Juana de Arco es posiblemente uno de los casos más enigmáticos de santidad. Al menos, no podríamos dejar de advertir que su historia nos presenta un modelo intrépido y hasta misterioso de santidad, con tintes bélicos, políticos y piadosos, todos conjugados y entrelazados en su alma; dejándonos ver la mano artesana de Dios que modeló aquella alma para Sí con un amor y un coraje propios solo de los más audaces en la historia.

La historia de esta santa se presenta tal vez en dos grandes y notables líneas: el hilo inédito, particular y casi incomprensible de los grandes santos de la historia; y el perfil humano y peregrinante de cualquier hombre que ha pisado esta tierra y que anheló la Eternidad.

Lo primero que podríamos destacar es —como en todos los casos de santidad— su tiempo y espacio. El tiempo y el espacio de cada uno de nosotros es crucial, y resulta clave para entender las santas figuras de los antecesores en la fe: desde Pablo, soldado perseguidor y apóstol perseguido por custodiar y propagar la fe, pasando por Santo Tomás en su combate intelectual-doctrinal contra las herejías de aquel entonces; hasta Carlo Acutis, recientemente declarado como venerable bajo el seudónimo de “ciber apóstol de la Eucaristía”.

El caso de Juana es igualmente ubicado en un período particular de la historia: el conflicto bélico de 1429 entre Francia e Inglaterra había avanzado progresivamente y, cuando Inglaterra estaba a poco de conseguir un triunfo definitivo, Juana es nombrada como capitana del ejército y reconquista Orleans, ciudad que terminó representando una alzada importante para el reinado francés. Todo esto con tan solo 17 años y en un contexto histórico que ciertamente prestaba muy poco lugar a las mujeres en las cuestiones militares y políticas de la sociedad.

Sin embargo, no es el hecho propiamente histórico y ciertamente maravilloso que ella protagonizó lo que nos lleva a recordarla y admirarla; sino más bien las disposiciones interiores y las decisiones que la fueran conduciendo poco a poco hacia aquella muerte gloriosa y “selecta” que es el martirio. En los inicios de su vida, Juana no realizó más que lo verdaderamente importante: francesa, siendo hija de un simple campesino y sin siquiera saber leer y escribir, fue instruida con delicadeza por su madre en las prácticas religiosas que fue adoptando con gran amor, recogiendo flores para coronar la imagen de María, orando con llamativa piedad desde corta edad y jugando con otros niños con alegría. Esos actos simples y cotidianos que suelen esconder la belleza del amor a Dios.

No tardó mucho Dios en hacer notar que quería de ella una santa, y una santa como pocas. A la edad de trece años, Juana de Arco comenzó a notar algunas “voces” que acudían a su interior como San Miguel, Santa Margarita y Santa Catalina. Fueron estas voces quienes fueron guiando y descubriendo la misión que Dios tenía preparada para ella, como una capitana de guerra. Ante la insistencia humilde e ingenua de Juana: “Yo no sé montar ni pelear”, las santas voces insistían: “Es Dios quien comanda esto”.

Mis voces me dicen: “No temas, responde con atrevimiento, que Dios te ayudará”. Santa Juana de Arco

Contra las numerosas vicisitudes que se fueron presentando en su camino, Juana insistió en ver al rey para contarle secretos que le habían sido revelados; gracias a los cuales acabó conquistándolo y convenciéndole de ser nombrada capitana del ejército para comandar la partida a Orleans. Cuenta la tradición que este secreto implicaba un evento particular en la vida del rey que solo él conocía y que a Juana se dio a conocer sobrenaturalmente.

Observar los episodios de la vida de cualquier santo siempre resulta atrapante y admirable para los fieles, pero la belleza más grande de cualquier santo es sabernos llamados a esa misma epopeya, a ese mismo regreso al Padre que ellos supieron completar. Como señalamos antes, cada santo y cada uno de nosotros tenemos un tiempo y un espacio; y aunque hoy los hechos de la vida de Juana parecieran ajenos y lejanos a los nuestros, son sus virtudes y su unión con Dios los que deben llenarnos de fuego y ardor, de esperanza y caridad.

Hablamos de Juana de Arco no solo como comandante joven de un ejército triunfante, sino como una mujer virgen, piadosa y extremadamente obediente a los designios divinos. Y es que, por llamativas que resulten sus batallas ante nuestros ojos, es su obediencia escandalosa la que debe retumbar en nuestro corazón: ella supo decir sí a Dios. Ella cultivó una relación íntima y una unión interior con Dios que alimentaron después su coraje y su virtud.

Hablamos de Juana de Arco no solo como una mujer viril, fuerte, enérgica y fervorosa; sino como una dulce dama que fue imagen de María Santísima diciendo sí a la misión encomendada. Esto debe llevarnos reflexionar Quién es realmente el hacedor de la santidad. Esto debe llevarnos a repensar si nuestros límites y nuestras miserias son acaso obstáculo válido para que Dios obre en nosotros cualquier composición milagrosa de santidad. Esto debe conducirnos a recordar que en el camino de la fe basta con decir , con el corazón, y poner manos a la obra para ello.

Pero quizá no había sido suficiente aún… el repaso de los hechos parece asegurar que todavía Dios quería algo más de esta joven valiente. Es que no bastó con la lucha, con las humillaciones, con la ferviente oración, con la obediencia humilde de Juana. Dios quería de ella el signo más ardiente de toda historia santa, quería de ella el signo del mismísimo Jesucristo: la doliente belleza de morir mártir. Acusada de brujería, por envidia de sus mismos compatriotas o aquellos enemigos que su destreza combativa había generado; fue condenada a morir en la hoguera.

Sus jueces no supieron ver que habían condenado a una mujer santa. Pontífice emérito Benedicto XVI, catequesis papal

El Padre no se contentó con un alma especialmente dedicada a Él y a seguir su voluntad; Dios quiso de ella todo. Quiso de ella el signo mas evidente y frontal del Amor divino, quiso constituirla como imagen del Verbo, haciéndola subir con Él a la cruz del martirio, de la entrega, de la renuncia total y claro… de la recompensa total. Y ella, fiel y obediente, volvió a decir sí.

Santa Juana de Arco representa una historia inigualable, original y con una belleza única en su especie. Pero Juana también representa la historia más conocida de todas, la más antigua, la más hermosa, la más dulce y la más verdadera: la historia de morir por amor, la historia del amor divino, encarnado en un corazón piadoso, manso y humilde.

En 1920, Benedicto XV confirmaría su ascensión definitiva a los altares de los santos de la Iglesia católica, lugar reservado sola y exclusivamente a las almas más amantes y escogidas de Dios.

Agustín Osta

Publica desde noviembre de 2019

Católico y argentino! Miembro feliz de Fasta desde hace 12 años. Amante de los deportes, la montaña y los viajes. Amigo de los libros y los mates amargos. Mi gran Santo: Pier Giorgio Frassati. Hijo pródigo de un Padre misericordioso.