimiento en esa persona a la que has decidido entregarte. Te mereces cosas muy grandes.

Esperar, no solo merece la pena, sino que tiene un sentido.

La Iglesia, no está en contra de las relaciones prematrimoniales por ser una retrógrada o una anticuada… Lo hace porque es madre, porque quiere nuestro bien, cuidar nuestro corazón, nuestra alma, que todo el mundo se salve y llevarnos al cielo.

Ciertamente no cabe separar la pureza, que es amor, de la esencia de nuestra fe, que es caridad. San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, punto 186

Además de las ya citadas, existen otras muchas razones por las que vale la pena esperar, como la de entregarle a tu futuro cónyuge, después de mucho esfuerzo (se sabe que puede no resultar muy fácil), algo que guardaste exclusivamente para él.

Por último y para ampliar el tema, os dejo a continuación dos de los videos de mi youtuber preferida:

Mafalda Cirenei

Publica desde marzo de 2020

Suelo pensar que todo pasa por algo, que somos instrumentos preciosos y que estamos llamados a cosas grandes. Me enamoré del arte siendo niña gracias a mi madre, sus cuentos y las clases clandestinas que nos impartía en los lugares a los que viajábamos. Soy mitad italiana, la mayor de una familia muy numerosa y, aunque termino encontrando todo lo que pierdo debajo de algún asiento de mi coche, me dicen que soy bastante despistada. Confiar en Dios me soluciona la vida.